Bloqueo
al margen de los problemas
Las últimas elecciones en Castilla-León muestran que los asuntos de la política pueden tener poco que ver con los que acucian a la educación
En una entrevista de 1994 para Cuadernos de Pedagogía, José Gimeno Sacristán propugnaba como fundamental “rescatar el valor cultural de la Educación”, y no perder de vista el discurso ilustrado que fundamentó la escolarización universal. Han pasado casi treinta años, y sigue siendo válido lo que entonces –recién publicada la LOGSE- decía acerca de la escuela que se universalizaba en España como obligatoria hasta los 16 años, pero que cumplía mal las funciones asignadas de igualación social, cultura básica para todos, preparación para un futuro externo a sí misma, desarrollo personal y aprendizaje de la democracia. Su eficacia era mayor, sin embargo, en cuanto a una socialización diferenciada, selectiva y jerarquizada, confirmando las distancias sociales preexistentes desde antes de que el alumnado llegara a serlo, fomento de la pasividad y otras rémoras. A esa deficiencia, se añadían nuevas exigencias del exterior a la escuela: educación ecológica, para la paz, sexual, tecnológica –cuando las TIC iniciaban su despegue-, amén de prevención de todo tipo de lacras sociales. Por entonces, ya estaba de moda que no hubiera comunicador ni político a quien no se le ocurriera que es competencia de la escuela atender preventivamente todo tipo de problemas y parlotear de ello alegremente. No reparan en la gran contradicción de que los medios y las condiciones que gestionan para la enseñanza no crezcan ni mejoren a la medida de las exigencias. Menos atienden a cambiar de modo significativo las prácticas o hábitos que tienen consistencia en la vida interna de los centros, dejando que se estanquen viejos problemas inatendidos.
¿Leyes maestras?
Acaban de tener lugar las elecciones de Castilla y León y las menciones a la educación han sido prácticamente inexistentes. El día trece ha puesto de manifiesto, sin embargo, otro tipo de urgencias que, en buena medida acabarán retrasando, cuando no taponando, soluciones acertadas para necesidades endémicas si se quiere que el sistema educativo cumpla sus funciones democráticas. Lo que ahora ha quedado pendiente es si habrá un bloqueo absoluto a que pueda formarse un Gobierno estable. Todos juegan al póker estos días y no se descarta que, de salir adelante una de las posibles alianzas, haya sensibles retrocesos en cuestiones curriculares que afecten a la igualdad de género, a la memoria histórica y a la sana convivencia ciudadana. La comunidad castellana ha tenido hasta el presente, dentro de lo mejorable, una aceptable trayectoria para la educación publica, incluso en la Castilla “vaciada”, y corre el riesgo del retroceso.
Los problemas que se plantean en este momento en esa Comunidad no le son exclusivos. En la de Madrid, acaba de salir adelante una Ley “Maestra” que pretende parar las leves modificaciones que quiere imprimir la LOMLOE a los excesos interpretativos del art. 27CE78 respecto a la “libertad de elección de centro”. Muy pronto sabremos si quienes se encarguen de las políticas educativas del día a día en esas Comunidades son capaces de mejorar las desidias del largo pasado o van a reiterar, e incluso empeorar, la vieja normalidad, tan “normal” que parece que su deterioro creciente sea “lo natural”. De las dificultades de la “cogobernanza” ya hemos tenido sobrada constancia en los meses de pandemia, y es raro que, en las sesiones del Congreso de Diputados –especialmente los miércoles-, no causen rubor las descalificaciones, desplantes y palabras gruesas que se oyen. No cesa esa dinámica de la confrontación en que las políticas educativas son siempre un gran motivo de enfrentamiento gratuito, para tratar de zanjar viejas disputas, y tampoco mejora la mala pedagogía social que hacen, indiferente a que la política educa a la ciudadanía, quieran o no los políticos pendientes de ganarse el favor de posibles votantes.
Valores reales y apariencias
Es muy poco ejemplar y muy desagradable que, una vez más, se repita el discurso retórico de alabanzas a los maestros y profesores como centro imprescindible del sistema, mientras en la vida real de sus aulas, en el diseño de la calidad de su trabajo y en la valoración real de su profesionalidad, se les deja a su suerte. De las muchas maneras en que volverá a repetirse lo de siempre, es decir, no hacer nada, tenemos sobrados antecedentes; si los repiten, por mucha “calidad” que digan va a tener el sistema en adelante, seguiremos en una negligencia ineficiente, mírese por donde se mire.
Cuando tanto se vuelve a hablar de posibles acuerdos y se añoran pactos imaginarios, más parece querer aliviarse la responsabilidad de no hacer nada que la de tratar de hacer algo que merezca la pena en la línea de eliminar desigualdades latentes. Es obvia la necesidad de un acuerdo básico, pero también lo es la consideración objetiva de que no todo vale ni, además, merece la pena en una sociedad civil plural, en que la cuestión no es tanto la pluralidad en sí, sino el valor de lo público en el conjunto de los intereses y perspectivas existentes en el juego social. En Educación, son muy encontrados y más desde que las posiciones conservadoras nunca han dejado de estar en combate contra cuanto pueda alterarse. Desde 2003, han incrementado su posicionamiento supuestamente irreductible de una interpretación del art. 27 promoviendo un tipo de cultura diferenciada, e imponiendo a la escuela unos contenidos instrumentales acordes con su esquema social, y ahí siguen en plan crecientemente beligerante.
Las perspectivas de un equidistante centrismo cultural pueden hacerles la ola, tanto más cuanto que en lo que se juega estos días en Castilla-León, e indirectamente en toda España, cabe que se repitan, una vez más, los juegos florales de aquella Comisión parlamentaria del ministro Méndez de Vigo en 2017, en que se callaba más que lo que se decía y eran tantos los que voceaban, que apenas se oía nada que no favoreciera la desidia reinante. Sería una lástima dejar pasar una vez más la ocasión de dar coherencia a la intermediación de la escuela en la elevación de la cultura como algo valioso a compartir por todos; solo así el valor del espacio y el tiempo escolar de niños/as y adolescentes merecerá la pena, y no será algo rutinario, anodino y aburrido por norma. Entre las muchas maneras de degradar la democracia educativa, la del fingimiento es muy eficaz: aparentar que los problemas existentes demandan un mesías redentor que se ocupará seriamente de ellos conduce pronto al fascismo.
MMC.- Madrid, 16.02.2022
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