Los acuerdos democráticos no serán fáciles. Seguirá siendo más barato,
pero muy arriesgado, erosionar su posibilidad con espectáculos excluyentes.
Los obispos de
Lleida y Solsona/Monzón han sido noticia, el pasado 16 de mayo, porque se
enfrentaban, ante un juez civil, por cuestiones de propiedad. Indirectamente,
estaban muy explícitas otras de índole territorial ligadas a las variaciones
administrativas de sus diócesis y, también, a las de índole política.
Tratándose de obras artísticas principalmente medievales, la volatilidad de la
Historia, de entonces a hoy, está presente en la cuestión; las relaciones de
Aragón y Cataluña también, y, con todo ello el orgullo de pertenencia, del que
poder alardear ante la parroquia.
Gresca
Probablemente tengan más interés
todavía las implicaciones jurídicas y, de carácter estrictamente vinculado a la historia del catolicismo. A lo
que se ve, el litigio no ha tenido solución en la dinámica judicial de la
Iglesia según las pautas privilegiadas que establecen los Acuerdos de España con el Vaticano de 1977-79 –con varias
sentencias internas en contra de una de las partes, que no han encontrado forma
de ejecutarse-, ni tampoco ha valido nada el concepto de catolicidad que,
supuestamente, debiera haber servido para que la disputa hubiera encontrado
arreglo: todos Iglesia y todos obedientes a lo que diga Roma. La verdad es que,
por razones más sutiles, ligadas a interpretaciones bizantinas, en los siglos
IV y siguientes –en que concilios poco conciliatorios ventilaban de un golpe
sesudas discusiones platónicas- se generaron odios teológicos capaces de
llevarse por delante escuelas de intérpretes por ser “herejes” y, de paso, sus
escritos, elucubraciones y pertenencias. El dogma -como cuenta Mosterín
a propósito de Nicea, Cartago y la serie de concilios constituyentes del
catolicismo en el siglo IV- se construyó duramente. En adelante, la escolástica
se encargaría de reafirmarlo señalando claramente a los adversarii. Más reciente, la neoescolástica de finales del XIX ha
proseguido en la faena como ha podido, tratando de tejer protecciones contra cuantos “modernismos” han
pretendido dar coherencia al relato católico en un mundo crecientemente
tecnificado. Mérito de ese esfuerzo parece que España lleve 114 años de
retraso, respecto a Francia, en cuanto a separación de Iglesia y Estado.
En los tiempos políticos que
corren, de perfiles presuntamente seculares, aflora de continuo esa misma
pulsión contradictoria. Los debates y declaraciones adolecen de
predeterminación verbal, pretenden que confundamos el rábano con las hojas y lo
que menos impulsan es el conocimiento, el entendimiento y los acuerdos razonables
para que la vida de los ciudadanos sea más digna. De la verbosidad de la
mayoría de los líderes políticos –especialmente cuando están en campaña- no
cabe sino deducir que esperan la adhesión ferviente a sus convicciones, independiente
de toda inteligibilidad; una fe que nos lleve a creer en lo que no vemos. Y del
juego de argumentos, más provocadores que dialogantes, solo se adivina la
prevalencia oportunista. Terminado hoy –provisionalmente al menos- esta cuádruple
conjunto de elecciones, al ritmo que va el tempo político parece que la
secuencia de broncas y desatinos vaya a continuar de seguido. El cómputo de lo
que ha venido aconteciendo desde hace un mes –tanto en el Parlament de Cataluña
como en el Congreso de Diputados- no hace sino augurar que lo que ocurra a
partir de este 26M va a ser un continuum de sobresaltos verbales y gestuales,
más sensacionalistas que esclarecedores, en la defensa de credos prefijados.
Ruido
En las peleas de barrio de la
infancia, lo más excitante era la sensación de control del espacio; los
descalabros eran lo de menos. En las disputas estratégicas de nuestros líderes,
esto es lo que importa. Ese parece que entiendan sea el poder y no la voluntad
de acuerdos, sin que cuenten mucho las bajas ni los efectos colaterales de los
desatinos. Se verá mejor a partir del
día 27M, cuando de fijar alianzas se trate y de concretar la calidad de las
promesas hechas en tiempo electoral que, ahora, además, tenderá a serlo todo el
que logre sostenerse alguien al frente
del Gobierno central, de uno autonómico o de un municipio.
