Publicamos este artículo del compañero Manuel Menor
Volvemos
a donde solíamos
Esta forma de moverse no
siempre garantiza seguridad, sino más bien inmovilismo, regresividad y miedo a
otras posibilidades de convivencia.
Vuelven los niveles
estadísticos del mes de febrero en cuanto a contagios, incidencias
hospitalarias y demás aspectos significativos de lo que ya es la quinta
ola de la Covid-19. Se renuevan, en el
plano político, los pretextos de repulsa contra el nuevo Gobierno que estrena
sus pasos mientras recibe los primeros recursos europeos para afrontar la
recuperación económica; el Apocalipsis se queda corto en las invectivas que
lanzan las tres derechas de la derecha, reduplicando la inquina en que se queda
corto el manual que alguien reunió a cuenta de Schopenhauer como El arte de insultar. Y vuelve, a su vez,
el cansancio de oyentes hartos de este pim-pam-pum banal que ni pretexto es de
oposición; cuando en asuntos como el de Cuba, por ejemplo, se ve a todo el
mundo con una santa inocencia que no se cree nadie, lo menos insensato es salirse
de la reyerta nominalista a cuenta de la democracia/dictadura.
A Ulfe
En medio de tanta vuelta tonta, merece la pena recordar que se
reedita A Ulfe, el libro en que Julia
Varela analizaba en 2004 la eficiencia que la educación escolar tuvo en una zona
rural de la Ribeira Sacra muy próxima a Chantada (Lugo). El título responde al
topónimo de una pequeña aldea hoy deshabitada, vacía de gente -como ha dado en
decirse de buena parte de España- y llena de zarzas, que en los años cincuenta
y sesenta tenía mucha vida humana y una escuela con bastantes criaturas. Han
crecido, y Julia, natural de esa aldea, tuvo la feliz idea de preguntarles por
lo que aquel tiempo escolar significó para ellos, cómo eran sus maestros y
maestras y en qué medida lo allí enseñado les ha servido para sus vidas después
de haber visto tantos cambios en su ecosistema social y económico.
Haber nacido en esa aldea, conocer desde la infancia a los
interlocutores-testigos, y haber experimentado muchas de sus mismas sensaciones
ante lo acontecido no siempre es el mejor modo para mirar qué acontece; muchas
veces, es el principal obstáculo para la disposición a descubrir y conocer
mejor el entorno. En este caso, ha servido de pretexto, razón y condición
principal para situarse en disposición abierta a la curiosidad y a las mejores
preguntas y, también, a la expectativa de las mejores ideas para un posible
cambio de actitud respecto al futuro de ese medio.
A Ulfe no es una guía turística para ver un paisaje bello y con buenos
ejemplares monumentales del pasado, o para degustar algunos de los frutos
afortunados del residual agro gallego, en un enclave privilegiado. No es,
tampoco, uno de los libros de moda para lamentar melancólicamente un tiempo ido
o para figurar entre quienes de modo
oportunista tratan ahora de paliar los problemas que tiene la España vacía. A Ulfe es un libro de sociología de ese
mundo rural, en que se pueden ver en directo, en las voces de sus protagonistas,
y escrito a modo de relato en que se trenzan muchas entrevistas, cómo eran sus
hábitos de vida, la magnitud de las modificaciones a que han sido sometidos y,
en medio, el papel que en ello desempeñó
su tiempo de paso por el espacio escolar. Esta perspectiva es la que más
interesa a cuantos de algún modo tienen algo que ver con el mundo educativo,
bien porque ya lo han pasado y les puede ayudar a entenderlo, bien porque están
en trance de que les interese a fondo para sus propios hijos. El objeto
principal de este análisis sociológico es el valor que haya tenido lo recibido,
la escuela pública a que hayan tenido acceso y, en definitiva, la jerarquía del
aprecio que tenga en la vida colectiva.
¿La casa de todos?
Este libro es especialmente recomendable para cuantos estiman que
la escuela de aquellos años era sensiblemente mejor –de más “nivel”, suelen
decir- que la que ha venido después de la CE78 (Constitución Española de 1978),
con sus reformas y contrarreformas; que estas no nos gusten en bastantes de sus
dimensiones, no es pretexto para que aquella vida escolar de entonces fuera mejor
o simplemente buena; no la redime de las enormes deficiencias que tuvo para
quienes la soportaron. No es un libro partidista –en el sentido estricto del
término-, sino un libro crítico, muy apto también para cuantos desde el campo
de las preocupaciones políticas traten de poner remedio a algunos de los
problemas importantes que sigue teniendo el sistema educativo actual, después
de casi ochenta años. Muchos de los aspectos que testimonia, idénticos a los
que ya había descrito Luis Bello en los años veinte, estaban, por tanto, muy
desfasados en el tiempo y en el trato a los chicos y chicas que acudían a las
escuelas.
Sería una lástima que, en el momento actual, prosiguiera similar
despropósito ahora que la escolarización es accesible a todos y todas, y que
siguiera desaprovechándose un tiempo tan amplio como el que ahora alcanza,
hasta los 16 años como mínimo. De la pobre rentabilidad de aquella escuela hay
amplia información cualitativa en este libro; de su cuantificación, hay
constancia sobrada, igualmente, en estudios de Xurxo Torres y José Antonio
Caride. De cómo todo ello ha tenido repercusión en el tratamiento real del
paisaje rural y, en general, en los
atrasos culturales que tenga esa área territorial y todo el país, también hay
huellas abundantes en los Informes PIAAC, de la OCDE.
Nada es gratuito y todo se interrelaciona; la COVID-19, al
desmantelar muchos de los convencionalismos en que nos movemos regresivamente
pone en valor la consistencia de lo que hayamos construido. Por demás, ha
traído al recuerdo al Benedetti de La casa
y el ladrillo (1976) citando al
Brecht que había dicho: “Me parezco al que llevaba el ladrillo para mostrar al
mundo cómo era su casa”; estaba en el exilio, era consciente de que le habían
confiscado la palabra y el horizonte, y que no podía explicarse coherentemente nada
de lo que realmente le importaba. Con tanta repetición de vueltas a un pasado inane, hemos aprendido
que en aquella escuela de ausencias estuvo el no saber cómo podía haber sido la
casa educadora de todos; las rutinas que, según el análisis de Julia Varela,
impusieron a varias generaciones de españoles, además de desbaratar esa posible
experiencia, quieren hacernos creer que deben seguir estando ahí, para que
aceptemos que lo mejor que puede pasarnos ahora debiera ser lo que entonces era. ¡Atentos!
Manuel Menor Currás
Madrid, 14.07.2021
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