La
normalidad post veraniega puede traer anormalidades sólo benéficas para unos
pocos
Prosigue el lenguaje
equívoco, sólo apto para la apariencia. Los “compromisos” de PP y Ciudadanos,
vistos desde Educación, sólo implican continuidad de lo ejecutado estos años
por Wert.
Se ha podido oír en algunas crónicas estos días que, después de
las vacaciones viene “la normalidad”. Claro que se dicen muchas cosas que no
suelen ser verdad o sólo a medias: las palabras son ambiguas con frecuencia. En
el ámbito occidental, y antes de que el llamado Estado de bienestar empezara a
ser desfondado, las vacaciones –pagadas- habían empezado a constituir algo “normal”
para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Previo al panorama sociopolítico
europeo del plan Beveridgeen 1942, “lo normal”, sin embargo, había sido que la inmensa mayoría de la
población trabajadora no tuviera pautado ese tiempo de ocio. Como tampoco tenía
muchos otros derechos que se adscribieron al trabajo a partir de finales del
siglo XIX. Es decir, que esta anomalía
de las vacaciones –como la mayor parte de las “normalidades” sociales
constitutivas del Estado social y, posteriormente, de los estados democráticos
con dimensión social, son algo histórico: ni siempre han sido ni, en muchas
partes del mundo, son todavía. Además, los avatares políticos y económicos, tan
de la mano, han dado en rebajar estos derechos“normalizados”, lo que ha venido
sucediendo sistemáticamente desde 1989, incrementándose más a partir de 2010 en
nuestro país.
Normalidad y banalidad
Son pocas las ocasiones en que no empleemos el término
“normalidad” de manera interesada, casi siempre para defender alguna posición que
consideramos incontestable o que, al menos, no deseamos nos contesten. También suele
usarse a conveniencia de la pereza deontológica que suele seguir a decisiones
administrativas condignas de un ambiente enrarecido. Así, una persona
responsable en una asociación de cierto rango se autocomplacía recientemente
diciendo que, en su ciudad, el ambiente
cultural estaba mejorando afortunadamente porque ya era “normal” que más gente
leyera e-books; aunque las mejores librerías hubieran desaparecido, existían
todavía veintitrés, un conjunto en que lo prevalente –por los ejemplos que
citaba como “buenas librerías”- eran quioscos de prensa o papelerías que, en
algunos casos, vendían bestsellers; al parecer, consideraba que al buen lector
le bastaba comprar comprar libros en supermercados y kioskos.Similar es el
contexto de “lo normal” en estos días, en que se buscan aclamaciones después de
pactos muy teatralizados y que la “normalidad” vuelva por sus fueros a donde
solía. Conviene recordar que nuestros prohombres conservadores –y no sólo los
de este momento- siempre han considerado sus modos de ver y actuar como “los
normales”. Algunos añaden que son los “naturales”
e, incluso, “como Dios manda”, constructo
muy cercano a aquel otro que lucía en muchos cinturones militares totalitarios:
“Dios con nosotros” o al que brilla en el billete del dólar americano: “In
God we trust”. Es la posición argumental más socorrida por todos los modos de
poder que han sido, especialmente los autoritarios y despóticos desde Egipto
hasta el presente, pasando por Roma, Luis XIV o Fernando VII, “El Deseado”.
Los 150 compromisos de
“la normalidad”
Dentro de la volubilidad acientífica que solemos confiar al
término “normalidad”, en este momento se pretende pasar como “normal” el pacto
recién firmado entre el PP y Ciudadanos, por el que se comprometen en 150propuestas para mejorar España. Con este bagaje, en que las imprecisiones
son mayores que las concreciones, pretende allanarse el debate de investidura a
que aspira Rajoy sin apenas mover nada de lo hecho durante estos años mientras,
al mismo tiempo, se trata de situar en “la anormalidad” a los discordantes con
con quienes han tenido tiempo sobrado para enmendar el estilo errado de sus
actuaciones. En esta tesitura sitúan especialmente a la actual dirección del
PSOE que, con su simple abstención, podría facilitar la jugada de la
investidura. Todos entonan laudes al líder todo terreno, pero nadie aclara por
qué ahora le vale lo que en el mes de marzo no le valía, ni tampoco por qué no
siguieron la senda de los acuerdos y el diálogo en tiempos pasados. Nada“anormal”
habría en lo que han hecho en sus tiempos alternantes de gobierno, de arrogantes
mayorías. Parece que lo hayan hecho muy bien y habría que asentar sus presuntos
logros, ya que “España va bien” y no es cosa de volver a “la herencia” de cómo
estaba hace cuatro años.
Esta película sólo la creen los muy adeptos. La macro economía y
las grandes frases casa mal con la letra pequeña –pero vital- de los recortes a que han sometido todos los
asuntos sociales, la precariedad de salarios y contratos y, entre otras
menudencias, los gastos generales del Estado, en que se puede ver quiénes están
pagando la crisis oportunista que ha dado pie a unos pocos para situarse en
posición crecientemente asimétrica respecto al resto. Si se quiere algo más
cercano y urgente, ahí está el uso y abuso que han hecho del Fondo de Reserva de
la Seguridad Social, también conocido como
“la hucha de las pensiones” de los españoles. Y, por otro lado, en asuntos
educativos, es fácil traer al recuerdo –la normalidad de la memoria histórica
también es esto- el pacto que no quiso firmar Esperanza Aguirre en 1997, cuando era ministra de Educación; lo promovió la Fundación
Encuentro y pretendía llegar a una Ley de Financiación de la LOGSE en cinco
años. Tampoco es imposible acordarse de que, tanto Mario Bedera en nombre del
PSOE y Sandra Moneo, del PP, han lamentado que, cuando ya estaba muy avanzado
el pacto educativo de la etapa Gabilondo, fueran las expectativas electorales que
auguraban la victoria del PP las que acabaron frustrando aquel intento firme y
casi ya rematado. En nombre de una supuesta “calidad”, de que tenían la clave
ejecutiva, echaron por la borda años de posibles acuerdos de mejoras reales. No
les importó.
