domingo, 14 de enero de 2018

Homo Deus (Manuel Menor)

Manuel Menor nos envía su último artículo:

La utopía del Homo Deus entretiene, pero no arregla lo que nos oprime a diario

Tampoco subsana las penurias que nos autoimponemos, públicas y privadas, por miedo, ignorancia o mala experiencia. Por algo el sistema educativo avanza lentamente, cuando no retrocede.

 Sostenía Salvatore Satta que es posible que la vida de un pueblo se desarrollara en una unidad de tiempo y lugar, como las antiguas tragedias, y que la sucesión de los acontecimientos poseyera la misteriosa fijeza del cementerio. Vista por Dios, en El día del juicio –ese era el título de su gran novela póstuma, en 1979-, creía que “la vida aparece exactamente así”. Si el éxito de  un pueblo o de un país se midiera por los cambios habidos en muchos años más que por la pura cronología, primaría la devastación de los cuerpos y vidas de sus gentes. Por encima de muchas otras consideraciones, se vería que en cuestiones sustantivas todo seguía como hace diez, veinte u ochenta años, incluso. Hablaba de lo que había sucedido en Cerdeña. Podría valer para España en no pocos aspectos, después de tantas crisis como las habidas en la historia de estos 80 años últimos.

Derechización
Este 2018 va a resultar muy educativo para entenderlo. Las muchas lecciones que nos está proporcionando desde que ha empezado, congruentes entre sí, están logrando ese objetivo de manera muy satisfactoria. Si se toma como evaluación rudimentaria cuanto los informes sociológicos van diciendo –esa instancia a la que cada día se pliegan más nuestros partidos-, se verá una gran concordancia entre el proyecto y la derechización de la sociedad española hasta extremos que, en los años setenta y ochenta, hubieran imaginado difícilmente los más reacios al cambio. La metodología que –con amplia colaboración de los medios y, sobre todo, de TVE- se están desarrollando para conseguirlo, además de contar con la inestimable aportación de Cataluña acumula cada día episodios didácticos de gran relevancia.

Meteosat
Destaquemos en este sentido cómo la pertinaz meteorología vuelve por sus fueros. Si era austeramente imprecisa pero útil para justificar lo injustificable, sigue cumpliendo actualmente ese relevante papel, a la par que el de fuente primordial de aprendizaje. Desde que los hombres del tiempo eran más voluntariosos de lo que técnicamente podían permitirse, ha vuelto a poner en valor las dotes de la improvisación. De nada parece valer el Meteosat de segunda generación ni el AEMET. Tampoco ha valido mucho la leve exageración que suelen poner en los noticiarios para curarse en salud y  no volviera a repetirse lo de aquel 27.02.2004, en que, con Álvarez Cascos en Fomento, quedaron atrapadas entre Pancorbo, Briviesca y Miranda de Ebro unas 5.000 personas. Da lo mismo cuando los altos responsables de estos asuntos son los primeros en no enterarse de los riesgos graves que pueden tener sus descuidos. Todo parece indicar que la gestión de esas previsiones y de las medidas pertinentes para hacer frente a los inconvenientes en el tráfico, ha sido irresponsable. Y todo sigue aconteciendo como cuando “la pertinaz sequía”: según estos excelentes gestores, la culpable es la gente, y más la poco precavida. Lección a aprender: mejor desconfiar. Quienes dicen tener autoridad en cuestiones fundamentales son, como mínimo, incompetentes.

Providencia
La lección número dos viene del expediente con que han pretendido responsabilizar a la concesionaria. Lo más probable es que esa tradición de irresponsabilidad –acreditada ya también con Cascos al mando- vuelva a confirmarse. Las grandes empresas saben cómo bandearse en situaciones de conflicto y, como otras veces ha sucedido, podrán alegar cualquier excusa; les vendrá en ayuda el hecho de que –casualmente- a la concesionaria de la AP-6 se le acaba el período de concesión estipulado. Previsoramente, tienen a favor de su rentabilidad de 65,3 millones de euros en 2016 que ya fueron soltando el lastre del 23% de empleados. En síntesis, es el proyecto habitual de los emprendedores neoliberales, en que la seriedad del servicio a los usuarios no aparece en lugar principal. Solo es cuestión de suerte, por tanto, no verse afectado. En el pasado, las consecuencias de similares comportamientos se encubrían con la supuesta voluntad de Dios providente. Hoy, en un Estado sedicente aconfesional, según el art. 1. de la CE (Constitución española), sonaría extraño. Aunque con tantos remiendos como tiene ese adjetivo, no es muy imprevisible qué se enseña en tantos centros educativos con el currículum de Religión que publicó el BOE en 2015, dando cumplimiento a la LOMCE.

