¿Estamos en vísperas de
la cuarta ola?
Los datos epidemiológicos de este momento veraniego, inducen a marear la perdiz y, como tantas veces, improvisar, improvisar e improvisar.
En algunas zonas, ya no hablan de la cuarta, sino de la quinta ola inminente, si las acumulaciones de contagios desbordan el sistema de Sanidad disponible y siguen su trayectoria de otras veces tres o cuatro veces anteriores.
Los hechos
En esta ocasión, parece que la causa central sea que las cohortes de edad más jóvenes son las de mayor incidencia y que su efecto multiplicador está siendo muy rápido en comunidades como Cantabria, Cataluña o Extremadura. Todo parecía ir moderándose y, hasta hace posos días, los datos propiciaban pensar que esta pandemia estaba vencida. Nos animaba al optimismo la insistencia en que las vacunaciones batían récords diarios; con una velocidad de crucero que superaba las 700.000 unidades diarias, se alcanzaría el objetivo trazado de tener en septiembre inmunizado al 70% de la población. Pocos parecían atender a las flaquezas de esta fórmula, en que pasaban a segundo plano, y sin la atención debida, otros flancos de la situación: la atención primaria y, sobre todo, que los más jóvenes estaban al final del proyecto.
Y llegaron los viajes de fin de curso de unas u otras promociones de colegios e institutos, renovando tradiciones que, en el curso pasado, habían quedado sobreseídas. Llegaron también reclamaciones de padres que, ante las precauciones sanitarias adoptadas en Baleares, lograron que una juez volviera a poner en el brete las frágiles costuras de la libertad particular y la salud de todos. Y ha venido, la renovada propagación del virus, no tan letal de momento, pero sí muy problemática para una situación ya m estresada de los profesionales sanitarios de la atención primaria. El caos puede volver a cundir y lo que suceda en los próximos días será determinante respecto a la secuencia de la pandemia, cuyos últimos fotogramas no han llegado todavía.
Causas y efectos
Una vez más, parece también que no deban confundirse y mezclarse las causas y los efectos. Primero, porque –como decían en la Galicia rural- no se adelanta nada con poner el carro delante de las vacas: cuanto se pretendía hacer se desbarata antes de que pueda realizarse nada. En este asunto, las ansiedades de unos y otros, tanto desde el mundo productivo turístico y hostelero sobre todo, como desde los afanes de recuperar tiempos supuestamente perdidos en confinamientos y cuarentenas restrictivas, llevan confusión a lo que haya de ser el antes y el después en esta historia; las prejuiciadas prioridades inducen a graves errores respecto a las exigencias que deban mediar entre la salud de todos y la libertad individual.
Que las confusiones han existido y existen, interesadas unas y aparentemente inocentes otras, es obvio; aunque en el relajamiento siempre hay de todo, siempre hay los dispuestos a pescar en aguas revueltas, más propicias para que se confíen los incautos y crédulos. En este sentido, esta situación dubitativa entre la cuarta y quinta ola de esta pandemia es una buena metáfora, parábola o simulación efectiva de lo que en muchos otros ámbitos nos sucede como sociedad.
Pedagogías en pugna
Repiten los opinadores ahora –como muchas otras veces- que es una cuestión pedagógica, que no se ha enseñado bien lo que hay y que, en la transmisión de las noticias de esta peste ha faltado finura en lo que se dice o se deja de decir. El problema es que la Educación social no es una tirita coyuntural, sino un ambiente que o se crea con tiempo o no pasa de pura retórica; no es una tecnocracia que, tras la lectura rápida de un folleto de instrucciones, se aplica y se tiene la solución. Es, ante todo, una actitud de largo plazo, una cultura creada, alimentada y sostenida en una dirección determinada hasta que arraigue, en cuyo desarrollo se han de tener claros los problemas a solucionar, los objetivos de sociabilidad a conseguir y los medios adecuados para lograr la concordancia de lo que queremos para una convivencia saludable para todos.
Poca pedagogía de este tipo hay cuando los líderes políticos y sociales discuten violentos, como si de mundos opuestos se tratara, sin nada que compartir, o como si la co-gobernanza administrativa fuese un derecho de conquista. Poco se puede hacer si hay lobbys presionando por ver qué gremio u organización saca más ventaja de los recursos que se estén disponiendo para atajar un problema. Muy poco se logrará si los papás y mamás de muchos niños en trance de hacerse adultos, son los primeros en confundir ante sus vástagos el tocino con la velocidad. Nadie razonable imaginará que la supuesta “responsabilidad” que se suele recordar en situaciones como esta a los más jóvenes les vaya a llover caída del cielo cuando todo el mundo les induce a ser irresponsables.
Como somos improvisadores permanentes, a quienes –como ya señalaba Larra- cuesta creer en una red indispensable de cuidados, con estructura consistente y duradera, nuestros sanitarios se quejan de la mala pedagogía que hace la Administración española –estatal, autonómica y municipal- desprotegiendo a la Sanidad pública de lo indispensable. A los ciudadanos, por nuestra parte, debiéran habernos enseñado a ocuparnos de dónde se invierten nuestros impuestos, si en mejor servicio para todos o en mayor rentabilidad para las empresas privadas del sector; tal vez fuéramos más responsables de las actitudes convenientes ante problemas como la COVID-19.
E igual sucede con la pedagogía que la Administración desarrolla respecto al sistema de educación general de todos, donde la ética universal, de derechos y obligaciones iguales para todos se descabala desde la educación infantil con redes de centros cuyos idearios nucleares son tan distintos, y donde la privatización –a cuenta de los presupuestos comunes- es gran negocio desde antes de la Ley Moyano en 1857. Esa cultura de las diferencias cultivadas para demostrar distinción crece exponencialmente en situaciones como una pandemia, y muestra la debilidad protectora del Estado, el único que puede garantizar el bien de todos, especialmente de quienes más lo necesitan, cuando se trabaja para que sea mínima su consistencia. No son los/las docentes ni los/las sanitarios/as –que tanta profesionalidad han mostrado en el transcurso del curso académico- las/los niñeras/os responsables de esta mala pedagogía.
Manuel Menor Currás
Madrid, 05.07.2021.
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