Reproducimos este artículo de Manuel Menor
Estará incompleta siempre,
pero más en la medida en que haya contradicciones entre la música y la letra
del Pacto que le dio existencia.
Las elecciones catalanas del 14F han vuelto a mostrar la
fragilidad de las palabras frente a la realidad cambiante. Indiferentes a que
solo haya votado un 55% del censo electoral, todos
dicen haber ganado y, mientras la ultraderecha entra en el Parlament con 11 escaños, el resto de
concurrentes siguen en disputa por quién tenga más razón. Maquiavelo decía, en
1513, que “Muchos
se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca
han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y
cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería
hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, pues un hombre que en todas
partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos
que no lo son” (cap. 15)
Los bizantinismos
esencialistas solo suelen tener mala prensa entre cuantos para vivir apenas
pueden salirse del hiperrealismo de las limitaciones cotidianas; cuantos ante
todo tienen que ocuparse de encontrar lo imprescindible para subsistir, no
suelen tener tiempo para darle vueltas a cuanto no sea perentorio. Llama la
atención, sin embargo, que pese a que los necesitados de asistencia crecen exponencialmente desde hace un año, lo
que más atractivo suscita en las audiencias proclives al voto tiene el aire de abstracción
evanescente. Los debates recientes en que nos han ocupado tienen en gran medida
ese calibre, unido a la costumbre de coger el rábano por las hojas. Da igual
que se hable de si este PP tiene que ver con lo que era hace nada, que se
traiga a colación que la
princesa Leonor vaya al extranjero para hacer su Bachillerato hiperprivado, que en el País Vasco un juez venga a
negar prácticamente la existencia de la Covid-19 –porque la libertad de
movimiento es primero-, que en EEUU reconozcan que Trump tuvo culpa en el
asalto al Congreso pero no quieren juzgarle…, o si los españoles hemos hecho ya
el recorrido democrático que debiéramos.
Todo nos enzarza y enreda; casi da igual cualquier cosa con tal de
presentarla bien, repetirla mucho y hacer que los oyentes se queden con una
música torcida hacia lo secundario y colateral. En un continuado prime time amarillo, a base de
insistencia en lo mismo pronto pasamos a ver como natural lo que nos dicen y
damos por válido lo que sea; no tenemos tiempo para pensar, ni medios para
informarnos adecuadamente y, al final, nos dejamos ir con lo que nos digan. Al
ritmo que vamos, atosigados por la cantidad de opiniones que nos llegan por las
infinitas terminales sociales a que estamos
conectados -y aburridos adicionalmente de la inmovilidad que impone esta
pandemia-, nos es indiferente que todo siga igual aunque parezca que han cambiado
mucho las cosas. Lo vio el Gatopardo
cuando aquella Italia del Antiguo Régimen estaba siendo removida por el recién
estrenado nacionalismo burgués delos años sesenta del XIX.
Witgenstein ya entró en esto en 1921 cuando, al final de la IGM
(Primera Guerra Mundial), publicó el Tractatus; sus límites de la ética, sus criterios del
vacío de significado y de la lógica empezaban porque no se puede afirmar algo
sin aprehenderlo bien, porque el lenguaje “disfraza
el pensamiento” y hace “insensatas” muchas proposiciones; sobre lo que no se puede hablar sería mejor
“guardar silencio” -decía-, pero las prédicas que circulan en nuestro entorno,
indiferentes a lo que importa para bien de nuestras vidas, no pasan de
tautologías y contrasentidos: los problemas profundos no son su problema.
Observar qué destacan cuando dicen que nos
informan a diario y qué palabras no aparecen nunca lleva a ver que los
silencios hablan, y no es que indiquen ignorancia, sino que tratan de acentuar
la nuestra. La Educación suele ser un buen campo de observación, pero también la
Sanidad, la Economía, las relaciones de poder…., las Autonomías, el
tratamiento que estamos dando a un problema tan grave como la Covid-19. La distancia
entre lo que nos cuentan y lo que realmente sucede indica el grado de
ignorancia que desean conservemos y, de paso, la quietud y aceptación que
quieren mostremos, listos para la siguiente convocatoria electoral.
Mantener alerta la atención a los bizantinismos
solemnes con que nos distraen es un buen indicador para aclararnos con lo que
no sucede y debiera suceder. Maquiavelo, gran maestro en estas lides mucho
antes de que Goebbels apareciera para manipular a conciencia, ya nos dejó
advertidos: “Así
pasa en las cosas del Estado: los males que nacen con él, cuando se los
descubre a tiempo, lo que sólo es dado al hombre sagaz, se los cura pronto;
pero ya no tienen remedio cuando, por no haberlos advertido, se los deja crecer
hasta el punto de que todo el mundo los ve” (cap. 3).
Manuel Menor Currás
Madrid
15.02.2021
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