El saber histórico y el periodístico andan a la par: hay más interés en controlar los relatos de lo que acontece; no sea que alguien se entere.
En Castilla-León, Alfonso Fernández Mañueco acaba de dar paso a Vox en esa Autonomía diciendo que su nuevo Gobierno iba a ser una “piña”, “con ideas claras y sin complejos”. Sus correligionarios en Europa se lo han recriminado y, como le acaban de recordar otros grupos en su parlamento, ha hecho un mal negocio para esa Comunidad, para España y para su propio currículum democrático. Y también para el de Alberto Núñez Feijóo en su inicial liderazgo del PP: sus posibles votantes calcularán que, en adelante, es mejor votar a la extrema derecha.
Las condiciones de esta alianza sobrevienen en un momento en que estamos viviendo las consecuencias de la guerra de Ucrania, otro acontecimiento al que los periodistas califican también como “hecho histórico” por su novedad impactante, como suelen hacer con cuanto sobrepasa la rutina cotidiana. En el uso simplificador de este adjetivo, no debiéramos, de todos modos, ver como irrelevante que en el nuevo desarrollo curricular de la Historia de España se haya optado porque abarque desde 1812 hasta este presente. No es indiferente y la prueba es que los gestores de las políticas educativas madrileñas, que pretenden liderar el esencialismo patrio, dicen que no lo van a permitir y ya preparan su norma para que los mitos de la cronología anterior, desde la Prehistoria, vuelvan a donde estaban. Se valdrán para ello de la facultad de las autonomías para regular el 40% del currículum escolar.
La batalla de las
Humanidades de nuevo
Lo histórico y la Historia –la científica, sobre todo- vuelven a estar en danza y no es cuestión banal, sino muy expresiva del tono en que nos movemos, ajeno a que los ciudadanos del común puedan entender coherentemente algo. Cercano está el revuelo que causó el debate de las “Humanidades”, tan provechoso políticamente al ámbito más conservador del PP desde los años noventa hasta el 2003. Aquel falso debate, que de Humanidades no tenía nada, como luego pudo verse en la deriva que tomó la LOMCE y, sobre todo, de base nada tenía que ver con el sentido que tiene el aprendizaje humanista, tan bien explicado por Nuccio Ordine en La utilidad de lo inútil, sino con la metodología del discurso político, utilitarista y simplista, pero provechoso en la inclinación del voto.
El problema que van a tener los conservadores ahora es que no compiten con una morigerada socialdemocracia, a la que acusan de radical degradando de entrada, como en todo sofisma, la credibilidad de sus argumentos. Ya tienen encima a la extrema derecha, que ve como intangible el relato que, antes de la Transición, fue oficial en España. Más interesada que nadie en que el silencio o la tergiversación gobiernen la memoria de sus votantes, le han colado a Mañueco la alteración evolutiva de la historia ciudadana, española, en tres componentes centrales concernientes a pautas culturales de todos; los tres identifican sus obsesiones y van en contra de la convivencia armónica deseable. Evadir las cuestiones de género es retroceder en el reconocimiento de las personas en igualdad; la incidencia prioritaria en la “violencia intrafamiliar” niega que exista una violencia machista muy arraigada. Su posición en asuntos de memoria histórica ningunea derechos de reconocimiento y verdad a los familiares de miles de víctimas de la Guerra; es decirles que no existen y elimina lo poco que, desde 1975 que, en esa Comunidad se había logrado acordar. Y en cuanto a inmigración, cuando en esa comunidad apenas existen migrantes y, si los hubiere, ayudarían a resolver su creciente desertificación demográfica, más bien quiere asentar un señuelo de identidad para la expansión del voto ultra.
Dicen en este acuerdo programático, reivindicar una “historia
común”, entendida como “elemento integrador para la
reconciliación”, combatiendo cualquier intento de quienes tratan de utilizarla
para dividir a los españoles, y volvemos a entrar en la metodología sofística de contar medias verdades para que todo el
mundo crea que quien las dice es un campeón de la verdad, inasequible debelador
del mal. Volvemos, de nuevo, a que esa historia común sea la que nos enseñaron desde José María
Pemán en La Historia de España contada con sencillez, que sirvió de
referencia al Manual de la Historia de España, en 1939 como texto
escolar al Instituto España como modelo de todas aquellas enciclopedias
anteriores a 1970. Qué haya avanzado desde entonces el conocimiento histórico o
la didáctica escolar no parece interesarle a nadie. Muchos parecen concordar en
que si se anula de golpe todo lo que los hispanistas habían investigado antes
de esa fecha, y lo que en las Facultades de Historia y de Pedagogía han averiguado
desde entonces, mejor para su “historia
común” por más dinero, esfuerzo y saber que se pierda. Mejor para el Pin parental de lo que se debe enseñar
y saber.
Qué enseñar de la larga Historia humana
Es
evidente que lo que, desde hace mucho tiempo, estamos dando por sentado ante la
ciudadanía es un relato atrabiliario del pasado de todos los españoles; hace
tiempo que hay una tendencia a resolver por arriba esta cuestión, generando una
historia común europea, capaz de superar las diferencias y desacuerdos, pero,
de entrada, somos incapaces de generar un relato común de lo acontecido en el
suelo español. Podemos estar de acuerdo en la lista de los Reyes Godos, pero siempre hay profundas diferencias en lo
transcurrido desde el segundo tercio del siglo XX. Es más, sabemos con datos
estadísticos concretos de la gran ignorancia que tienen las últimas
generaciones acerca de esa etapa, fundamental para entender algo de este
presente, pero parece haber mucho empeño en que así siga siendo.
A muy
pocos les interesa qué historia sea relevante para que un estudiante de
Bachillerato entienda algo de lo que sucede, o que tenga herramientas para
averiguarlo. Pero los planteamientos curriculares que propugnan no dejan tiempo para tratar, con mínima consistencia, nada de lo que en la
jerga especializada se conoce como “Historia
actual”, la que abarca el tiempo posterior al final de la IIGM. Prefieren
que el 2º de Bachillerato –de
obligada convalidación en la prueba de selectividad-, para que el alumnado
salga mínimamente airoso del gran objetivo de ese curso se limite a dosificar la
Historia de España en pequeñas píldoras, un sistema para juegos de preguntas y
respuestas al estilo del viejo programa de TVE Cesta y puntos, en los años sesenta. Es decir, que estamos a
punto de validar otra vez un currículo que sea una especie de Catecismo del P. Astete en plan
patriótico, una historia que no tiene nada que ver con el interés del saber histórico. La cuestión de fondo
que este asunto apareja es si la forma que tienen unos u otros medios
periodísticos de hablar del presente, y explicarlo a su audiencia con lealtad,
también es indiferente, o si volvemos a un orwelliano Ministerio de la Verdad.
TEMAS: Verdad única.- Historia
común.- Historia de España. Ministerio de la Verdad.- Historia y Periodismo.
MMC (Madrid, 13.04.2022)
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