Publicamos este artículo que nos envía nuestro compañero Manuel Menor Currás
¿Cuántos personajes hay
en la vida pública que actúan como los de novela negra?
Como si el dinero
público fuera ilimitado o la estética no tuviera que ver con la ética, ambiciones de poder pervierten
la convivencia y enriquecen las demostraciones de estulticia.
Vivimos ahora, cuando la
sospecha sobrevuela una iniciativa cultural de gran alcance como ha sido la
de “Las edades del hombre”. La fundación homónima se habría hecho un lío con las subvenciones y
posibles argucias en la contabilidad pertinente. Hay inercias burocráticas, muy
de competitivo criterio emprendedor y amoral, que pueden enlodar una
trayectoria que lleva ya veintidós ediciones expositivas de arte sacro
castellano. Más contundente ha sido la trayectoria de Blesa,
finado en estos días de manera abrupta, después de un historial de ascenso
y descenso precipitados entre halagos del poder. Con él se ha ido un símbolo de
actitudes, maneras y desafueros de barra libre que una élite de selectos
aznáridos pretendió pasar por nueva economía, listeza política y estratégica manera de dar envidia al resto de
los mortales. Sic transit gloria mundi, podría
haber pintado Valdés Leal en una “vanitas” barroca. No nos liberaría, sin
embargo, de ese hablar completamente inseguro de quienes hablan sin saber y con
la pretensión de dar a entender que saben. Añádase que Rajoy declarará en la
Audiencia Nacional el
próximo día 26 por el “Caso Gürtel”. Y sólo cabe preguntarse por qué hay tanta gente
en la vida pública que se comporta como en una novela negra.
Vivimos ahora, cuando las
maneras críticas de Gregorio Morán, que
suele escribir
“sabatinas” en La Vanguardia, ha
sido censurado. Su artículo último no le ha sido publicado por miedo a represalia
política en el mundillo catalán.
Publicado enen otros medios, muestra cómo la información no es lo que debe ser
cuando la mueve más la apariencia que la explicación de la realidad . No es la
primera ni la segunda vez que le sucede algo similar a este periodista
asturiano. Lo casi último había tenido lugar con su libro El cura y los mandarines, que iba a ser editado por Planeta y acabó
siendo publicado por Akal. Esta historia, desabrida con muchos de los
personajes y personajillos de la transición
cultural acaecida entre 1962 y 1996, era
demasiado no oficial para que los directivos de la Real Academia de la Lengua
no hicieran peligrar los negocios de Lara con esta entidad. Así crece el erial de la
ignorancia, mientras la estupidez humana se alegra sin remedio.
Y también vivimos –ahora- cuando lo que nos ha hecho disfrutar la
Selección Española de Fútbol se está enlodando con cuanto a su vera hizo crecer
el
afán acumulativo de los Villar y asociados. Una historia esta que sólo
acaba de empezar y que, a lo que se ve, promete episodios para comprender cómo hasta
el balompié, fútbol o juego principal de nuestra infancia esconde en su
existencia real mucho más de lo que como espectáculo se ve en las pantallas. Este
iceberg a punto de deshacerse al calor del Tribunal de Cuentas, además de ponernos
en la pista de los valores que se ventilan en este ritual de la pasividad
dominguera -en las dimensiones que ya aventó Manuel Mandianes en El fútbol (no) es así (Sotelo Blanco, 2015)-,
podría llevar a que este Tribunal ejerciera de continuo una
prestigiosa labor de limpieza en otras latitudes, instituciones y estructuras
societarias en que el dinero público se gasta con excesiva complacencia
licenciosa y sin control. Para ello fue instituido, ¿no?
Vivimos y paseamos –y no desde ahora- por una España “llena” que
cada vez se distancia más no sólo de la España pobre sino, además, de La España vacía a que ha dedicado
atención Sergio del Molino. El
contraste entre el crecimiento urbano y la disminución del poblamiento en zonas
rurales va en aumento. Con una aceleración tal que los indicadores demográficos
naturales de nacimientos y muertes se muestran negativos, y las densidades de
población tienden a disminuir en las zonas que han venido protagonizando el
éxodo rural desde la segunda mitad de los años cincuenta. El resultado es que la
desertización humana de amplias zonas del interior peninsular –también
en Galicia- no para y que cada vez son más quienes desisten del arado y del
arraigo continuado en estas áreas. Ya no es fácil reclutar funcionarios o
profesores que se asienten en ellas: todos quieren vivir en la ciudad; las
escuelas cerradas crecen y adelantan la muerte de los pueblos. En muchos
casos, incluso los
agricultores tampoco viven ya en el espacio rural del que nutren sus
economías, como asegura Sergio, el autor de este muy recomendable libro para
lectores desconfiados de lo que no suele contarse.
Vivimos, que no es poco, cuando personas a las que más debemos por
su complicidad, saber e ironía en el mirar, se nos han ido o se están yendo
ahora mismo. Cuando se han marchado cuesta hacerse a la idea de que estaban
aquí hace nada, a nuestro lado. La mejor honra a su memoria va a ser no darnos
por derrotados en la construcción de un mundo vivible, más justo y fraternal en
la libertad, como quería Lars Gustafsson, el de Muerte de un apicultor: ”Empezamos de nuevo. No nos rendimos”. Y si
en algún momento se nos hace cuesta arriba la tarea, deseable es poder volver
la vista atrás desde algún recodo del camino con humorado amor por lo compartido.
Manuel Menor Currás
Madrid, 23.07.2017
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