El riesgo de que vaya a ser así
lo presagia la excitación informativa que emiten los medios de continuo, nada
desmerecedora de la que se ha podido ver a propósito de Iceta en Cataluña o de
los primeros pasos de Batet al frente del Congreso de Diputados. De
algunos/algunas actores de este espectáculo tan poco “edificante” para la
ciudadanía pareciera que cuando se levantan por la mañana listos para la vida
pública, ya salen con la prefijada intención de meterle un dedo en el ojo a sus
adversarios, con palabras y eslóganes apuntando directamente a alguno o alguna
a quien, como si de tiro de feria se tratara,
le han dicho que deben abatir. Es de ver, asimismo, cómo raudos
reporteros ya están con sus micros y cámaras en ristre dispuestos a transmitir en
directo el resultado de la salvajada textual y tontería verbal. Con dos o tres
dosis en vena, los oyentes y televidentes del espectáculo educados quedamos
inoculados para el resto del día. Si de votar se trata –hoy, 26M, la segunda
serie de la temporada-, aleccionados nos dejan para adecuar la papeleta al
cabreo. Y si de ir al curro, como sucederá mañana 27M a la mayoría, preparado dejan
al personal para tratar a semejantes, compañeros o subordinados, a seguir el
ejemplo de los más enojados próceres; todo menos procurar un ambiente sociable
y más atractivo para todos.
Y sordera
A estas alturas de la película, después
de un mes de juvenil bombardeo de tal guisa, mientras los riesgos de
inestabilidad internacional crecen y la brecha
social sigue donde se ha instalado en los años de crisis, la sordera
respecto a la educación formal, pública, parece que vaya a seguir donde la
han dejado en esta desabrida coyuntura. Sin embargo, ello no ha sido obstáculo
para que, en estos últimos años, el crecimiento de las ganancias empresariales
en este ámbito se hayan multiplicado. Como escribe Daniel Sánchez
en Eldiario.es, “los colegios
privados y concertados han duplicado sus ingresos en 13 años”.
Habida cuenta de que, a causa de
la hegemonía de las organizaciones de la Iglesia católica en este sector
educativo, “el pastel” de lo que se lleva en subvenciones cada año son
4.866 millones de € cada año, y teniendo en cuenta además, que la inmensa
mayoría de los datos estadísticos sobre práctica religiosa son muy inferiores
a la proporción que representan quienes envían sus hijos a estos colegios,
resulta sorprendente que los obispos hayan recurrido –y no es la primera vez
que lo hacen- al arriesgado recurso del “impacto socioeconómico” de su actividad
para justificar privilegios pagados con
dinero de un Estado supuestamente “aconfesional”.
Muy constantinianos parecen nuestros obispos en esta continuada vocación por verse como un
Estado dentro de otro Estado, y muy sordos a las raíces de su propio Evangelio
para ser cómplices de los partidarios del neoconservadurismo, bien sean estos
personajes mediáticos, empresarios o representantes electos, activos en las
instituciones públicas. Tan natural les parece y tan voluntad de Dios, que no
dudan en su melifluo colaboracionismo para que la sagrada ley de la oferta y la
demanda triunfe cada año un poco más y se imponga sobre criterios de
fraternidad social. Pura economía clásica, bendecida urbi et orbi: con su inclinación a la “libertad de elección de
centros”, solo incentivan la acumulación capitalista, en la que tan a gusto se
encuentran hablando de caridad. Como si a menos Estado de Bienestar en
igualdad, tuvieran más opciones para ejercer tan excelsa virtud religiosa.
¡Atentos!
TEMAS: Representantes electos. Obispos. Acuerdos de España con el
Vaticano. Colegios privados y
concertados. Libertad de elección de centros.
Manuel Menor Currás
Madrid, 26.05.2019
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