lunes, 15 de octubre de 2012

¿Será que para trabajar en Eurovegas no hace falta Educación Musical? "España manda la música a otra parte"

EL PAÍS.COM: España manda la música a otra parte

La sinfonía musical de un país la componen principalmente la industria, el público, la crítica y, por supuesto, sus intérpretes. La cultura y la educación en esa materia constituyen, en suma, el cuerpo de un fenómeno que en España funciona a fogonazos y rachas intermitentes de optimismo. Más allá del folclore genuinamente español, suele decirse que este país carece de una alta tradición musical en los dos extremos de la balanza: el pop y el mundo sinfónico. Ya saben, en los sesenta eran las bandas municipales y Los Brincos, contra La Filarmónica de Berlín (o cualquier orquesta centroeuropea) y los Beatles.


En los últimos años, los esfuerzos en inversión y en trasladar el mensaje de la música crecieron enormemente. Concretamente, en las últimas dos décadas, desde que entre otras cosas se creó una red de escuelas municipales de música amplísima y razonablemente eficaz. Como era de prever, los recortes que devastan la cultura en España amenazan también con llevárselas por delante.

Estos centros, donde estudian unas 265.000 personas, nacieron en el año 1992 (cuando tanto brillaba la ahora mancillada marca España) junto a la LOGSE. La idea no solo era localizar a futuros talentos de la primera división musical, sino fomentar la cohesión social, dar un empujón al nivel cultural de los barrios y ayudar al desarrollo de los alumnos a través de la música.


Salvando las enormes distancias, algo parecido a lo que hacen organizaciones como el Sistema de Orquestas Venezolano, cuyas magníficas propiedades se publicitan en España como las del agua bendita, pero se aplican en nuestras fronteras como meramente “complementarias”.

De igual modo que en el engranaje cultural diseñado por el maestro José Antonio Abreu, a veces surge de ahí un talento prominente (como los directores Gustavo Dudamel o Christian Vásquez) que salta directamente a otro estadio educativo. Pero la idea fundacional de las escuelas —hay unas 280 públicas en toda España— tiene que ver principalmente con crear el empaste cultural que genere afición, interés y, de paso, un público que renueve los encanecidos auditorios españoles.

“Hay dos grandes realidades en la educación musical. Los que vivirán profesionalmente de ella, y los que disfrutarán con un mínimo de formación para acercarse de manera amateur a la música. Y para mí, en este país no se ha conseguido cubrir ese mínimo. Si se hubiera logrado, la caída cultural que estamos viviendo, la deslocalización de la cultura respecto a la educación no sería el drama que es”, explica Enrique Subiela, músico, antiguo dueño de una escuela y agente de artistas como el pianista Lang Lang o la mezzosoprano Cecilia Bartoli.


Se refiere a la falta de público, a la de una auténtica afición formada que acuda a las salas por otros motivos que el acomodo de sus gustos al sosiego vital que da una avanzada edad. “El drama es que durante 40 años algo ha fallado para que la gente no se sienta atraída. Hay que hacer una gran reflexión sobre en qué medida hemos fracasado en esa parte: la que llena las salas”, insiste.

La otra parte a la que alude Subiela es la vertiente profesional. Cada vez hay más españoles ocupando puestos de primer nivel en orquestas europeas (y no solo en los instrumentos de viento impulsados por la tradición valenciana). Este tipo de escuelas (admiten alumnos de cualquier edad y, por tanto, no tienen una finalidad profesional) permiten a veces dar el salto a centros de mayor nivel o conservatorios, donde España, curiosamente, está a la cabeza de Europa (en número).

El resultado se podría empezar a apreciar ahora, porque los músicos más jóvenes que triunfan estos días, accedieron a la educación justo antes de que se implantasen este tipo de escuelas.

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Madrid, hace pocos años ejemplo de buenas prácticas del proyecto con el desarrollo de 13 centros de este tipo, lidera hoy también el frente de los recortes. Hasta ahora subvencionaba dos tercios de la cuota y matrícula anual que pagaban los alumnos. Pero este año ya no aporta un céntimo. El Ayuntamiento que dirige Ana Botella (su antecesor, Alberto Ruiz-Gallardón, fue el gran impulsor de la red de escuelas) ha retirado la subvención y sigue prestando solamente el espacio a las escuelas (son empresas privadas que se hicieron con la gestión de los centros por concurso).

El resultado, pese a que los profesores se han bajado los sueldos y se han promovido campañas de micromecenazgo para que los alumnos pagaran solo el doble de lo que les costaba el año pasado, es que se han dado de baja el 40% de los inscritos. Lo mismo ha sucedido en Valencia, donde el recorte del 20% del presupuesto se suma al del 23% del año anterior.

“En este país ha habido muy buenas intenciones. Este modelo era un planteamiento bien pensado. Pero la frontera entre los que ven el asunto de una manera más progresista o más conservadora es muy fina. En estas situaciones de crisis, tendemos a adoptar las menos evolucionadas. Pero es un retroceso tremendo. Si las escuelas sobreviven este año, que las privadas ya muchas dificultades tenemos, va a haber que reexaminar el modelo. Ha habido un enorme gasto público que no se puede echar a perder”, explica Tom Hornsby, jefe de estudios de la Escuela de Música Creativa de Madrid, cuya empresa gestiona 9 de las 13 escuelas públicas.

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España, donde además se eliminará el bachillerato de Artes Escénicas, Música y Danza, en este asunto también está a la cola. Mientras en países como Suecia el 4,03% de la población asiste a una escuala musical, en España se re se reduce a 0,48%. El modelo, además, también es distinto.

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