Lo más evidente de estas medidas que sirven ahora de base para lavar
la cara a las actitudes desarrolladas por el PP y su líder en el reciente
pasado es que tratan de mantener el statu quo de lo reformado –o disminuido- a
fin de que nos resignemos, a ser posible de manera definitiva, con que “lo
normal” e inamovible es la trayectoria de lo que han hecho. Tratan de volver la situación
social y política a “lo natural” y “como Dios manda” y ya desempolvan lo que en
los años 70 del pasado siglo decía un distinguido médico castellano ante las
demandas de los trabajadores de aquellos años inciertos: “Pero a dónde vamos a
llegar, si hasta los obreros quieren llevar abrigo”. Esa la direccionalidad de
los firmantes de estos acuerdos que facilitarán las cosas a Rajoy en estos días
venideros, dispuestos a sentar como doctrina que quienes no piensen como ellos
o no les faciliten la gobernanza son unos “anormales” obcecados. En otro
tiempo, añadirían seguramente algunos calificativos más que explicitaran
contudentemente sus criterios de “normalidad”.
La
“normalidad” educativa.
Todo ello puede verse en lo firmado acerca de asuntos educativos
en las páginas 27 y 28 del documento de referencia. Son once las propuestas
aprobadas –de la 78 a la 88- y tocan diversas cuestiones de un amplio panorama
con graves problemas. Pretenden ser transversales y, más bien, se quedan en la
superficialidad, de modo que los asuntos concernidos quedan, en definitiva, tal
como han sido legislados o proyectados en estos años. Últimos. Ojalá, de todos
modos, que la suerte les fuerafavorable, pero con estos mimbres genéricos e
inconcretos difícil, si no imposible, será una construcción coherente y estable
de la educación que conviene a los españoles del común. Lo que no impedirá que
se publicite ampliamente –por tierra, mar y aire- la bondad de tan feliz acuerdo,
supuestamente “histórico” por ser de los pocos que se le conocen al PP en este
terreno de lo simbólico.
Independientemente de que habrá que volver a estos acuerdos al
ritmo de lo que se adivina, baste observar dos puntos principales. El nº 78,
relativo a un “Pacto Nacional por la Educación”, da por supuesto que, mientras
no se logre, sólo “se congelará el calendario de implementación de la LOMCE en
todos aquellos aspectos que no hubiesen entrado en vigor”. No reforma
prácticamente nada, pues a la LOMCE le queda poco por completarse en su
aplicación; la da por válida en cuanto a currículum, selección de alumnos y
diversificación y gestión de los centros, y la entiende como punto de arranque
de conversaciones futuras. Además, este ítem –junto con el 86- mete en el mismo
saco la “igualdad de oportunidades” y el derecho a elegir el tipo de educación
y el centro donde escolarizar a los hijos”. Las aclaraciones van solamente en
la dirección ya conocida de perjuicio a la enseñanza de la mayoría social, la
escuela pública: “continuaremos –dice de manera ambigua, aunque clara- respaldando el sistema de conciertos
educativos en apoyo a la educación pública y garantizando la igualdad de
oportunidades”. No menos interés tiene el nº 83, que trata de que se apruebe un
Estatuto del personal Docente, que, según dice, ha de estar basado en “el Libro
Blanco de la Función Docente”. Tal como lo dice, y conociendo los antecedentes
y situación crítica a que fue sometido este libro en los estertores del gobierno de Wert en Alcalá 34 –y en los
comienzos del aparentemente provisional Gómez de Vigo, siempre en compañía del
omnipresente Sr. Marina-, parece que quisieran consagrar como “normal” lo que
la LOMCE da por establecido: un tipo de profesorado escolar –e indirectamente,
también el universitario- que más bien haga labores de estricto peonaje más que
de profesionalidad competente. Cuanto más obediente a las prescripciones y
dictámenes que le impongan a través de unos directores o capataces cipayos,
mejor. Es decir, que el núcleo del sistema, por mucho MIR que se proponga, no
pasa de aparente lavado de cara para seguir donde estaba o, tal vez, peor.
Los “normales”
privilegios
En la historia de la humanidad siempre han sido “normales” algunas
cosas. Primo Levi, en su alegato contra los campos de extermino nazis, tuvo muy
presente la sinuosidad de las relaciones internas que allí se establecían y
cómo los que menos se fatigaban derrochaban celo para conservar su posición.
“Esto –dice- me llena de ira, aunque ya sepa que está dentro del orden normal
de las cosas que los privilegiados opriman a los no privilegiados: es ésta la
ley humana que rige toda la estructura social del campo” (Si esto es un hombre, El Aleph, 1998, p. 46). Por eso, no hay vanidad mayor que esforzarse
en hacer tragar a los demás los sistemas sociales, morales y políticos,
elaborados por unos pocos selectos, ungidos de verdad y razón. Educativamente
hablando, no es aceptable, por muy confusos que estemos todos.
Madrid, 29/08/2016
Manuel Menor Currás
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