Reproducimos este artículo de ELDIARIODELAEDUCACION.COM
- La pandemia ha dado un vuelco a la vida de millones de personas alrededor del mundo. Los más afectados han sido los colectivos especialmente vulnerables, entre los que se encuentran los niños y niñas hospitalizados. Con el objetivo de garantizar su derecho a la educación, las aulas hospitalarias han tratado de seguir adelante con su labor, aún en las condiciones más adversas
Aunque todos y cada uno de los niños y adolescentes puedan verse, en mayor o menor medida, afectados por las consecuencias educativas, sanitarias y sociales derivadas de la Covid-19, existen colectivos especialmente vulnerables. Son, entre otros, los alumnos con necesidades educativas especiales, discapacidad, enfermedades raras, víctimas de violencia familiar o aquellos que presentan problemas de conducta. La atención que requieren precisa, en muchos casos, de adaptaciones curriculares e intervenciones multidisciplinares que van más allá de lo meramente educativo.
Pero, ¿qué ocurre con aquellos alumnos y alumnas que, por problemas graves de salud, requieren de atención hospitalaria o, en el mejor de los casos, convalecencia domiciliaria? ¿Cómo se atiende a sus necesidades educativas? Y lo qué es aún más complejo, ¿qué ha ocurrido con todos ellos mientras la sociedad se encontraba confinada a cal y canto en sus viviendas, pendientes de sus televisores, radios u ordenadores, a la espera de que el número diario de contagios se redujese o apareciese una milagrosa vacuna que permitiese alcanzar la tantas veces mentada “nueva normalidad” en la que actualmente nos encontramos?
Maestros y maestras contra viento y marea
En la actualidad, miles de niños, niñas y jóvenes, desde la etapa de educación infantil hasta el bachillerato y los ciclos de formación profesional, disfrutan voluntariamente del servicio de aulas hospitalarias que ofrecen decenas de hospitales repartidos por todo el Estado, desde el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) hasta el Virgen del Rocío sevillano.
El desconcierto inicial ocasionado por la pandemia fue un obstáculo que dificultó e, incluso, impidió el normal desempeño de las aulas hospitalarias en los primeros compases de la crisis sanitaria. Esto obligó, como en el resto de las instituciones educativas, a la docencia telemática lo que abrió el melón de la brecha digital. No obstante, salvo contadas excepciones, como en el caso del Hospital Universitario Puerta del Hierro de Majadahonda (Madrid), la actividad se ha reanudado ya en la mayoría de los centros. Eso sí, con ciertas limitaciones y complicaciones propias del momento presente.
“El coronavirus ha alterado el funcionamiento habitual de las aulas hospitalarias”, reconoce Carmen Narciso, coordinadora de la Unidad Pedagógica del Hospital Universitario y Politécnico La Fe, en Valencia. Con el objetivo de evitar posibles contagios, la atención se ha individualizado más si cabe, llevándose a cabo, en la mayoría de los casos, en la propia habitación en la que se encuentre el alumno. Antes de la pandemia era posible reunir a varios estudiantes al mismo tiempo en una única clase, aunque tuviesen diferentes edades y, por ende, perteneciesen a cursos académicos dispares. Todo ello, claro, siguiendo siempre las indicaciones médicas. Esto, coronavirus mediante, no es posible. “Ahora apenas podemos sacar al alumnado a las aulas de las que disponemos, ya que el aforo es limitado. Además, no podemos realizar ninguna de las actividades complementarias en las que participaban las familias y acudían profesionales desinteresados para hacer talleres, magia, cuentacuentos…”, añade Narciso.
“El hecho de atender a los niños en la propia habitación es la principal dificultad a la que se enfrentan hoy en día las aulas hospitalarias, puesto que nuestra misión no es únicamente curricular, sino también socializadora”, destaca Francisco de Pedro, coordinador de las unidades pedagógicas de los hospitales de La Paz, Ramón y Cajal y 12 de Octubre, en Madrid. “Aunque se haya perdido este importantísimo componente socializador, tratamos de seguir compaginando los aspectos puramente académicos con lo emocional y lo lúdico”, matiza De Pedro con cierto optimismo.
