De la gimnasia a la magnesia suele haber confusión verbal, aunque
no tenga nada que ver lo uno con lo otro. De la amnesia a la afasia solo hay
continuidad: lo uno suele traer lo otro. También cabe lo contrario: que de las
nulas ganas de hablar –por las razones que fueren.- se induzca a la desmemoria
y, si al caso viniere, la tergiversación de la Historia; es decir, que no se
quiera saber nada del reconocimiento ni menos del conocimiento del pasado.
Amnesias
Los mecanismos, nada sutiles, son bien conocidos. Deslizando poco
a poco el significado de las palabras, se las puede hacer perder su sentido originario.
Lo saben los semiólogos, exegetas y apologetas de los distintos credos, los lingüistas
que se precien de agudos para captar denotaciones y connotaciones. Es material
valioso para politólogos y políticos, abogados y jueces, fuente y expresión de
la variedad semántica de cuanto las leyes pretenden fijar, siempre
provisionalmente. Pero es la prensa la que, por similares razones –nada sofisticadas-,
expresa la enorme dispersión de la voluntad de sentido que pueda tener su papel.
Analícese comparativamente el lenguaje que subyace a cualquier supuesta noticia
y se podrá ver –incluso cuando beben de la misma agencia informativa- la gran
diversidad explicativa que, en unos u otros medios, tengan las palabras más
relevantes. No digamos si, a todo lo anterior, se añade la prolífica selva de
matices y contradicciones que puedan añadírsele en las Redes llamadas
“sociales”.
Igual o peor sucede con los relatos de cualquier acontecimiento,
especialmente si los intereses particulares de grupos o personas de alguna
relevancia, con su forma peculiar de mostrarse en sociedad, se ven afectados. La
tendencia general –salvo honrosas excepciones- es la parcialidad de la mirada o
la mutilación de elementos significantes. Y peor es cuando el que escribe o relata
se deja llevar por la sugestión de
exagerar y “amarillear” la secuencia narrativa o el titular de lo que quiere
contar. De todo lo cual cabe deducir razonables desconfianzas respecto al rigor científico de lo que se lee, también
más allá de los medios.
La
sentencia del Supremo es un buen momento para comprobar todo esto. En un
ejercicio muy accesible, a quien quiera autoevaluar la calidad de comprensión lectora
que tenga le bastará con observar, contrastar y sacar conclusiones. Y tal vez
algo más si el pasado anterior a estos 40 años últimos le resultara ajeno o
superado. En cuyo caso, sería recomendable que previamente revisara qué haya
hecho para enriquecer o subsanar lo que le hayan enseñado respecto a lo
acontecido en el primer tercio del siglo XX. Porque según denunciaba en 2016
Fernando Hernández –en El Bulldozer negro del general Franco-,
son muchas las carencias en tal enseñanza. Y porque, según analiza Emilio Castillejo en su tesis sobre El mito, legitimación y violencia simbólica, peor era lo que se enseñó en los manuales
escolares de Historia durante la etapa franquista. Es decir, que las
competencias comprensivas que haya podido proporcionar la asignatura de
Historia de España siguen teniendo sustantivos retos pendientes.
Y afasias
De todos modos, sea cual sea la apreciación que a cada cual le
merezca la decisión del alto tribunal español, la noticia del TS no debiera
hacer olvidar las obligaciones que, en relación con el pasado reciente sigue
teniendo la España que quiere vivir en democracia. Sin que se conozca todavía
la amplitud de lo que abarque esta
sentencia, ya se puede decir que, en el
propio Cuelgamuros, cuando se llegue a ejecutar la licencia que al parecer se
acaba de dar al Gobierno, quedarán pendientes otros deberes, especialmente con los
miles de enterrados en ese lugar contra su voluntad. Y, en paralelo –ahora con
menos justificación- la honra debida a los sepultados ignominiosamente en
múltiples fosas del país. Este asunto, habitualmente llamado de “Memoria
histórica”, no solo sigue aplazado en el proceso incoado por la “Querella
argentina”, sino respecto a otras demandas
que los relatores de la ONU habían
planteado a España –antes del 25.07.2018- por incumplimiento de Derechos Humanos en
cuanto a la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no-repetición.
El límite del “derecho internacional” reconocido en nuestro país –y con él el
de las libertades y derechos democráticos- seguirá en juego pese a esta
exhumación de Cuelgamuros.
Más cerca, persistirán prorrogadas, igualmente, otras cuestiones.
Nadie debiera olvidar que, a los nacidos en las generaciones que mediaron entre
1936 y 1978, les fue anulada, mediatizada o secuestrada la posibilidad de desarrollo
educativo que se había puesto en marcha entre 1931 y 1933. Víctimas de los coaligados
frente a la educación propugnada por la II República, no tuvieron a su alcance
sus mejores ingredientes, al no haber habido reparo en privarles, tanto de los
mejores maestros y profesores que había, como de los modelos pedagógicos y organizativos que apoyaban, para el sistema
educativo en general y para sus procesos internos de centro y de aula. Es obvio
que con ello –y no porque los astros se hubieran alineado para coaccionar a los
españoles- los camaradas y cómplices de
tamaño “triunfo” retardaron las expectativas de una sociedad democrática con
ideales de libertad y pluralidad compartidas.
Hubo, pese a todo, quien tuvo suerte con sus maestros y
profesores, y ha habido cambios importantes desde 1978, pero aquel profundo
ataque a una educación pública moderna, acorde con su importancia, todavía
sigue pendiente del saludable tono de recuperación que le es debido. A todos
los damnificados por tanto retraso se les debe una reparación, que no puede ser
otra que la pronta dignificación de un sistema educativo que no reduzca su
exigencia a mera escolarización entre desigualdades profundas.
La equidistancia aquí no vale. Es dañino que –después de 80 años-
avances que entonces estaban en marcha en muchas escuelas e institutos todavía
parezcan gran innovación en demasiados ambientes. Y es penoso que la memoria de
aquel trabajo anterior –tan esforzado y valioso- tienda demasiadas veces a ocultarse con sinrazones
miserables. Pero lo peor es que, en todo ello y en otros aspectos, siga vigente
el presagio que en 1831 –hace
188 años- hiciera Blanco White sobre un “tiempo indefinido, durante el cual
dos sistemas rivales de educación que existen en este país proseguirán la tarea
de convertir a una mitad de la población en extranjera de la otra”. ¿Hasta
cuándo?
Manuel
Menor Currás
Madrid,26.09.2019
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