Manuel Menor nos envía su último artículo:
Para
muchos, ya van más años de democracia que de etapa franquista. Pero no cabe
decir que la hayamos desarrollado tanto: en Educación, el listón ha sido bajo.
Hay logros importantes que -como reclama Antón Saracíbar para
1977, el año “que volvimosa ser libres”- están cumpliendo 40
años o están a punto de cumplirlos. Ya se han cumplido en cuanto a la libertad sindical, y ahí
siguen también los del atentado múltiple de Atocha. 40 años ha cumplido una de
las asociaciones de padres y madres más reivindicativa en asuntos educativos, la FAPA Giner de los Ríos (de Madrid). Acababa de ver la luz la “Alternativa para la Enseñanza”
en que se pedía un “salario mínimo de 20.000 pesetas, estabilidad en el
empleo-no al paro, escolarización gratuita, gestión y planificación democrática
de la enseñanza, sindicato democrático, por la amnistía y por las libertades”,
y se reivindicaba “la escuela única”: todavía no había Constitución…
Conmemorar qué
Los riesgos de que hayan pasado 40 años son múltiples. Para
quienes no los tienen o los han cumplido recientemente, pensar que todo eso ha
estado siempre ahí, como el otoño después del verano en el ciclo estacional. Y
para quienes ya eran talludos en 1977, después de los 40 grises anteriores, creerse
que su naturaleza es tal que una vez logrado se sostiene por sí mismo. Es otra
forma de olvido y justificar “batallitas” que no evitarán que reviva el abuso.
El recurrente abuso de lo natural como excusa es un eufemismo
cargado de trampas. La naturaleza enseña a cuantos abandonen el encapsulamiento
urbano lo poco simpática que puede ser, y lo frágil y mutante que siempre es. Ahí
está el río Ebro, el más caudaloso y largo de España según nos enseñaron en la
escuela, cuyo tramo medio lleva en este momento un caudal de 35 metros cúbicos
por segundo cuando lo “normal” –la media estadística de registros hidrológicos
fiables- sería que llevara 100. Quienes sigan el ritmo de las floraciones y llegadas
o partidas de aves migratorias pueden decir cómo es de arriesgado fiarse de la
“belleza” y “normalidad” de la naturaleza si preocuparnos de cómo interferimos
en sus ritmos haciendo peligrar nuestra propia ecología.
Los historiadores que documentan fiablemente el pasado saben mejor que nadie del riesgo de
silenciarlo o manipularlo. Si algo constituye al ser humano es su memoria y su
historia: no son lo mismo y se complementan.
Cuantos hayan tenido cerca el Alzheimer saben del deterioro de quienes lo
padecen y el vegetar indeterminado que acarrea. Similar es lo que producen
determinadas narrativas que, aunque se digan históricas, son imaginarias y poco
fiables. Incluso las hay oficiales y siempre han estado en muchos libros de
texto, un asunto que seguirá dando la paliza indefinidamente. Les encanta adoctrinar adoctrinar,
y todavía a estas alturas su referencia de autoridad es la Enciclopedia Álvarez: 22 millones de ejemplares se vendieron entre
1951 a 1966, a los que sumar varias ediciones facsímiles para añorantes después
de 1997. Todavía va a ser difícil concordar a gusto intereses tan encontrados
como en esto se concitan, lo que seguirá dando validez al refrán gallego: cada un fala da feira según lle vai nela…
De todos modos, merece la pena echar la vista atrás de manera
reflexiva sobre lo vivido colectivamente en esos 40 años, la edad media de la
esperanza de vida actual. A condición de no mirarlos como solemos cuando
ejercemos de turistas: el turista habitual, según describió J.D. Urbain en
1993, es “el idiota que viaja”. Es más recomendable la actitud del viajero,
dispuesto a sorprenderse y aprender. Conviene asimismo no dejarse manipular por
las urgencias del presente: suelen enturbiar el aprendizaje que, si es pausado
y documentado, puede proporcionar el pasado. En fin, los interesados en esa
búsqueda explicativa no han de olvidar que los “eventos” conmemorativos
–especialmente los oficiales- suelen ser encerronas en que el poder triunfante
se justifica a sí mismo, tentación que abunda más cuanto más alejado esté de la
pretensión original. Los libros, folletos y eslóganes que en tales ocasiones
florecen, casi solo hablan de quien los patrocina. Rara vez son ocasión para
aprender algo que no sea otro modo de que se fortalezca un orden instituido en
que nada sea cuestionable. Cuando se invocan los años transcurridos -25, 50, 75
ó 100 son muy socorridos-, raro es que no sea para tapar la boca a quien
discrepe… en lo que sea. Sin ir más lejos, ahí está la Iglesia, superviviente
durante casi dos mil años: la adaptabilidad de sus centenarios es sorprendente,
como ha podido verse en la última visita del Papa a Fátima hace unos días. Y entre miles de ejemplos, ahí tenemos al
PSOE alegando 148 años de existencia como argumento incierto.