Curro Gavira tiene tan solo seis años. Desde el pasado mes de septiembre, cuando sufrió un ictus a raíz de las complicaciones en una intervención quirúrgica, es alumno de la Unidad de Daño Cerebral Adquirido del Hospital Niño Jesús. Iria Romero, su madre, destaca el buen hacer y la estupenda coordinación de los distintos perfiles profesionales que trabajan de manera conjunta en las aulas hospitalarias. “La atención y la comunicación entre los trabajadores del hospital es excelente, tanto sanitarios como docentes. También con el colegio. Además, la relación que se crea con la familia y con el niño es muy especial. Hay mucho cariño. ¡Se desviven por ellos!”, explica Romero.
“Lo que intentamos aquí, asegura Miguel Pérez, director del aula hospitalaria del Niño Jesús, es que el alumno continúe con la mayor normalidad posible su proceso educativo, de forma que, cuando se recupere, pueda incorporarse al centro de procedencia al mismo nivel (tanto social como curricular) que el resto de sus compañeros”. Para conseguirlo, Pérez pone el foco en “motivar y conquistar a los alumnos proponiéndoles una alternativa a su delicada realidad cotidiana en el hospital, llena de médicos, pruebas, intervenciones y tratamientos. Así, pueden aprender, descubrir y ver más allá de las cuatro paredes de su habitación. Esta evasión, tal y como demuestra la experiencia, “trae consigo grandes beneficios para la salud física y emocional del niño”, apunta.
Iria Martín, de 12 años, permanece ingresada en el Niño Jesús después de que el pasado mes de enero le detectasen leucemia en un análisis rutinario. Pese a todas las dificultades que entraña la enfermedad, Iria continúa avanzando, sacando buenas notas e, incluso, ha podido mantener la modalidad de enseñanza bilingüe. Maheba Hernández, su madre, se muestra muy agradecida por los “titánicos esfuerzos” que realizan sanitarios y maestros, al tiempo que reclama “más recursos, tanto humanos como materiales, para desempeñar su labor en condiciones óptimas”.
Otro aspecto a tener en cuenta en plena pandemia es el miedo, el temor a un posible contagio por coronavirus al regresar a la escuela en una situación, de por sí, extremadamente delicada. Esto está provocando un fenómeno curioso: un importante incremento del número de familias que han solicitado el servicio educativo de atención domiciliaria en el presente curso. En ocasiones justificado, como es el caso de los pacientes inmunodeprimidos. Otras, quizás no tanto.
Un poco de historia
En 1984 el Parlamento Europeo aprueba la Carta de los Derechos de los y las Pacientes. Dos años más tarde, en 1986, conscientes de la imperiosa necesidad de concretar las necesidades específicas de los niños y niñas que, fruto de una enfermedad o cualquier otro contratiempo, se ven obligados a permanecer durante algún tiempo en el hospital, el mismo parlamento aprueba la Carta Europea de los Niños y las Niñas hospitalizados. Entre otros derechos, como son el de recibir un tratamiento adecuado, individualizado y gratuito, contar con información sobre su enfermedad o estar acompañados por sus progenitores, el documento recoge la opción de “seguir estudiando durante su permanencia en el hospital y contar con el material didáctico necesario que aporte su colegio, sobre todo si la hospitalización es larga”. Por otra parte, “el estudio no debe perjudicar el bienestar del niño o de la niña ni obstaculizar su tratamiento médico”. Además, también se incluye la posibilidad de “seguir estudiando cuando la hospitalización es parcial o la convalecencia se realiza en casa”.
No obstante, lo cierto es que el servicio de aulas hospitalarias, aunque de forma cuasi oficiosa, arranca mucho antes en España. Lo hace en 1947, en plena dictadura franquista, de la mano de los trabajadores del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, pionero en proveer a los escolares de la posibilidad de continuar sus estudios mientras permanecían ingresados. 74 años después, todo ha cambiado. La política, la sociedad y, por supuesto, los servicios públicos han evolucionado mucho desde entonces. También lo ha hecho la pedagogía y la docencia. Sin embargo, el espíritu de aquellos primeros maestros y maestras sigue vivo en nuestros días.
El objetivo de las aulas hospitalarias, aunque expuesto con mayor pomposidad desde las instituciones, es hoy idéntico: garantizar el apoyo pedagógico y seguimiento académico de los pacientes en edad escolar ingresados en el centro hospitalario y en el periodo de convalecencia prolongada en sus domicilios. Además, aspectos como el amor, la sensibilidad, la empatía y, por supuesto, el bienestar del niño, continúan primando sobre todas las cosas cuando se habla de aulas hospitalarias. Algo que ni siquiera la pandemia del coronavirus, con todos sus perjuicios y obstáculos, ha logrado borrar del mapa educativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario