Más que una
educación democrática y moderna, al PP de Rajoy le interesa la pura
continuidad de lo que han legislado hasta ahora, aunque ya no tengan
mayoría parlamentaria.
En
esencia, lo oído el día 30 en la Cámara ha vuelto a repetirse el
31 de agosto, cuando de manera más contundente han quedado fijada
una dualidad de posiciones irreconciliables en cuanto a lo que se
pretendía: la investidura de Rajoy. Es muy probable que nada varíe
el próximo viernes en el segundo intento y que el asunto quede en el
aire a la expectativa provisional de que surja otro candidato. En
conjunto, puede que a Rajoy le convenga ir a unas nuevas elecciones,
en la expectativa de que, similarmente a lo ocurrido en las del
pasado junio, aumente la proporción de sus escaños y, por
agotamiento o abstención de sus oponentes, renueve la mayoría
suficiente para seguir gobernando. Sea lo que fuere, los elementos
centrales del desencuentro actual que impide una salida a la falta de
Gobierno, quedaron claros en lo que ayer, día 30 de septiembre, dejó
dicho el actual presidente en funciones exagerando los méritos de lo
que había hecho estos años y poniendo en máxima evidencia lo poco
que le interesaba un cambio significativo en una trayectoria en que
que los recortes en lo social y los derechos políticos han quedado
seriamente afectados mientras las expresiones de corrupción
escandalizaron ampliamente.
De
colores
Como
suele suceder en situaciones solemnes, todo había empezado unos días
antes, en este caso con alusiones cromáticas que volverían
implícita y explícitamente en estas dos sesiones: “No
tiene ni color” la posible investidura de Rajoy con la intentada
por Pedro Sánchez. Esa fue la Palabra
de Hernando
que, glosada, amplificada y rememorada por la práctica totalidad de
los medios influyentes, cobró visos de verdad. Bien mirada la
hemeroteca, sin embargo, entre lo que en ese entorno se dijo en el
mes de marzo y lo que se ha dicho para preparar el ambiente apropiado
al discurso de Rajoy este 30 de agosto, no se entiende la diferencia.
Sólo cabe concluir que, en política -como en las demás formas de
la vida relacional- prima casi siempre la ley del embudo o, más
físicamente, que todo es del color del cristal con que se mire. Es
decir, que tenía razón el portavoz del PP: uno es el color del PP,
tirando decididamente al azul –levemente menos marino que otrora- y
otro el color del PSOE, menos rojo que lo que muchos desearían, pero
rojo. Del color del resto del personal, parece que a nadie le haya
importado en exceso, salvo el naranja que fue reiteradamente aludido
por su complementariedad al azul en esta coyuntura.
De
colores se vestían antes los campos en primavera, afirmación de
corto alcance que, con el cambio climático en marcha, no coincide
con lo que habíamos aprendido en nuestra infancia con las
omnipresentes flores como recurso rudimentario de lindezas poéticas.
Eso cantaron también muchísimos cursillistas de cristiandad de
finales de los sesenta y ya ni suele oírse sino en algunas reuniones
de gente algo mayor. También en esto se ha acelerado un largo
proceso de cambio, cuando ni siquiera es habitual encontrar a gente
que cante al unísono, aunque haya libado en común amplia y
gozosamente. Incluso a las excursiones escolares, ha llegado el
exterminio de los desafinamientos compartidos. Aquel hábito
colectivo ha cedido ante Facebook y las redes sociales, que están
motivando una mutación acelerada de las falanges, falanginas y
falangetas digitales. El caso es que, con la mención de Hernando a
los colores, se ha venido a reafirmar la teoría de que “en
materia de color –como recogía el refranero de Martínez Kleiser-,
el que a cada uno le guste es el mejor. Es decir, que lo que tal vez
quiso decir es que cada cual va a lo suyo, aunque parezca que todos
caminamos juntos, como pueblo soberano.
