Publicamos este artículo del compañero Manuel Menor:
Significa poco si no va
acompañada de gestos solidarios; su propaganda puede ser una distracción que no
libera de nada.
En septiembre de 2021, hará cien años del nacimiento de Paulo
Freire en Recife (Brasil). En muchas colectividades, grupos de trabajo,
sindicatos de trabajadores y docentes, se ha empezado a celebrar el centenario
del autor de Pedagogía del oprimido
(1970).
Educación liberadora
Antes, ya había escrito La
educación como práctica de la libertad (1967), además de una reflexión
crítica sobre La educación y la realidad
brasileña (1959) y sobre su actividad educadora inmediata en La
alfabetización y la conciencia (1963). De ese núcleo central, en que
educación, liberación de la palabra de los pobres y sociedad, emergería una
importante y extensa obra hasta entrado este siglo, de gran influencia en
muchos educadores del mundo y, en particular, en cuantos han tenido que ver con
la educación pública y la “cultura popular”. En España, su teoría de la
“bancarización del conocimiento” y sus formas innovadoras de educar la mirada y
la reflexión, tuvieron gran difusión en los movimientos renovadores de los años
setenta, las escuelas de verano y en quienes pugnaron por una “alternativa democrática” a lo que había sido
la educación nacionalcatólica del franquismo; él inspiró, en buena medida, a
los más optimistas incluso después de que, tras el acuerdo del art. 27CE, se reinterpretara
la libertad de educar como algo cerrado y casi exclusivo. Cuantos han seguido urgiendo la construcción
de un sistema abierto para todos, con una estructura y métodos de trabajo sin
privilegios para selectos de nacimiento, fortuna familiar, creencia o condición
cultural, son deudores en alguna medida de Freire, como lo son de Dewey, Freinet,
la ILE (Institución Libre de Enseñanza) y otros como Lorenzo Luzuriaga quien,
ya en 1921, reclamaba una “escuela única” y una “escuela nueva”, coeducadora y
laica.
Luchas por la libertad
El afán de libertad venía de lejos. En España, el Madrid del dos
de mayo vio cómo Goya la pintaba muchas veces; en la Puerta del Sol, en sus
Cuadernos, Caprichos y Desastres, y de modo especial en Los fusilamientos del dos de
mayo, rinde un cumplido homenaje al afán
de libertad democrática. También un dos de mayo, de 1879 en este caso, según
reza en la fachada de una taberna cerca de Sol, “careciendo
los trabajadores de libertad para reunirse y asociarse se fundó
clandestinamente el Partido Socialista Obrero Español”. La pobreza que
generaban los malos salarios en los trabajadores, para quienes no había
legislación protectora de ningún género, campaba por las calles, afectaba a la
inmensa mayoría de la población -desescolarizada
en gran medida y sin derecho de voto- y, cuando tenían alguna enfermedad,
quedaban lisiados por algún accidente laboral o se adentraban en la vejez,
estaban condenados, en el mejor de los casos, al limosneo. Quienes se
arriesgaron a luchar porque el panorama cambiara, hubiera libertad de voto y una
sociedad más justa, fueron acusados de causar “la cuestión social”, los
condenaron a la cárcel por cuestionar el orden y fueron masacrados con
frecuencia, como pintó, por ejemplo, Ramón Casas en 1899 en La Carga.
La pelea moderna por la libertad venía de antes; muchos otros habían
peleado ya por ella. De manera muy significativa
–y como referencia de otros conflictos, logros y retrocesos, en que la libertad
ha sido el emblema-, la Revolución
Francesa de 1789 y su Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano es un hito valioso en que fue esgrimida
para el logro de la dignidad de iguales que conllevaba el
hecho de haber nacido. Sin embargo, al
lado del estertor de una larguísima época feudal, pronto las fuerzas
conservadoras se agremiaron para que la preciada libertad no prendiera en cuantos
hasta entonces eran “el común” del estrato social más bajo, el del “Tercer
Estado”. Trabajadores, criados, siervos y dependientes de los señores -seculares
y eclesiásticos- que habían tenido siempre privilegios legales, judiciales,
económicos y sociales, fueron vistos en adelante como peligrosos para sus
ventajismos; y en 1871, en la masacre de la Comuna, la clase trabajadora se
sintió traicionada por quienes cantaban la Marsellesa y se acogieron a La Internacional. De esa ambigüedad del
término “LIBERTAD”, palmaria en las peleas que han seguido, vienen las muy
distantes maneras de hablar de ella hoy, tan contrapuestas que parece una
palabra “insignificante”, ambivalente incluso cuando es pura fachada
publicitaria de cualquier marca comercial.
Lo bello no es fácil
Por si fuera poco este trajín con la diversidad semántica -y
operativa- de una de las palabras más importantes de la historia de la
humanidad, Emilio Lledó ha recordado en Fidelidad
a Grecia (Taurus, 2020) cómo Aristóteles en su análisis de las estructuras
reales e ideales del “animal que habla” –como calificaba el Estagirita al ser
humano- construyó el edifico básico de la Lógica, la Psicología, la Física, la
Retórica, la Poética, la Metafísica y la Ética para construir el edificio de la
Política, es decir, de los saberes concernientes
al bien del individuo y de la ciudad; en realidad, eran el mismo: “pues aunque
el bien del individuo y el de la ciudad sean el mismo, es evidente que será
mucho más grande y más perfecto alcanzar y preservar el bien de la ciudad…: es
más hermoso y sublime lograrlo para un pueblo y las ciudades” (Ética a Nicómaco, I, 2).
Ese sendero, en que la reflexión
motivadora de la acción del hombre por su bien y el de su comunidad se
inicia en la Grecia anterior al siglo IV a.C. , no tiene, de todos modos,
garantía alguna de durabilidad si no está soportado en la reflexión, el conocimiento
y la cuidadosa educación. También Lledó recuerda cómo Diotima, en El
Banqute de Platón, explica que ni
los dioses filosofan –porque “ya tienen el saber”- ni los ignorantes, porque la
ignorancia les impide añorar el saber como forma incesante de apego al
verdadero conocimiento. “La ignorancia –afirma- es el castigo supremo de los
hombres y su reino es el de la oscuridad”; con las palabras -coherentes o
mentirosas con nuestras propias ideas-- establecemos la comprensión del
universo, la identificación del bien y la belleza, la verdad y la justicia que
queremos construir. Y no cabe duda de que, en los tiempos que corren, palabras
como “libertad”, “belleza”, “justicia” o “verdad”, vuelven a ser difíciles de
entender; a veces, como en los duros años 30, producen miedo según quién las
pronuncie.
Manuel Menor Currás
Madrid, 02.05.1944
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