Publicamos el nuevo artículo de nuestro compañero Manuel Menor
Ni “los buenos” son
todos buenos, ni “los malos” tampoco.
Un signo de modernidad
social y política es admitir que la realidad no es tan maniquea como algunas
versiones quieren establecer estos días.
Es difícil moverse con optimismo realista cuando en nuestro
entorno cultural se promueven tabúes profundos, incrustados en nuestra vida con
sistémicos métodos de educación retrógrada, y referencias constantes de los
medios a supuestos valores sagrados.
Tabúes
Qué sean los tabúes y cómo pesen en nuestras vidas lo ha recordado
recientemente Juan
Soto Ivars, a partir del recuerdo de una definición de Wundt, en que lo sagrado y lo impuro están
íntimamente unidos; esta coincidencia limita nuestra capacidad de razonamiento,
nos coarta y autocensura, y nos lleva a decisiones frecuentemente irracionales.
El miedo y la consiguiente parálisis de la libertad casi siempre andan por
medio y nos enredan en un juego en que siempre perdemos en nuestra capacidad de
autonomía.
El recurso al tabú siempre ha andado suelto en la historia de la
humanidad, pero en los tiempos que corren, tan aptos para las perspectivas apocalípticas que suelen
acompañar a todos los miedos –como estudió Delumeau-, corremos el riesgo de que
se acentúe la parálisis que esta pandemia ha traído consigo. Ciñéndonos
estrictamente a lo que las elecciones a la Comunidad de Madrid están propagando
en un momento tan enigmático, es sorprendente que nadie en el entorno de la
candidata del PP se oponga a ese eslogan viejuno que pretende que quienes
tengan la facultad de votar elijan entre
“libertad o socialismo”.
El publicista de esta mujer pretende que la veamos como una
especie de Juana de Arco o Agustina de Aragón dispuesta a defender y ampliar
ese preciado bien, mientras sus oponentes, socialistas y gentes de izquierdas,
serían sus redomados enemigos, capaces de destruirlo o vilipendiarlo todo. Desde
la revolución parisina de 1830, en que Delacroix pintó la Libertad guiando al pueblo,
ha pasado un tiempo; pero en este relato que ha empezado a prodigarse desde el
mismo anuncio del anticipo electoral, la realidad de lo que acontece parece no
importar nada. Les sobra con que la gente que se guía por los medios se crea el
cuento, mientras ponen en marcha los sutiles
caminos propagandísticos de otrora, de más de ochenta años de existencia, en
que los republicanos de entonces eran presentados como unos vendepatrias,
encomendados al taimado complot judeomasónico para deshacer las sagradas
esencias de la patria, anteriores incluso a la reina castellana Isabel la
Católica, que erigieron además, en sostén y modelo de feminidad a punto de
llegar a los altares, como consta en el archivo catedralicio de Valladolid.
Los nuestros
En la pelea dialéctica actual, la España de “los nuestros” y “los otros” sigue viva; sigue
implícito en el relato neoconservador que los demás no parecen desear para la
colectividad ningún bien sino el mal, mientras que lo poco o mucho que se haya
enriquecido en el transcurso de los años se debe exclusivamente a “los
nuestros”, incluida la propia “libertad democrática”; en esta historieta, ni
las peleas antifranquistas han existido, ni las transacciones y pactos de la
Transición. “Los nuestros”, herederos de la Victoria proclamada el 04.04.1939,
son los únicos detentadores del bien y la verdad e, independientemente de las tergiversaciones,
engaños y zorrerías zafias en que puedan
haber andado, siguen siendo los buenos; “Los otros”, por naturaleza, son
siempre los malos.
Los madrileños se encuentran ahora con un gran problema antes de
decidir votar a esta hipotética heroína rediviva. Por un lado, tienen este
soniquete de “los buenos”, recibido por herencia familiar o por el impacto de
la partitura que entonan los beneficiados por el caprichoso uso de la libertad
de mercado. Por otro, las alusiones que en la calle se pueden oír de continuo,
acerca del trato lesivo que los gestores
de esta libertad agresiva han dado a la Sanidad, la Educación de los hijos o a
la la tercera edad. Para reconsiderar la veracidad de estos otros relatos que,
al parecer propagan “los malos”, todos los oyentes y opinantes debieran considerar los datos que en esta Comunidad
de Madrid se están generando, cuando andamos en
los inicios de la cuarta ola, respecto a la gestión de la pandemia de la Covid-19. Para calibrar mejor la
calidad de unos u otros relatos y no caer en esquizofrenia, basta repasar qué
no han hecho estos “buenos” de ahora y cómo, pese a ello, piden
responsabilidades a otros para que suplan lo que no han hecho en el transcurso
de este año pasado; por ejemplo, en el descontrol de la contención de
movimientos de los ciudadanos mientras la muerte no era tenida en cuenta, como
si de una variable independiente se tratara. Y, tampoco debieran obviarse los
datos relativos al empleo que hayan hecho de la supuesta libertad para dañar los intereses comunes, ni torcerse la memoria
sistemáticamente cuando los hechos reales indican poco aprecio por la democracia;
por mucho que se quiera presumir de ella en exclusiva -sin acuerdos con los
demás-, se sobrepasan sus frágiles líneas rojas.
Bailando con lobos
Se ha de recordar, en fin, que cuando no había libertad, los que iban a la cárcel o padecían en
carne propia el autoritarismo franquista nunca tuvieron a gala presumir, en
nombre de la libertad, de su esforzada oposición a quienes les impedían su
ejercicio; su pelea les llevó a la carecer de ella mientras que quienes ahora
presumen de lo que no había, les echan en cara aquel afán, tan duro y costoso. Sería
de agradecer un mínimo respeto y
veracidad en la pelea política por el poder, además de alguna consciencia
de que jugar con las trampas de los tabúes acarrea amargas experiencias.
La versión publicitaria de Díaz
Ayuso recuerda al Fraga enfadado vendiendo a los gallegos la posibilidad de
que, si no le votaban a él, les quitarían la vaca… Aunque hayan pasado más de
40 años, la alta misión que se arrogan quienes estos días dividen el mundo entre partidarios de la
libertad y del socialismo, no puede ocultar que entre los que ellos llaman
malos hay muchísima gente buena, ni que entre los que suponen buenos sucede
exactamente lo contrario. Hasta en las películas del Oeste era perceptible la
falsa divisoria cuando la película era de pacotilla; el guión de esta, ni de
lejos se parece a Bailando con lobos, en
que Kevin Costner se sentía más a
gusto entre los indios sioux que entre los de su propia estirpe. Pues eso.
Manuel Menor Currás
Madrid, 27.03.2021
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