No es necesario que se
implante la LOMCE para saber en qué consiste “la mejora” de la enseñanza que
propugna. Ya lo están contando, antes de iniciar su andadura.
Esta semana ha sido pródiga en camuflajes de despiste. “La inquina” desatada entre Astorga y León y
su secuencia de presunta “violencia social” que, según Dña. Rita Barberá ha
suscitado en los medios, afiliados según D. Jorge Hernández, a la “Yihad
islámica”, ha sido cegadora. No lo ha sido menos la “caballerosidad” del Sr.
Cañete ante su contrincante femenina, la Sra. Valenciano, para no abusar de “su
superioridad intelectual y parecer que estás acorralando a una mujer indefensa”
y que pudiera “ser considerado machista”. Hasta para un exministro de Agricultura de este
tiempo -cuyas capacidades de lectura de chuletas en el presunto examen que
suponía el cara a cara celebrado en TVE, en la fiesta del labrador San Isidro,
no pasarían PISA-, sus dichos y hechos resultan excesivamente rústicos... No
han faltado, sin embargo, algunas revelaciones a propósito de la tan mareada “calidad
educativa” que, al parecer, va a ”mejorar”
la LOMCE, de modo que empezamos a tener constancia explícita de su
mismidad esencial.
Por su impagable valor
documental, merece destacado lugar una circular
de la Consejería de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Cantabria.
Desde la Dirección General de Ordenación Académica e Innovación Educativa
–concretamente, desde la Unidad Técnica de Evaluación y Acreditación-, pretendían explicar, el pasado día ocho de
mayo, a los directores de los centros educativos sostenidos con fondos públicos los pormenores prácticos de una Orden, la
114/2013, de 2 de octubre, en que se regulaban “los programas para LA MEJORA DE
LA CALIDAD”. A la hora de elaborar tales
programas, recordaba que habría de establecerse un “procedimiento para su
evaluación y, en especial, indicadores que permitan comprobar, de manera clara,
el grado de consecución de los objetivos”, así como que, “en la memoria final,
se hará mención expresa a los resultados obtenidos en los indicadores
elegidos”. Tales indicadores –disponibles en la plataforma Yedra- entiende el
responsable de esta circular aclaratoria que han de ser considerados como un
instrumento para facilitar la propia reflexión sobre la práctica educativa y
sus resultados; “no reflejan –aclara- toda la compleja realidad y diversidad”
de los centros educativos, de modo que “aspectos como la atención a la
diversidad o los planes de apoyo y refuerzo no son contemplados, y esto es así
porque lo deseable para alcanzar éxito educativo es que el mayor esfuerzo de
los centros no se centre en recuperar a los alumnos que han fracasado, sino en
conseguir que transiten por las etapas obligatorias de la educación por su
´camino natural`”. No estaba entre las
potencialidades de esta directiva burocrática el cambiar o erradicar al
alumnado diverso que, con toda su complejidad, acude a los centros educativos.
Tampoco el modificar en exceso los “encomiables esfuerzos que los centros
realizan apoyando y reforzando a los alumnos con dificultades”, pero sí el
reorientarlo todo hacia el verdadero objetivo del sistema: “una filosofía de
anticipación frente a una filosofía reparadora”, pues lo que persiguen estas evaluaciones
y sus indicadores –asegura- es poder visualizar “el tránsito de sus alumnos por
la etapa obligatoria y permitirles corregir las disfunciones detectadas”, a fin
de “aminorarlas en las siguientes promociones de alumnos”. Es decir, que todo
lo demás que se supone implícito en “educar” –y educar a todos- no importa. Aparte de otras consideraciones
sobre la equidad educativa –exigida por el art. 27 de la Constitución-, esta
significativa circular pone en evidencia la hipócrita combinación de calidad y
recortes que en muchas comunidades se ha padecido desde hace años, bastante
antes de que apareciera la LOMCE. Sus recomendaciones –avaladas ahora por el
articulado de esta ley- recuerdan en
exceso la despreocupación gubernamental existente por los niños con carencias
incluso alimentarias que, hace poco, traían a colación tanto Cáritas como Save
the Children, y son un presagio de lo que contaría el pasado día 15 ElDiario.es
sobre una sesión del Ayuntamiento toledano: “El PP abandona el Pleno de Toledo
para no escuchar a padres de niños con cáncer” (http://www.eldiario.es/clm/PP-municipal-Pleno-escuchar-oncologicos_0_260374766.html).
