- La necesidad de innovar constantemente procede del funcionamiento de una sociedad tecno-económicamente optimizada y consumista, es decir, capitalista. Esto implica la necesidad de lanzar constantemente novedades al mercado para mantener el ciclo de consumo. El ciudadano/trabajador queda definido cada vez más como consumidor (sobre todo de novedades).
- Por ello, las innovaciones van quedando tendencialmente desprendidas de cualquier objetivo real de mejora de su ámbito de aplicación, pues de lo que se trata es de ampliar (o mantener) cuota de mercado. No importan los efectos a medio/largo plazo mientras se logre mantener la tasa de beneficio.
- El campo por excelencia de la innovación es el tecnológico. De ahí la necesidad, en la era digital, de que cualquier actividad humana sea crecientemente mediada por aparatos y software. La actividad alimenta el flujo de datos, de donde se extrae beneficio económico, quedando toda actividad humana “formateada” a la escala que exigen los dispositivos tecnológicos y, por ello mismo, la vida entera subsumida en las cadenas de valor. Esto es lo que se llama ahora “sociedad del conocimiento”.
- De ahí que en todas las facetas tanto vitales como profesionales haya que estar constantemente innovando y reinventándose, para ajustarse a las exigencias tecno-económicas de la sociedad. La retórica de la épica del emprendedor, aderezada con la psicología positiva y el coaching, intenta que nos adaptemos a este contexto de precariedad constante, obviando los efectos devastadores para el bienestar y equilibrio personales y para la posibilidad misma de que exista algo así como una sociedad antropológica y no una mera suma de individuos nómadas y desarraigados.
- Aplicado esto al terreno educativo produce un “fetichismo de la innovación”, cuyo motor es el antedicho, pero que se enmascara bajo el rótulo de “los retos del siglo XXI”. Dicho en román paladino, los retos son cómo extraer más y más valor añadido del “capital humano”. Por cierto, el capital humano se mide en términos de competencias. Según la OCDE “el desarrollo de competencias mediante la educación debería basarse en las necesidades del mercado de trabajo […] Invertir en competencias es una responsabilidad conjunta y debería reflejar los beneficios en los individuos, los empleadores y la sociedad” [1].
- La “valorización del capital humano durante toda la vida activa” es la meta. Es decir, la preparación de los alumnos para su futura explotación. Por eso son las empresas las mayores impulsoras de la innovación educativa que nos venden a todas horas en los medios. Desde luego, este no es el único tipo innovación educativa posible, pero sí el que se ha convertido en hegemónico.
- Esto implica reducir la formación de las futuras generaciones a las necesidades puramente tecno-económicas del sistema, obviando otras que podrían ser disfuncionales como, por ejemplo, la formación intelectual de masas de población destinadas a la precariedad, que podría crear perturbaciones políticas. De ahí la insistencia en lo emocional, como forma de potenciar aquellas dimensiones del ser humano más susceptibles de manipulación. El capitalismo necesita fomentar esa dimensión para alimentar los flujos de consumo y de generación de datos y que esto sea aceptado socialmente de forma acrítica.
- La polarización en el mercado de las competencias hace que sea innecesario (no es rentable) proporcionar formación intelectual rigurosa a aquellos destinados a ocupar los puestos menos cualificados. Nuevamente la OCDE nos informa de que los “cambios fundamentales en materia de empleo implican un aumento en la demanda de competencias cognitivas no rutinarias y competencias interpersonales y una disminución en la demanda de competencias cognitivas rutinarias y artesanales” añadiendo que “hay indicios de una tendencia hacia el aumento de la polarización de competencias: se necesitan trabajadores altamente calificados para labores relacionadas con la tecnología; se contratan trabajadores menos calificados para la prestación de servicios que no pueden automatizarse, digitalizarse o subcontratarse, tales como el cuidado de otras personas; se sustituyen las competencias medias por robots inteligentes” [2].
- De ahí la necesidad de innovar constantemente en educación. Si el sistema educativo se entiende exclusivamente como proveedor de competencias para el mercado laboral tiene que reproducir la polarización, para ajustarse a la demanda. La OCDE lo expresa así: “La escasez de competencias, como la que resulta de los cambios en la demanda, puede afectar el crecimiento por sus efectos adversos sobre la productividad de la mano de obra. La escasez aumenta el costo de contratación por trabajador especializado, lo que ocasiona que las empresas empleen trabajadores menos productivos y menos calificados en su lugar. La escasez también puede poner a los trabajadores en una posición de negociación más sólida para pedir ritmos laborales más cómodos” [3]. Esto último sería, desde luego, inaceptable.
- La pregunta es si son las empresas las que deben dictar los fines del sistema educativo o, por el contrario, se deben tener en cuenta otros factores no puramente tecno-económicos y, acaso, más importantes ¿Los futuros ingenieros no necesitan formación humanística? ¿Los futuros empleados de baja cualificación deben ser condenados a la indigencia intelectual para su mejor aprovechamiento económico? ¿Es moralmente aceptable experimentar pedagógicamente a gran escala con seres humanos según las necesidades de un sistema a la postre suicida? [4]
[1] Mejores competencias, mejores empleos, mejores condiciones de vida, OCDE, 2013, pág. 20
[2] Ibid. pág. 21
[3] Ibid.
[4]Apertura
de la educación: docencia y aprendizaje innovadores para todos a través
de las nuevas tecnologías y recursos educativos abiertos, UE, comunicación de la Comisión, 2013, pág 8.
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