En
el inicio del curso 2014-2015 hay un inusitado regusto por el ahorro escolar
El comienzo del curso
académico de este año, con el acento puesto en las cuantías de
inversión educativa, está sirviendo ya para una marcada toma de posición ante
lo que se aventura un año más complicado de lo deseable en educación.
Al Gobierno,
seguramente le vendría bien un pacto con los agentes sociales en este y otros
terrenos, por limitado que fuera, para afrontarlo con más galanura, y
probablemente lo está intentando después de tres años muy conflictivos: las
elecciones municipales y autonómicas están a caer. De momento, sólo puede poner
de su parte tibios apoyos, caracterizados por una ambigüedad vergonzante: no es
fácil quedarse prácticamente solos en un territorio en que la justa racionalidaddistributiva del
conocimiento está en juego, y en un momento de escasez como éste en que los más
agraviados podrían revelarse. En esa balanza poco más tienen que los guiones
periódicos de la OCDE, siempre alertando de que las reformas emprendidas son
cruciales para “reforzar el incipiente crecimiento”: ayer mismo preconizabanla
subida del IVA y, entre otras muchas pautas, un impulso a la innovación y a las
universidades que pasara por una selección mucho mayor de proyectos y una
vinculación creciente con la rentabilidad de los mismos (Ver: http://economia.elpais.com/economia/2014/09/08/actualidad/1410167739_909624.html),
lo que sin duda servirá de inspiración al equipoWert-Gomendio para que nadie
les distraiga del afán reformador que les distingue.
Para despistar, y como complemento de lo que viene siendo la búsqueda de cómplices
desde hace meses, las escaramuzas de estos días en que se inicia el curso se
están librando, ante todo, nopropiamente en torno a la entrada en vigor de la
LOMCE –un campo minado-, sino en la trinchera de la economía de la educación.
Ha sido suficiente con que el nuevo líder del PSOE sugiriera la subida del
presupuesto educativo hasta un 7% del PIB en el transcurso de dos legislaturas
–a ocho años vista-, para que salieran a escena presuntos expertos, dispuestos a iluminar las erráticas mentes de
quienes pudieran adherirse inocentemente a tal artimaña socialdemócrata. Ya nos
lo venían diciendo estos años últimos los prestigiosos fautores de esta séptima
ley educadora, siempredesde la lejanía de algún aliñado debate y nunca en diálogoleal
con los ciudadanos. Y ahora cogen el relevo variados mensajeros de la buena
nueva, como si mentar el dinero en educación fuese asunto de pedigüeños
maleducados. Bien saben ellos que estamos en el camino correcto al bajar cada
vez más nuestra inversión en este campo –aunque nunca hayamos llegado a la
media de los países de nuestro entorno europeo-, y que nos van a dar la medalla
olímpica en este juego, pues este año –como ya le indicó el Gobieno al ECOFIN-
rebajaremos todavía un poco más el presupuesto, hasta más abajo del 4%. Sabido
es –nos recuerdan- que no por invertir más hay mejor educación y que hay muchos
chicos y chicas que no se esfuerzan suficiente para merecerla. Nada nos dicen,
en cambio, de que éste de la educación pública sea un servicio y un bien que
debe prestar el Estado a todos sus ciudadanos, no sólo a algunos selectos; ni
mentan –en paralelo- la vergüenza de que haya todavía 730.000 analfabetos
absolutos –además de los millones de funcionales. Al parecer, nada cuenta que
gran parte se vea implicada en la atroz espiral de que los más afectados por
los recortes generales de estos años pasados –también los de educación- son los
hogares de la gente humilde, un asunto sobre el que la propia OCDE ha puesto la alerta porque
está creciendo en exceso la distancia entre ricos y pobres: aquellos son cada
vez menos y más ricos, mientras el paro sigue encifras impresentables, y los
riesgos de fractura social aumentan exponencialmente. Al lado de esto, que haya
unos euros más o menos en educación debe parecerles un lujo: las grandes cifras
les brindan la ambigua ocasión de reiterarnos por tierra, mar y aire, lo firme
que va la recuperación, y no les hace falta explicarnos para quién. Como nada
de esto nos dicen –tal vez por que sería “populista”-, ni prestan atención a la
inversa proporción del presupuesto que toca a las escuelas, institutos y
universidades públicas, respecto a las de tipo concertado o más estrictamente
privado. Mejor se quedan en el simplismo genérico de que la buena educación no
es cuestión de dinero, sin mentarnos por qué que las ayudas y subvenciones a
este otro sector del sistema educativo español han subido respecto al PIB en la
misma proporción que le fue bajada a la pública (Ver: www.fe.ccoo.es/ensenanza/Inicio:679444--La_inversion_publica_cae_en_picado).