Estado mínimo
La tercera lección implica –sin voluntad de adoctrinamiento- que, de las dos lecciones anteriores se deduzca algo práctico. Aunque algo incorrecto para lo que se lleva, su coherencia viene de que cuanto rodea esta concesión o privatización temporal de la AP-6 es similar también a cuanto sucede, crecientemente, con una parte muy importante de los servicios que en este país existen. Entre otros, en aspectos   fundamentales como Educación, Salud, Información, Aguas, Petróleo o Electricidad. Es decir, que queramos o no, estamos pillados, a merced de estos gestores privados y con ausencia creciente del Estado en  estas prestaciones y, a veces, con dejación de responsabilidad en el cumplimiento de su obligación con los ciudadanos. Todos estos ámbitos son sin duda de gran fertilidad rentable  para sus concesionarios, pero, sin duda, a cuenta de lo poco que suelen prosperar las demandas de malos servicios, atrasos e incumplimientos con sus usuarios.

Ahora bien, el libre mercado no prescribe, en puridad –tal como lo concibió Adam Smith-, que los accionistas de estas empresas concesionarias, subarrendatarias o subvencionadas, solo traten de sobrevivir a cuenta de un público cautivo, que no amigo. Con excesiva frecuencia, y no pocos apaños solapadamente monopolísticos, su contribución a la productividad real –y no meramente financiera- es inexistente.  Lo lógico, por tanto, sería que, a la más mínima inconveniencia, desajuste o incumplimiento del contrato estipulado para el logro de la privatización, subvención o concierto, para evitar un mayor menoscabo de los derechos de los usarlos revirtieran al erario público –y al de los ciudadanos perjudicados- los beneficios que estas empresas concesionarias consiguen.

Anoten, sin embargo, los inconvenientes prácticos que tiene cuanto no sea proseguir en la inopia, como si todo estuviera bien. No olviden –como gran lección de la continuidad de los tiempos- el itinerario que suelen seguir estas quejas en caso de producirse, incluidos comportamientos mafiosos de diverso alcance. Pero sobre todo, lo que estos acontecimientos últimos enseñan es que echar la culpa a otros ya es un clásico en este terreno, reiterativamente idéntico a cuando era tradicional y muy apropiado para el Celtiveria-show  de Carandell. La gran innovación última –digna de la exposición que el Museo ABC exhibe del TBO- es la del kit novedoso de la DGT, consistente en que habremos de llenar el maletero del coche con una cajita en que quepan 18 artículos, pala incluida, para sobrevivir. Quien no los llevare sería más culpable de su desatino. ¿No se habrá quedado corto el inventor de esta improvisación, tan fantasiosa que pronto tuvieron que tirarla al cesto de los papeles?

