Pese
a los recortes y desmanes, a veces hay oportunidad observar y vivir buenas
experiencias educativas. En épocas de dudas severas como las actuales, son
ejemplares para animar la difícil construcción de una fraternidad democrática
en la escuela de todos.
El ánimo colectivo tiene frecuentes razones para el desánimo. En
los casi dos meses postelectorales, ya nos cargan demasiado las peripecias de supuestos
ofendidos, hipersensibles para chillar a fondo contra quienes les dan pretextos
para ocultar sus propias desnudeces bajo soberbia capa de hipocresía. Algunas
situaciones eran previsibles. Otras inopinadas. Todas desconcertantes para
acostumbrados a vivir sin contrariedades. Alguien debe haberlo programado todo para
que caigamos en la cuenta de que actuar democráticamente es trabajoso y
requiere constancia y cuidados que no logra obviar el marketing. En un paisaje
de rápidas sombras y luces como el actual, pronosticar qué vaya a suceder con
la formación de Gobierno de aquí a mayo sólo es certero en que podemos
equivocarnos y en que, pese a todas las dificultades, el de la democracia es el
mejor sistema. No hay atajos para la sana convivencia de todos.
Dimitir sin marcharse
Esta es una buena ocasión para aprender un poco más lo torcidos
que podemos ser con lo que decimos sin decir, cómo callamos cuando hablamos o
cómo mentimos deliberadamente cuando pretextamos sinceridad. Por ejemplo, cuando alguien nos cuenta lo que ha hecho y no ha hecho, cuando
dimite y se queda, abandona y sigue dando la vara; cuando insiste en haber
hecho cosas excelsas por la humanidad mientras que el homo antecessor le estaría muy agradecido si no hubiera molestado a
sus descendientes… Para que no falte nada, con más frecuencia de la deseada
hemos de oír decir que han trabajado lo indecible por “la calidad educativa”
cuando, si llegan a estar algo más, hubieran desmantelado el sistema de raíz. Y
ahí siguen, agazapados a la espera de
algún resquicio para lo suyo. En ese afán desalvar a la patria de continuados
males de que no se sienten responsables, todavía aprenderemos bastante de aquí
a mayo. Entre tanto juego de sombras, es recomendable repasar El arte de la guerra, del chino Sun Zi.
Entenderemos mejor el “juego de tronos” en que andan metidos.
Mientras deshojan la margarita y empezamos a distinguir a quienes
se ajuntan y por qué, las noticias del ámbito educativo tampoco cesan. A la
prensa le van “los sucesos” y raro es el día que no hay alguna alusión a
deficiente trato a infantes y adolescentes. Como si buscaran desesperarnos con
tanto horror y, a continuación, debiéramos aclamar a cuantos surgen de inmediato
como setas para que sus “mejoras de calidad” rediman los espacios escolares, ya
sea con un telefonillo para maltratados, una APP para desesperados, una
comisión que surge de la inoperancia o un abogado para el desánimo. Pronto
vendrá alguien que ofrecerá, previo pago
de ticket, un <<forgesiano>> chiringuito donde poder lanzar todo
tipo de denuestos, de los que se ofrecerá un selecto resumen en el telediario
de mediodía. Después del rapto de Europa, los mejores serán llevados a un
concurso durovisión por algún egregio ministro o exministro.
Del bosque de la
convivencia
En este mar de incertidumbres, impertinencias y oportunismos, ha
sido un oasis de paz la llegada de un libro muy recomendable: Trabajar la convivencia en los centros
educativos. Una mirada al bosque de la convivencia (Madrid: Narcea, 2016).