Es probable que alguno de estos expertos entienda la pobreza –de los demás-
como algo de gran valor espiritual, por lo que es mejor que no tengan medios
para desarrollarse como personas libres, un pecado gravísimo. Hay esotéricos de
toda índole, pero ¿por qué imponen a otros este hábito tan monástico? ¿Es mejor volver a “la caridad incierta de
personas privadas” que ya denunciara Hobbes para atender las carencias que deja
en el aire la libre concurrencia? ¿Con qué cara pueden sostener que el aumento
del presupuesto educativo no tiene una proporcional mejora de resultados? En
todo caso, con esta teoría del ahorro inversor – de “costes”, dicen- no se
entiende bien por qué con siete mil millones menos “por la crisis” -más alumnos
que antes , más alumnos por clase, menos profesores y menos recursos-, la
enseñanza pública tiene que ser mejor que nunca y más excelente. Y por otro
lado, como comentaban en El Paísel
pasado dos de junio, “si somos el
segundo país de Europa con más alumnos de enseñanza privada, ¿por qué no se
echa la culpa de la mala educación a la enseñanza privada?”: España figura a la
cabeza de Europa en privatización de la escuela.
Es la misma excusa del cuento de La camisa del
hombre feliz: el que tenía camisa no era feliz y el que no la tenía sí lo
era. Probablemente nos quieren tanto que no nos enteramos: ya se preocupan
ellos de que todo vaya bien y nos liberan de tan insana preocupación. Pese a lo
cual, seguimos sin entender de qué se habla con esta argucia de los
prescindibles inversiones en educación y del consiguiente ahorro en
conocimiento. ¿Alguien recuerda ya que, en la medida que hubo algo de dinero
para programas de recuperación, apoyo individualizado, tutorías y diversidad
–los programas para los más necesitados de educación-, disminuyó el fracaso
escolar? ¿Era malo? ¿Han sopesado que uno de los mejores logros de la
transición democrática hasta hoy ha sido la socialización y universalización de
la enseñanza, incluido el acceso a una universidad no elitista? Y en este mismo
orden de cosas, ¿es que la disminución de la investigación, de la educación y
de la lectura, es ahora el camino para aumentar nuestra solvencia y soberanía
como país? Por mucha satisfacción de la opinión pública que tuviera este
planteamiento, ¿se puede sostener sin
rubor en este momento que es más barata –y más eficiente, claro- la ramplona
ignorancia y que, si los más afectados son los más pobres, mejor? ¿Es con el
recurso a los empleos mal cualificados y subempleos de peor remuneración como
vamos a salir de esta crisis?Pues no crean que son escasos los devotos de esta
cofradía. Pasen revista a las 225 medidas que, procedentes de unas y otras
Comunidades, han pensado los más sabios para ahorrar ahora mismo, en este
curso,costes prescindibles
(Ver: http://politica.elpais.com/politica/2014/07/21/actualidad/1405969218_920514.html). Esta iniciativa, en plan “tormenta de ideas”, no ha sido promovida por el
ecologismo –que también tiene una guía cuantitativamente similar en la Red-
sino por Hacienda: en el ámbito educativo verán que afectan, entre otras cosas,
al incremento dela ratio de profesores por alumno en un 10%, al cese de
docentes interinos durante el periodo no lectivo de verano, al ajuste en las
partidas de becas para comedor y libros, disminución de ayudas para el
mantenimiento de escuelas infantiles, etc.
Pronto sabremos si, a lo largo de este curso académico, prosigue la marcha descendente
del PIB educativo y si se da más cancha a este conjunto de medidas de ahorro
discriminatorias que, para aliviar el déficit, están siendo sopesadas desde
Hacienda con el consentimiento de Educación y Cultura. Este entusiasmo sólo se
les frenará un poco si intuyen que, con las elecciones cruzando el meridiano
del año, puede crecer la desorientación de los electores hacia donde no deben,
indignados por enterarse de que se le siguieran disminuyendo a sus hijos derechos
sustantivos. Pensando bien, puedeque todo el mundo sea bueno y maravilloso y
que la política económica de la educación deba seguir su beatífico cauce
natural sin ponerle ninguna tacha, pero ¿qué se apuestan a que crecen de aquí a
mayo los entusiastasmensajeros de la buena nueva del ahorro en los asuntos
educativos que afectan a todos?¿Se acordará alguien, en todo caso, de que es
una manera muy eficiente de volver al siglo XIX por la vía rápida?