Esta línea de la Calidad
= selección, excluyente de una gran cantidad de gente a la que sus exiguas circunstancias
salariales ha reducido a la pobreza real o a una posibilidad inminente de pauperización,
quiere dar la apariencia de que todo es “natural”. El autor intelectual de la
circular cántabra habla del “camino natural” que tendrán los que no van a tener una buena educación porque
necesitan apoyos extra inexistentes. La Naturaleza y Dios siempre han sido un
buen pretexto, presuntamente científico o teológico, para justificar todo tipo
de desigualdades y la nula voluntad de ponerles remedio civilizado: todos los
gobiernos absolutistas del Antiguo Régimen y las diversas dictaduras siempre
han actuado “por la gracia de Dios”. Es evidente, en todo caso, que el mejor
indicador de calidad de lo deseable es el esfuerzo, económico e intelectual,
que ponemos en el logro de nuestros afanes por la dignidad de la “Polis”. De lo
primero, podemos decir que lo esperable para dar cobertura a la LOMCE no sólo
es la no reversión a la situación anterior a los recortes efectuados en todo lo
importante en estos últimos tiempos, sino que todavía nos quedan una serie de
escalones a bajar. Tanto si se analiza el Plan Nacional de Reformas 2014, como
si se estudia el Plan de Estabilidad 2014-2017, se puede
establecer que, en estos años inmediatos, se mantendrá el conjunto de medidas
aprobadas en su momento y, además, que seguiremos descendiendo hasta el 3,4% del PIB. Al final de esta
pendiente en picado, nos habremos situado aproximadamente en el nivel de inversión educativa que -según
estimaciones de Francisco Javier García-, habrá alcanzado el nivel que teníamos
hace 24 años. Recuerden: el mismo de cuando se puso en marcha una LOGSE sin
recursos para su implantación digna. Dicho
de otro modo, que mientras algunos hablan de herencia recibida para defender un
presunta hidalguía socioeconómica e imponer criterios de desigualdad
demostrativa nada naturales, la mayoría desprovista de medios está en trance de
ser excluida de la mínima igualdad de oportunidades que la educación pública
trataba de facilitarles en años pasados. Esta es la mediocridad hereditaria que
propician los exhibicionistas de poder político irresponsable.
En cuanto al esfuerzo
intelectual que se haya puesto por propugnar,
defender y legalizar esta “calidad” tan selectiva y reduccionista, no parece
que haya sido mucho. Para copiar consignas y metodologías americanas del tipo Tea
Party, Fundación Heritage
o www.libertad.org
, ya es suficiente con los oportunismos de FAES o de las organizaciones que el
catolicismo político conservador tuvo siempre muy cercanas al poder –o en el
poder mismo- desde la época de Ibáñez Martín hasta el presente (Ver: PARÍS,
Carlos, Memorias sobre medio siglo, Península,
2006, p. 23). Aunque los tiempos no propician la lectura –o eso predican
demasiados observadores-, todos debiéramos volver a leer qué hayan escrito
sobre estas cuestiones, por ejemplo, BAUDELOT, C. Y ESTABLET, R., La escuela capitalista en Francia (Madrid,
Siglo XXI, 1976), o, diez años más tarde, BOWLES, S. Y GINTIS, H., La instrucción escolar en la América
capitalista. Y, entre muchos otros autores -españoles algunos-, un
librito de Rafael Feito, publicado por el CIDE (Madrid, M.E.C., 1990), Nacidos para perder. Un análisis sociológico
del rechazo y del abandono escolares. Con unas cuantas lecturas y muchas
ganas de entendimiento, dejaríamos de discutir de esterilidades nominalistas y
tal vez fuéramos capaces de establecer unas bases democráticas dignas para una
enseñanza de calidad para todos.
Entretanto, el propósito de políticos y gobernantes –como ha dejado en el
aire el último “Cara a cara” de TVE, so pretexto de elecciones europeas- parece
cifrarse en tener entretenido al personal con sus propias controversias. La
alta misión que han recibido para gobernar se traduce en exceso –como decía un
sarcástico autor francés en 1887- en “suscitar, lo más a menudo posible, guerras, epidemias,
temores, esperanzas, acontecimientos de toda clase -afortunados o desafortunados,
poco importa-, cosas, en fin, que sean capaces de alimentar la charla banal,
inocente y digestiva, de todo ciudadano” (Ver: L´ISLE-ADAM, Villiers, La extraña historia del Doctor Bombonet, Alfaguara,
1977).
Manuel
Menor Currás *
Madrid, 17/05/2014
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* Catedrático de Instituto (Licenciado en
Historia, Doctor en Ciencias de la Educación, colaborador de Escuela…).
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