La Historia maestra
Suele decirse que la Historia es maestra de la vida. Y no está mal si se parte de que, cuando Cicerón dijo lo de magistra vitae, lo que afirmaba en
realidad no se refería a la Historia sino las “historias” o cuentos que, como
saben cuantos gustan de contarlos a sus pequeños, tienen habitualmente alguna función
moralizante o didáctica. Adecuada a un sistema de valores morales que se
quieren inculcar, la idea es: haz como fulanito y te irá bien. Si leen El Conde Lucanor, que escribiera Don
Juan Manuel en el primer tercio del siglo XIV, verán cómo reproduce el éxito de
la sentencia ciceroniana, transmitida a través de los estudiantes de Retórica y
elocuencia porque iba estupendamente para atraer la atención con anécdotas
“ejemplares”. El poder lo sabe y quienes lo detentan lo intuyen.
No es mal ejercicio para los preocupados por la Historia –y no por
las invenciones interesadas en ocultar atropellos- tratar de resolver dudas
sobre lo relevante a saber. Suelen ser la clave de lo que merece la pena
aprender. ¿Para qué? La mayoría de las veces, no para repetirse y
esclerotizarse. Y muchas otras para modificar lo que haya que modificar pero
sin perder la brújula. Conste que la
esencia del conocimiento histórico es el cambio, no la geología estática. Tampoco
es suya la moral de lo que está bien o mal, ni la metafísica de las esencias. Y
si bien se mira, no se vaya a la Historia con la pretensión de hacerse un
experto en Erística, esa derivación de la lógica que Shopenhauer denominaba El arte de tener siempre razón. Los
saberes de la Historia son más humildes, pero muy valiosos respecto a la verdad
y lo verídico. Por eso tardó en llegar de verdad a las aulas –como Antonio
Viñao ha estudiado- y por eso se la desvirtúa tanto.
Esta semana se están produciendo sensibles movimientos que, si no
se pierden de vista, permiten observar de cerca este andamiaje metodológico. A
partir del domingo por la noche, se abre un compás de espera para ver hacia
dónde evoluciona el PSOE. Si la Historia es “cambio”, más interesante no puede
ser el conocimiento del que de ahí surja: hacia dónde, cuántos afiliados lo van
a seguir, cuántos cambiarán de acera; y, en el horizonte próximo, cuántos
votantes ligarán su voto a lo que entiendan que les conviene del nuevo PSOE.
Más acuciantes pueden ser las dudas de quienes les hayan votado desde finales
de los setenta y especialmente en el 82. No dejarán de hacérselas antes de
emitir sus próximos votos: ¿Es este mi PSOE? ¿Es este el PSOE original? ¿Es
otro PSOE? ¿Para llegar a esto ha hecho falta tanto traqueteo del tren en este
último año y en el supuesto debate a tres? ¿Si viniera ahora el Pablo Iglesias
de 1879 se reconocería en este nuevo PSOE? ¿Con cuál de los tres candidatos se quedaría?
Al compás de estas cuestiones –y otras que pueden hacer más
compleja la observación de lo que vaya a ocurrir-, quienes hayan votado a este partido en el pasado
es muy probable que se sigan preguntando si no les merecerá más la pena votar a
otros partidos. Y puede que algunos también se pregunten si ellos o los
afiliados no se habrán aburguesado tanto en estos 40 años molestarían mucho
aquel PSOE inicial, fundado precariamente en Casa Labra. Bien. Pues la prensa y
los medios ya lo están contando antes de que suceda nada el domingo. Ya se
puede comparar qué dicen unos y otros; es un buen ejercicio documental para todo
buen lector de historia que quiera hacerse un criterio propio. Añádanle los floridos comentarios de opinión
que empezarán a bullir el propio domingo por la noche, y podrán aumentar el
material en qué entretenerse para dilucidar si les dicen de manera incontrovertible
qué haya pasado. ¿Habrá que esperar otros 40 años –quienes alcancen a
contarlos- para enterarse con seguridad?
Prenociones
De las novedades mencionadas al principio, también hay algunas en
asuntos educativos que ya han cumplido 40 años. Es indudable que nos han hecho
bien: ayudarnos a convivir mejor, que no es poco. La cuestión es si hemos de
contentarnos con ello impertérritos e inconmovibles o si no merece la pena
revisar lo que no funciona o no ha estado a la altura de las expectativas y por
qué. Y más teniendo en cuenta que pasan
del 70% los que, cuando se votó la Constitución en 1978, o no habían nacido o
no tenían derechos de voto.
Estén atentos porque el recurso al pasado para que no se entienda
nada del presente es constante. Francis Bacon, uno de los padres del
conocimiento científico hace casi 400 años, ya hablaba en su obra, Novum organum (1620), de los idola tribus –los prejuicios- como
obstáculo para avanzar: “Las prenociones
tienen potencia suficiente para determinar nuestro sentimiento; ¿no es cierto
que si todos los hombres tuviesen una misma y uniforme locura, podrían
entenderse todos con más facilidad?” (I, 27).
TEMAS: Conocimiento. Historia. Conmemoraciones. Memoria histórica.
Libros de texto. Libertades democráticas. El nuevo PSOE. F. Bacon.
Manuel Menor Currás
Madrid, 18.05.2017
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