Porque no es nada
nuevo ese evangelio redentor. No hace falta mucha paciencia para descubrir en
la legislación de ese siglo-y en la de la primera mitad del pasado-, reglas
“educadoras” similares. No teníamos en España ni sueldos base, ni horarios
laborales, ni seguros sociales, y a la escuela iban muy pocos, pero ya desde
1880 se inculcaba por ley a los niños más pobres –los otros no son mencionados- la necesaria
virtud del ahorro. Hasta la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas se
interesó por este procedimiento didáctico y, de 1871 a 1881, convocó varios
concursos públicos de libros en que se difundiera la idea de lo benéfico del
ahorro para “mejorar las condiciones del obrero” y, de paso, refutar las
propuestas sociales marxistas (Ver: MENÉNDEZ DE LA POLA, José, Breve refutación de los principios
económicos de la Internacional, Madrid, 1874).El procedimiento didáctico venía
de Bélgica, del Dr. Laurent, y en España dio lugar a la sanitaria estrategia
del “ahorro escolar”, para propagar mejor la difusión de una moral precavida y
aburguesada –incontaminada del vicio y despilfarro que tanto se le achacaba a
la gente trabajadora-, haciéndole ver la utilidad delas Cajas de Ahorros. Don
Braulio Antón Ramírez fue el principal adalid de esta pedagogía social tan
pragmática en las escuelas. Puede seguirse bien, sin embargo, su decreciente
entusiasmo, en la cuenta y razón que tuvo que dió de su gestión al frente del
Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Madrid, en las obligadas memorias anuales
de los años 1874 y 1891, y también en los libros que publicó sobre “lo benéfico”
que era este ahorro: hasta que se dio cuenta de las dificultades
estructuralesque asolaban los hogares de aquellos niños. Para una primera
aproximación a este asunto, puede irse al Diccionario
de Educación y Métodos de Enseñanza, que D. Mariano Carderera escribió en
1854. Y se puede mirar, asimismo, el estatuto fundacional del INP (Instituto
Nacional de Previsión), en 1908, en que se podrá comprobar que su primordial
función inicial fue pedagógica: enseñar a ahorrar y ser previsor, para tener en
la ancianidad una jubilación o “retiro” que evitara tener que mendigar (Art. 1,
Ley de 27/02/1908 y R.D. de 07/08/1911 y R.D. de 20/09/1919). De ahí la
cantidad de iniciativas “pedagógicas” que, desde esa institución –matriz lejana
de la Seguridad Social-, se hicieron para continuar la labor educativa de las
escuelas en pro del ahorro durante muchos años del siglo pasado (Ver: Genealogía de un sueño burgués: el “benéfico”
ahorro de los asalariados, Madrid, Endymion, 2008, pgs. 473-516), entre los
que destaca como paradigmático el libro escolar de Don Ezequiel Solana: Vida y Fortuna o El Arte de Bien Vivir.
Las cartillas infantiles de ahorro prosiguieron aquella breve tradición. Sucede que, entonces y
ahora, quienes se veían o ven conminados al ahorro y quienes lo predicaban o
predican, poco tuvieran y tienen que ver entre sí. Sobre todo, porque éstos
últimos no lo necesitaban ni necesitan: ni estaban ni están conminados por las
circunstancias y las crisis diversas a realizar tan restrictiva prescripción
vital. El Estado –entonces- era gestionado como una finca particular de unos
pocos y todavía parece haber quienes desearían que siguiera siéndolo. Por eso,
el constructo del ahorro –parejo al del esfuerzo, tan en boga- se acaba
revelando siempre como un discurso ideológico que, en la medida que crece, sólo
sirve para justificar que la “igualdad de oportunidades” –no la “envidia
igualitaria”, que traducen algunos- se está quedando en papel mojado, mientras
el pacto del Estado de Bienestar se ve reducido progresivamente a la nada.Alguna
otra vez he recordado que el perspicaz novelista Palacio Valdés dejó escritauna
escena muy expresiva de esta desigual situación constituyente de partida que,
con leves modificaciones ambientales, valdría para ahora mismo.El protagonista
de La Espuma (1890), dueño de unas
minas, lleva a unas amigas a ver la explotación; la más sensible se da cuenta
de las desgracias que afligen a aquellos asalariados y se queja mientras el amo
achaca la deplorable situación a que no ahorran: -“En Riosa –dice- se desconoce
por completo el ahorro…¡el ahorro!, sin el cual no es posible el bienestar ni
la prosperidad de un país”. Pero la explicación no impidió que la impaciente
invitada se atreviera a replicarle: -“Pero ¿cómo quiere usted que ahorren con
una o dos pesetas de jornal?” (PALACIO VALDÉS, Armando, La Espuma, Madrid, Fax, 1947, pg. 245).
Quienes
justifican el ahorro en educación –conociendo las condiciones de cómo se está
siendo recortada en España-, en vez de emplearse en epatar a posibles lectores
de sus opiniones nada singulares debieran leer a Oscar Wilde, quien, seguramente
no leyó al escritor asturiano, pero también dejó escrito que “recomendar el
ahorro al pobre es tan grotesco como ofensivo. Es como aconsejar al que se está
muriendo de hambre que coma menos” (El
alma del hombre…, 1891).
Temas: Ahorro escolar, Inversión educativa, Educación y presupuestos
diferenciados, Educación pública, Calidad educativa, Pobreza, riqueza, Fracaso
escolar, Historia del ahorro, Pedagogía social mediante el ahorro, LOMCE, OCDE,
ECOFIN.
Manuel Menor Currás
Madrid, 09/09/2014
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