Manuel Menor nos envía su último artículo:
Navegar
es preocupación principal de cuantos pretenden vivir con dignidad
En buen tiempo no faltan
pilotos. Pero con mar arbolada, para la salvación de la nave y de la
tripulación de poco vale alegar que la mar es siniestra.
Según Caballero Bonald, un antiguo adagio atribuido a Platón
dividía en tres los grupos de humanos: los vivos, los muertos y los navegantes
(“Del mar y la memoria”. Cuadernos Grial.
2003). Aparte de que otros atribuyen a Sócrates esta apreciación, el propio
poeta jerezano la estimaba excesiva, pero no la desmentía porque “todo aquel que decide, ya sea en un
repente fervoroso o después de una meditada elección, mantener unas relaciones
más o menos estables con la mar, tiende también a desentenderse de ciertas
pautas convencionales de la vida cotidiana”.
Marineros en tierra
Alberti sabía que una licencia taxonómica de este cariz tiene
muchas virtualidades literarias. Sobre todo, para cuantos se sienten náufragos
y con gran experiencia marinera cuando se dan a reflexionar sobre la vida, sus
bitácoras y singladuras, ya sea en plan muy personal ya en perspectiva más
genérica. Los ricos tesoros sumergidos, el Odiseo de Homero, los tiempos
protozoicos y hasta las aguas de la
memoria han dado mucho juego para tocar muchos aspectos humanos, pues el mar no sólo ha sido centro de la vida
y por ello es mejor el femenino para denominarle –la mar-, sino también el gran
camino. Curiosamente, también los nacidos tierra adentro, que nunca vieron la
mar, se sienten atraídos de inmediato por su gran inmensidad, sonido, amanecidas
y puestas de sol, galernas o bonanza, el
brillo de la luz en su superficie, los colores plácidos… Antes de los selfies fueron las infinitas
declaraciones de entusiasmo ante su espectáculo cambiante, y la vía láctea ya
había guiado a muchos hacia el finis terrae, hasta las cimas del Monte
Pindo, cerca de Carnota (Coruña).
De algún modo, todos somos navegantes en un proceloso mar y
algunos se sienten en el pilotos de los demás, por oficio o supuesta vocación.
Y aquí empieza el lío de si la navegación es correcta y el que lleva el timón
está bien avisado. En esto Platón fue un adelantado y, bastante escéptico,
entendía que el “gobierno real es una ciencia”, una episteme, pero “no una ciencia cualquiera” y poco accesible. Decía
que,
“Así como el
piloto, preocupado constantemente con la salvación de su nave y de la tripulación, sin escribir
leyes, sino formando una ley de su arte, conserva
sus compañeros de viaje, en igual forma el Estado se vería próspero, si fuese administrado por
hombres que supieran gobernar de esta manera,
haciendo prevalecer el poder supremo del arte sobre las leyes escritas”(El Político o de la Soberanía)
Más allá de la ley, debería
estar la ciencia de gobernar, porque la ley, por sí misma -y pese a que, mejor
es tenerla que no tenerla-, es incapaz de fijar lo más conveniente o qué sea
“con exactitud lo mejor y lo más justo para todos al mismo tiempo”. La
prudencia del piloto-gobernante ha de cuidar “de la única cosa que importa, que
es hacer reinar con inteligencia y con arte la justicia en las relaciones de
los ciudadanos; que sean capaces de salvarles y de hacerles en lo posible
mejores de lo que antes eran”. Ese sería el gobierno perfecto y, como hace ver
en ese mismo diálogo –más suave con la democracia que en La República-, difícil de realizar.
Ello no obsta para que, en la reconsideración de lo que nos toca
vivir, podamos medir en el periplo que atravesamos las distancias entre lo que
tenemos y lo que deberíamos tener en la nave en que viajamos. Hoy son muchos
los que, solitarios o en grupo, han hecho grandes travesías marinas y han dado
noticia de las dificultades de convivencia en una pequeña casa sobre el agua.
Cuando en 1973 Santiago Genovés llevó a
cabo el proyecto de la balsa Acali, acompañado de otros diez expedicionarios de diversos
credos, etnias y sexos, una de las finalidades explícitas era la de observar
experimentalmente las dificultades del comportamiento interpersonal en un
espacio reducido.
Tenemos a nuestro alcance aprenderlo. Cada día está lleno de
advertencias y lecciones sobre el estado de la mar, la ruta, la calma chicha, los
vientos y corrientes dominantes, las derivas, la pericia de quienes pilotan
esta nave en que remamos e, incluso, la salud física del propio barco. Es de
gran importancia para el éxito de esta travesía repasar qué haya pasado con lo
que era de todos en el transcurso de estos años con el PP en el gobernalle: en qué medida se haya o no deteriorado y no
sólo en Madrid, es buena referencia para entender otros desnortamientos
ilegales, alegales y tramposos en la Sanidad o Educación públicas. A estos doos
instrumentos centrales en el buen convivir colectivo, la privatización y la
disminución de recursos les han sido suministrados para que la segregación de los selectos fuera más notoria. Y esto de armarse de una ley para
gobernarlos a contrapelo de la mayoría social que más los necesita -y que ayuda a que el barco flote-, es buen signo
de mal gobierno en esta bogadura.
Lo de Cataluña y su intriga legal o no legal espantaría a Platón,
que se haría más escéptico todavía respecto a la capacidad de nuestros
gobernantes para demostrar un saber hacer político a la altura de las
inclemencias. Y tampoco las últimas casi 60.000 hectáreas quemadas en lo que va
de año les dejan en buen lugar. Quedan todavía meses de prolongada sequía para
ver mejor el aprecio que promueven desde la España llena hacia La España vacía de que habla Sergio del Molino, coincidente en su inmensa mayoría con la creciente despoblación
rural.
Esto nos lleva a dos corrientes que inspiran bastantes movimientos
de deriva incierta y naufragio posible. Vean, si no, lo relativo al poder del
dinero, capaz de traspasar todo buen hacer, como deja traslucir es el caso Neymar,
el futbolista brasileño que jugaba en el FC Barcelona. Comparar los costes de
su traspaso al PSG con lo que nuestro Gobierno gasta, según los Presupuestos
Generales del Estado de 2017, en tratar la pobreza infantil permite advertir que la prima de 220 millones sobrepasa en un 120%
lo que se dedica a este serísimo asunto. Uno de cada tres críos españoles tiene
riesgos graves de exclusión y se traduce en pobreza educativa: un tercio de
nuestros chavales está predestinado –desde antes de nacer- a la exclusión o sus
alrededores,un problema que se agrava en vacaciones. El otro movimiento, más calculado
y no menos inquietante, está orientado a que nadie se entere de qué esté
pasando y no dude de las cartas de navegación de los egregios timoneles. Es
observable en un periódico como El País, que, durante
bastantes años, pretendió orientar a muchos lectores de manera entre liberal y
lúcida. Hoy, su línea editorial apenas discrepa de la que, en asuntos
sustanciales, tienen periódicos conservadores e integristas. Palpable ya en los
años 90 de Felipe González –como ya denunciara el periodista Gregorio Morán-, en
los últimos meses sólo alguna columna de opinión, más costumbrista que
política, es capaz de suscitar curiosidad.
El resultado es el previsible. Ya los que tienen que ganarse el
pan con su trabajo desconfían de la izquierda política y votan derecha o
ultraderecha, fuera y dentro de España. Algo tiene que ver en ello también la
propia izquierda y sus fragmentaciones, empeñadas en marcarse la diferencia
entre sí y, a veces, la indiferencia hacia cuanto sucede. Háblese de
sindicalismo o de partidos, es muy habitual que se les culpe del daño que vive
en sus recursos gran parte de la población que no logra empleo o que, si trabaja, nadie le garantiza el salario
adecuado a una vida digna. Sólo 1/20 de los nuevos contratos es indefinido y más de 140.000 desaparecen a
finales de cada mes por ensalmo, para reaparecer el día uno del siguiente:
milagros de las reformas últimas. Crece algo este tipo de empleo, pero seguimos
con paro alto de la población activa y problemas estructurales sin resolver. Uno
de ellos es que nuestras políticas de empleo están a la cola de la UE, y que el 92% de los nuevos empleos sigan siendo muy precarios.
Si el grumete supiera y
el patrón también…
El paro y la corrupción –cuestiones a que quienes pilotan esta nave no están
atentos como debieran- siguen siendo las que
más marean a los que viajan en este barco. Curioso es, sin embargo, -por
no decir disparatado- que, entretanto, siga proliferando la expectativa de un
gran pacto educativo que, sin garantía alguna de seriedad en lo social,
pretende ser la panacea para una navegación política acertada. Ni es esta de la
educación una prioridad en la desazón de los navegantes, ni tampoco lo es en
las decisiones de quienes gobiernan esta nave. El caos, la falta de presupuesto
y los errores han dejado a muchos docentes sin plaza e, incluso, es ya visible el mapa de centros de
esta Comunidad que en septiembre estarán inacabados. Madrid es una
avanzadilla de lo que en este ámbito sucederá en otras Comunidades. Lo es en
proseguir, como antaño, en una tradición de gran arraigo desde los años
cincuenta, improvisando el rumbo y poniendo parches ineficaces a la quilla de
la nave. A lo luz de lo cual, bien merecería la pena que cuantos navegamos en
ella, tripulantes, internautas y remeros, repensemos aquello de que “quien siembra
vientos recoge tempestades”, y más cuando, según otro viejo refrán emparentado
con lo que Caballero Bonald atribuía a Platón, en el tiempo que nos quede de
vida –lo único que tenemos- Navigare necesse
est, vivere non est necesse (Es necesario navegar, no lo es el vivir).
Manuel Menor Currás
Madrid, 04. 08. 2017
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