Señor ministro Wert: hoy es el último día de trabajo de un profesor. Después de cuarenta años de servicio, cuando el timbre conceda permiso a los niños para irse a sus casas y la merienda desaloje a la madre más rezagada de la puerta, el maestro cerrará por última vez el libro y colgará para siempre la tiza. Habrán pasado entonces cuarenta años y casi tres generaciones por sus cuadernos de programación, un pueblo y un país que han ido modernizándose ante sus ojos. Lejos queda ya aquella pequeña primera aula en la habitación de una casa particular de los últimos alientos del franquismo, cuando una legión de alumnos se hacinaba en los pupitres y se necesitaba la palmadita en la espalda del cura de turno y el certificado de adhesión al Movimiento para poder trabajar al servicio del Estado. Recuérdelo, seguro que también tuvo que hacerle la rosca ficticia al régimen en aquellos 70 en los que usted todavía militaba en Izquierda democrática y empezaba a impartir clases en la Complutense.
Pero no nos desviemos, el profesor que hoy abandona la enseñanza tiene más o menos su edad y está cansado de pelear con leyes propuestas desde sus lejanos despachos por tipos como usted. Sería muy difícil enumerar aquí todas las siglas que han gobernado los colegios desde que el docente impartía clases en Terrasa y quedó sorpendido con cómo los alumnos hacían horas extra pagadas por los padres para poder aprender su lengua. ¿Diez, doce, quince? es imposible enumerar el vaivén de legislaciones que ha vivido la enseñanza desde entonces. Normas pensadas por teóricos de salón que nunca se han enfrentado a esas 30 o 40 ávidas fieras que poblaban los cursos en las escuelas de los ochenta. Quiero creer que es el desconocimiento y no la crueldad lo que les ha llevado a sepultar una por una todas las conquistas ganadas por esa generación de maestros que ahora se nos va y que fue de esas primeras hornadas de españoles que vio como el sexo no era una razón para separar a los alumnos por un muro.
¿Se acuerda cómo era todo entonces? Mi abuelo siempre nos contaba entre risas aquello de “ganas menos que un maestro de escuela”. Y bien cierto que era muy poco lo que ganaban y poco hubieran seguido ganando de no ser por su lucha de huelgas indefinidas, de pelea unida contra el Ministro de turno. Perdón si le saco esto ahora, precisamente a usted que ha permitido que las autonomías como la valenciana bajen el sueldo a sus profesores. Ya sé que me dirá que las cosas van mal, yo mismo me he dado cuenta. Pero si usted hubiera aprendido algo de los profesores a los que ordena sabría que en las clases hay que hacer más esfuerzos por los que se quedan atrasados y no premiar sólo a los más avispados. Esto es, nada de concertadas mientras las públicas necesiten inversión. Hágase a la idea señor Wert que usted, con su desidia, ha inventado la máquina del tiempo que ha sido capaz de transportar a todo un país más o menos cuarenta años: Ha subido el número de alumnos por clase, ha eliminado las pagas extras a los funcionarios, ha vuelto la religión puntuable a las escuelas y, apoyando con ayudas la segregación de sexos, ha dejado que los sacerdotes ya no nos den palmaditas si no más bien bofetadas a nuestra inteligencia. Supongo que, en su afán por españolizar, tampoco le importaría que el catalán volviera a ser financiado exclusivamente por los progenitores.
Señor José Ignacio Wert, le escribo con la única intención de que, si leyera esta carta por algún azar de la vida, pudiera yo al menos amargarle un café porque no hay derecho a que el profesor que hoy se marcha tenga que irse triste con la Educación que usted nos deja. Recuerde siempre que un gobierno justo tendría que ser digno con sus educadores. Escúchadnos vosotros también profesores, os perdimos perdón por haber dejado que minsitros así se nos hayan subido a la chepa. Gracias por vuestra dedicación, vuestro trabajo y vuestro esfuerzo en estos tiempos. Gracias por estos cuarenta años, maestro.
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