DECA, la otra trampa de la enseñanza religiosa
Aún siendo importante, lo más destacado del enfrentamiento social y político a todo ese diseño para el desastre que el ministro Wert ha colocado sobre la educación de todos el aspecto de volver a introducir el hecho religioso católico como materia de estudio, como tributo ideológico, sino obligatorio sí necesario, para recibir educación pública.
Más relevante es el hecho de que se contabilice dentro de la nota para acceder a becas y a otro tipo de ayudas educativas que deberían estar exentas de esa necesidad por pura lógica de la aconfesionalidad pregonada por la para otras cosas sacrosanta e intocable Constitución Española.
Pero lo que sin duda es más importante y ha pasado completamente inadvertido es el hecho de que no solamente los alumnos vuelven a tener la religión como una materia en la educación pública -aunque pueden librarse de ella estudiando ética- sino que los profesores están obligados a estudiarla.
Si, así como suena, los profesores.
Si nos paramos a pensarlo el hecho de la incorporación de la religión como enseñanza es contraproducente para todos aquellos que creen que la evangelización debe hacerse en las aulas.
Todos los grandes laicistas, ateos, anticlericales y antiteistas que han parido los siglos de la historia estudiaron en colegios religiosos, la mayoría de lo que los prelados y exegetas de la pastoral social llamarían descreídos, alejados, renuentes o incluso agnósticos dieron sus primeros pasos en la religión -los que comenzaron a alejarles de ella- en las aulas de colegios de curas y de monjas.
Pero si reflexionamos un momento sobre lo que significa que los profesores, los universitarios que eligen la carrera de Magisterio, estén obligados a estudiar doctrina católica, la cosa se vuelve mucho más turbia, mucho más absurdamente ideológica. Mucho más peligrosa.
Porque significa simple y llanamente que el Estado no solamente se encarga y costea los sueldos de los profesores, también carga sobre sus arcas con el coste de prepararlos para dar una materia que al Estado no le compete, que el Estado, por propia definición constitucional, no debe tener en cuenta y que el Estado por pura evolución social no ha de considerar esencial para los ciudadanos.
Y los que mantienen eso estudios dentro de los ámbitos universitarios deben tener claro que no lo están haciendo del todo bien porque esa doctrina católica a veces recibe nombres tan pintorescos, eufémicos y versallescos como "Conciencia crítica de la existencia de una trascendencia y su vivencia en el hecho religioso", ¡Ole sus gónadas externas!.
Uno diría que si eres ateo, agnóstico, antiteista, iconoclasta o cualquiera de las otras posibilidades de obviar la supuesta trascendencia que ofrece el pensamiento humano tu paso por la asignatura consistiría en entrar en el aula y decir: "mi crítica a la existencia de una trascendencia es que no existe ergo, y por definición, su vivencia es imposible o constituye un autoengaño inducido". Y en ese punto el profesor de la materia tendría dos opciones: o te aprobaba directamente la materia o te forzaba a desarrollar argumentalmente la teoría expuesta y luego te aprobaba.
Pues no. Te impiden recibir la asignatura. Creer en dios se convierte en un requisito previo para cursar una asignatura universitaria.
Y lo más curioso del asunto es que cursar y aprobar esos estudios que paga el Estado con profesores que paga el Estado, en centros que costea el Estado cuando son universidades públicas, no te concede un título estatal, te permita acceder al certificado conocido como DECA (Declaración Eclesiástica de Competencia Académica)
¿Resulta lógico que la iglesia católica tenga capacidad de determinar la competencia académica de un docente?, ¿tiene algún sentido que si se le confiere a la jerarquía religiosa católica esa capacidad no se le obligue a a sumir los costes de la misma?, ¿para que existen las cátedras de teología para seglares y los seminarios?
En este punto los habrá que digan que sí, que las estructuras jerárquicas de la iglesia tienen derecho a controlar quien sabe y no sabe de su religión. De acuerdo, pues que enseñen pedagogía de la religión en las facultades de teología o los seminarios y lo costeen ellos con sus propios fondos.
Y la perversión del proceso alcanza con el DECA su máxima expresión cuando se convierte en el carné de militancia, en el sello del comisariado político religioso.
Porque en contra de lo que marca la ley, en contra de la libertad de cátedra, en contra de todas las leyes que garantizan en España, Europa y el mundo la no discriminación por motivos ideológicos, los colegios concertados religiosos exigen el DECA a la hora de contratar personal. Sería lógico si se fuera a ser profesor de religión, pero ¿lo es para cualquier otra materia?
Por muy religiosos que sean, por mucho ideario propio -otro simpático eufemismo para creencia, como si los que no creen en entes invisibles dotados de plenos poderes no tuvieran ideario propio- que tengan, están mantenidos con fondos públicos y deben regirse por los principios organizadores del Estado.
Pero no. Ellos no contratan a profesores a los que el Estado considera aptos para el magisterio, solamente contratan a profesores a los que su iglesia considera, a través del DECA, aptos para el magisterio
Quizás haya una forma cristiana de hacer abdominales, o una manera católica de resolver una ecuación de segundo grado, o un punto de vista vaticano de analizar una frase subordinada de relativo -si es que la RAE aún las llama de esa forma-. Pero por más que repaso el evangelio católico, su catecismo e incluso los viejos libros copiados del Talmud, no consigo encontrarlas.
Le cueste a la iglesia católica el dinero que le cueste.
"Casi todos los alumnos se apuntan y nadie les obliga a estudiar religión", dirán otros. Pero es mentira. Están obligados para intentar asegurar su futuro. Porque si no aprueban las oposiciones a la escuela pública, el camino que tienen es la enseñanza privada o concertada. Y un 80% de la enseñanza privada y concertada de este país es religiosa. Así que, una vez más, como casi todo lo religioso en este país, es por obligación, no por devoción.
Así que la próxima vez que pensemos en la enseñanza de la religión, pensemos en los alumnos, pero acordémonos también de los maestros. Ellos son los que tienen la llave de la educación del futuro.
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