Amiguismos clásicos
No se acaban aquí las lecciones de estos días, pues nuestros políticos más ociosos se toman los cargos como algo que les es debido y sin contraprestaciones de obligado cumplimiento hacia la ciudadanía que les paga. Muchos siguen con la misma inexorable parsimonia –tradicional ya en el siglo XIX, desde antes de que empezara a contar el tiempo de la modernidad-, y con la misma indiferencia hacia una sociedad que demanda agilidad y, sobre todo, seriedad en el uso de los recursos de Hacienda.  Su política de improvisación es ajena al conocimiento, sólo trata de ver si amaina; improvisan y juegan con los tiempos por ver si cambia el aire, les reeligen y siguen tirando entre amiguetes fieles. No a otra cosa que la irresponsabilidad –esa constante de la política chapada a la antigua- cabe atribuir a escenas y relatos como los que hemos oídos estos días en sede judicial –el del responsable de Gúrtel no tiene desperdicio- o viendo a Rodrigo Rato en sede parlamentaria.   A nadie debiera extrañar el breve comentario de Público, según el cual dos tercios de la colosal deuda pública española -alrededor de medio billón de euros de la última década- procede de los gestores del PP. ¿Han caído en la cuenta de la cantidad de amigos de Aguirre que están imputados? ¿No es sorprendente que en dos de las CCAA más ricas este pueda ser un año especialmente horrible desde el punto de vista judicial para selectos especialistas en detraer recursos públicos para sus particulares intereses? ¿Seguirán siendo intocables?

Homo Deus
Sigue teniendo mucha publicidad este best seller y el que le precedió, Homo sapiens, pese a múltiples cuestiones que deja en el aire y a una vaga abstracción que le permite jugar con interpretaciones más aparentes que consistentes. Sostiene Yuval Noah Harari que “en un futuro no muy lejano podremos crear superhumanos que aventajen a los antiguos dioses […] en sus facultades corporales y mentales”.  La ingeniería genética estaría a punto de producir cambios poderosos en nuestras capacidades. Desde la mera hipótesis y, sin especificar para cuantos humanos estarán disponibles tales potencialidades, se aventura en que, “cuando pensamos acerca del futuro, nuestro horizonte suelen estar limitados por las ideologías y los sistemas sociales el presente. La democracia nos anima a creer en un futuro democrático, el capitalismo no nos deja contemplar una alternativa no capitalista, y el humanismo hace que nos cueste imaginar un futuro más humano”. Y, después de abrumarnos con 491 páginas de prolijas combinaciones de datos y asuntos, concluye que hemos de “aflojar” estos “amarres” condicionantes y “permitirnos pensar de maneras mucho más imaginativas”.

Cuánto de imaginativas y a conveniencia de quiénes, no parece responsabilidad del autor. Tampoco le preocupa que, entre las primeras previsiones del Génesis, estuviera la de esa tentación deificadora; que el “progreso” haya tenido en los dos siglos pasados graves derivaciones; o que el ensueño del maquinismo último hubiera hecho soñar infructuosamente a muchos en los últimos 50 años. De todos modos, un razonamiento que le sirve de base optimista, viene bien aquí, probablemente también como lección adicional a cuanto nos ha deparado esta semana. Pongamos que la provocadora hipótesis evolutiva  del joven divulgador Yuval tuviera consistencia y que la muerte tan solo fuera ya un problema técnico y no un asunto de curas y teólogos como, según afirma, era en el pasado. Si el hambre, la peste y la guerra están ya dejando de ser los enormes problemas que fueron, “estaría en nuestras manos –asegura voluntarista- hacer que las cosas mejoren, y reducir aún más la incidencia del sufrimiento”.

 Anima el autor, de este modo, a no ser derrotistas o escépticos sobre tamañas predicciones utópicas que la tecnología nos pone -¿ahora sí?- al alcance de la mano. No obstante, de haber vivido experiencias como la reciente de la AP-6 o las de cuantos han visto frustradas sus vidas por los gestores de las últimas crisis españolas, este ilusionado propagador de los supuestos beneficios que nos trae el “Internet de las cosas” muy probablemente centraría sus afanes literarios en las razones por las que tardan tanto en evolucionar los que en Historia se conocen como “tiempos largos”, a que tanta atención ha prestado la historiografía francesa. Para los émulos de Julio Verne son poco atractivos y muy poco excitantes esos asuntos aparentemente nimios y tan vulgarmente evenemenciales que todavía nos suceden todos los días, pero cuyas raíces se hunden en la más terca “fijeza del cementerio”.  

TEMAS: Homo Deus. Salvatore Satta. Cambio y permanencia. Continuidad. “Tiempo largo”. Historia y ficción. Privatizaciones y abusos. Incompetencia.

Manuel Menor Currás

Madrid, 14.01.2018

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