El autor, Pedro Uruñuela, es un tipo fiable, y lo que dice a propósito de cómo
lograr ambientes escolares cálidos en que se pueda vivir y aprender en medio de
la creciente diversidad de alumnos y alumnas no tiene desperdicio. Pedro tiene una larga
experiencia en esta perspectiva proactiva, ha trabajado con grupos de
profesores adscritos a centros de difícil desempeño y preocupados por que
pudieran salir adelante niños que, para muchos gestores de inopinadas calidades
y mejoras tecnocráticas, habrían sido condenados al desahucio desde antes de
nacer. Ayer, 17 de febrero, estaban en la presentación de esta propuesta de
trabajo para testimoniar su deuda y agradecimiento por las iniciativas que,
desde hace años, habían asumido como proyecto comunitario para dar un vuelco a
situaciones que, por los pasivos cauces burocráticos dominantes, demasiadas
veces meramente reactivos, hubieran desembocado en la nada. Testimoniaban que
el buen ambiente educativo –y los buenos resultados- pueden convivir en la
escuela pública.
Los automatismos que , urgidos por PISA, propician los medios hacen mirar hacia Finlandia y
algunas zonas emergentes de Asia como lugares del paraíso terrenal en lo que a
escuelas se refiere. A nuestro alrededor tenemos, sin embargo, con mucha más frecuencia
de la que nos informan, experiencias y esfuerzos que no tienen nada que
envidiar a nadie. Sólo merecen nuestro apoyo y reconocimiento. Lo fácil es
dejarse llevar por la estúpida y absentista inoperancia que, con excesiva
reiteración de banalidad verbal, parecen aconsejarnos también chuscos gestores
ocupados en provechosas batallas púnicas o en “taulas” promiscuas con la mafia.
Si es mala esta corrupción que nos roba, tampoco es buena la que implica una
enorme cantidad de normas para el BOE sin nada que ver con lo que en las aulas
se vive. Entre ambas sólo generan desánimo e impotencia en cuantos trabajan con
niños y adolescentes día a día, durante un tiempo que va de diez a trece cursos
de promedio y en que lo deseable es que tengan un ambiente feliz para crecer,
aprender a ser y convivir con los demás. Todo el mundo –oficial y oficioso-
parece pensar que este bien es automático y que profesores y maestros también
son autómatas teledirigidos por un botón leguleyo desde las Consejerías. Aunque
las escuelas y colegios, como el mundo que nos ha tocado vivir, tengan muchos
elementos estructurales que pueden animar la malsana competitividad. Aunque en
los centros educativos, si no se está debidamente motivado y conscientemente
advertido, se puedan reproducir ampliamente –y se puedan incentivar incluso en
aras de la falsa “rentabilidad”- momentos y situaciones de malestar y
violencia. Igual que en la familia.
Igual que en el trabajo. Igual que en la calle. Y -si no somos precavidos
porque nos han educado bien- igual que en cualquier espacio en que necesitemos
estar con los demás: siempre habrá alguien que quiera aprovechar su
superioridad para dominarnos y limitar nuestras posibilidades de ser personas.
Y de Aristóteles
Por eso los asuntos educativos, más complicados que lo que sugiere
tanto sabio ignorante y machista de barra tabernaria, necesitan atención
continuada. Aprendizajes enraizados en el duro trabajo de las aulas, como los
que propicia la magnífica guía de Pedro Uruñuela, son los que pueden ayudar al
éxito –de todos- en el nada fácil bosque de la convivencia con los otros. La
base de su consistencia la dejó establecida Aristóteles hace 24 siglos. La
recordaba Emilio Lledó el pasado cinco de febrero, en el homenaje a uno de los
grandes de la Transición, Jaime Sartorius: “Puesto que el fin de toda ciudad
[polis] es único, es evidente que necesariamente ha de ser una y la misma la
educación de todos, y que su cuidado ha de ser común y no privado…. Porque el
entrenamiento en los asuntos de la comunidad ha de ser comunitario también. Se
ha de considerar que ninguno de los ciudadanos se pertenece a sí mismo, sino
todos a la ciudad, pues cada uno es parte de ella” (Política, 8,1).
Manuel Menor Currás
Madrid, 18/02/2016.
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