Decían los clásicos que la auténtica libertad de la persona radicaba en la independencia económica. Tener unos ingresos asegurados, generados por uno mismo, permite disponer de un proyecto autónomo de vida. A partir de ahí se establecen relaciones con los demás en un plano de igualdad, es decir, de forma voluntaria. Tener un trabajo remunerado es clave para la emancipación de las mujeres y de los hombres, al dar acceso a la autonomía financiera, a los derechos sociales, a los procesos de socialización, identidad y reconocimiento. De cara al 8 de Marzo vamos a realizar actividades en el instituto con un enfoque centrado en igualdad y trabajo.
En la sociedad española actual ha habido avances en materia de acceso de la mujer al trabajo o a la hora de repartir, por ejemplo, las tareas domésticas. Pero no es suficiente y no se pueda bajar la guardia ante una tradición patriarcal que la crisis refuerza. En épocas como la que vivimos las tendencias machistas intentan imponer el discurso de que los hombres deben de ser los primeros a la hora de acceder a uno de los escasos puestos de trabajo; algo parecido a los que defienden consignas xenófobas y fascistas del tipo de “los españoles los primeros”.
Muchas veces las autoridades y gestores políticos conservadores lo favorecen. Por ejemplo, cuando no se facilita la conciliación real entre vida familiar y laboral. Cuando se disparan las tasas de las escuelas infantiles como en Madrid a un 200%, o se suprimen las becas de comedor para empujar a quedarse en casa a las mujeres que son madres. O cuando alguna empresaria bocazas lanza irresponsablemente el discurso de no contratar a mujeres con riesgo de embarazo.
Por otro lado, hay que distinguir entre empleo asalariado y trabajo que produce y reproduce una sociedad, pero que muchas veces es invisible y no reconocido. Sigue pendiente el problema de cómo resolver la división por género del trabajo que se expresa de diferentes formas: distribución desigual del trabajo doméstico, atención y cuidados a terceros (menores, ancianos y dependientes), desajustes en la responsabilidad compartida de educación de los hijos. La sociedad tiene una deuda histórica con las mujeres que mediante el trabajo no remunerado han creado recursos de manera gratuita para todos sin reconocimiento en muchos casos.
Los datos fundamentales sobre el trabajo de las mujeres siguen mostrando sombras y motivos de alarma por la discriminación. Así, la tasa de actividad femenina en España es del 53% frente al 65% de la masculina. El paro de las mujeres está en el 24,7% frente al 22,8% de los hombres. La precariedad afecta más a las mujeres, tanto en los contratos temporales como en la economía sumergida, o el hecho de que 8 de cada 10 contratos a tiempo parcial los ocupan mujeres. La brecha salarial se sitúa en el 31%, la más alta en los últimos cinco años en España, ylas mujeres cobran 6.144 euros menos que los hombres. Se producen otras discriminaciones en las prestaciones sociales que hacen que, por ejemplo, una mujer trabaje 11 años y medio más que un hombre para obtener la misma pensión. Por no hablar del techo de cristal que sufren las mujeres a la hora de su promoción profesional y en otros ámbitos de la vida pública, incluido el político, a pesar de las listas cremalleras en las candidaturas. En fin, se llega a dar la paradoja de que mujeres con más estudios acceden a menos empleos que los hombres.
Debemos exigir el pleno derecho de las mujeres al trabajo y el fin de la discriminación. Pero también hay que tener en cuenta que hoy es un objetivo lejano el pleno empleo de calidad para todos, al igual que queda mucho camino para llegar al reparto igualitario del trabajo no remunerado (corresponsabilidad de los hombres en lo doméstico). Quizá por ello hay que cuestionarse la organización actual del sistema. Hay que defender la importancia de todos los trabajos, empleos y actividades que contribuyan a la mejora de una sociedad. Habría que desvincular el reconocimiento de derechos subjetivos de la participación en el mercado laboral. Disfrutar del derecho a la salud, a la vivienda, a una renta básica o a la pensión no debería depender de si se ha tenido empleo, sino de la función que cumplen las personas en el proceso de sostenibilidad de la vida.
Está claro que hacen falta otros modelos de vida y de trabajo que no dañen a los seres humanos, que hagan sostenibles modelos basados en la felicidad y que no destruyan el planeta. Se trata de trabajar para ser libres, no para consumir. De trabajar para avanzar en la autonomía de las personas y en la igualdad entre ellas. De trabajar, no como una maldición bíblica, sino como una contribución útil a la reproducción social y al crecimiento personal de los individuos. Si se pudiera resumir en una idea todo lo anterior, se trataría de aspirar a ir cantando a trabajar. Pero quizá estamos hablando del socialismo.
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