Vino
a quedar más claro hacia las 17’08hs. del susodicho día treinta
de agosto, en que Rajoy terminó de desgranar sus méritos y
proyectos para el caso de que los señores parlamentarios tuviesen a
bien elegirle para continuar gobernando, que es lo que en verdad
pedía: proseguir en la continuidad. Nada explicó de lo mal hecho,
que pretendía prolongar con leves modulaciones en el concierto de
algunos acuerdos “multicolores”. Ningún arrepentimiento mostró
respecto a las reformas que, según aseguró, había que hacer. Su
única novedad real fue intentar unos difíciles puentes –que en el
transcurso de los años pasados había volado sistemáticamente- para
poder reanudar, con la colaboración de más fuerzas que las del C´s,
las tareas a que se había acostumbrado en estos cuatro años. Casi
todo ha estado bien hecho en su opinión, y empeñado ha estado en
que se sumaran a su relato de que nos había sacado de un marasmo de
espanto y habernos situado en un proceso de recuperación del que nos
tienen envidia en el mundo. Con ese bagaje tan repetitivo, de puro
marketing tranquilizador y múltiples veces teñido de burocrático
aire de pasado a conservar, se atrevió a pedir a los demás, por muy
en desacuerdo que estuvieran, que le facilitaran continuar en La
Moncloa: cuestión de responsabilidad, dijo. Y humildad le faltó al
decirlo, pues dejó sin explicar a la ciudadanía y a cuantos allí
estaban, por qué exigía responsabilidad con tan poco respeto a las
opiniones y necesidades de los representados por la otra parte
sustancial de la Cámara, cuando suena
muy irresponsable democráticamente hablando
Color
de los acuerdos de Educación
Muy
significativo fue en el espectro de colores a que correspondía su
discurso, que en la mayoría de las cuestiones que aparentaban ser
nuevas porque hablaban de acuerdos nacionales de futuro en Educación,
violencia de género y pensiones principalmente -lo que para él
debía ser una inmensa novedad-, no estuviera haciendo sino una
lectura rutinaria de los papeles que habían firmado con Ciudadanos.
Concretamente, en Educación, la lectura incluso fue incorrecta pues
dejó fuera la Educación Infantil: a tenor de lo que leía, el
sistema educativo gratuito empezaría con la Primaria –volvió a
decirlo el día 31. Por lo demás, insistió en cuestiones ya
comentadas en la columna última de este periódico, centrales en el
documento de los 150 compromisos que el representante de
Compromís calificaría de gatopardescos. Y así, la LOMCE continúa
prácticamente tal cual y, sobre todo, la interpretación del art. 27
de la Constitución sigue teniendo difícil armonización al querer
que siga casando, sin cortapisas, la libertad de los padres para
elegir colegios y la igualdad educativa de todos. No se cortó
tampoco al dar como punto de partida para la atención al profesorado
-pieza central del sistema-, los prolegómenos del Estatuto de la
Función Docente ya adelantados en el “Libro blanco” preparado
por el Sr. Marina y denostado por los colectivos implicados. Eso del
profesorado como centro de toda mejora educativa quedó de este modo
en la mera muletilla administrativista de que siempre ha gozado:
aparece en toda la legislación educativa, ya desde Antonio García
Álix en 1900 como primer ministro de Instrucción pública, sin que
haya cesado de reiterarse en el BOE desde la postguerra con más
desdén rutinario que eficiencia cuidadosa. De pasada, igual
referencia relevante tuvo la mención a la gobernanza universitaria,
asunto que muchos temen haya quedado sentenciado en lo diseñado por
Wert. Lo que Rajoy destacó a realizar en asuntos educativos, tan
claro quedó como impreciso y pobre estaba en el ya famoso documento
de los 150 compromisos firmados por los dos partidos que avalan la
candidatura de Rajoy con 170 escaños. Similarmente han quedado las
cosas en otras áreas socioeconómicas, como se han ocupado en
destacar los portavoces de las otras formaciones de coloraciones a
las que la oferta de Rajoy no ha logrado convencer, al menos de
momento.
Del
rojo provisional
Al
final, cuando el rojo de la barra estadística mostraba en TVE los
180 votos negativos que impedían que el resultado de esta primera
votación de investidura fuera favorable, se confirmaron -esta vez de
manera extraordinariamente solemne- dos criterios de la opción
política defendida por las dos formaciones centrales, PP y
Ciudadanos, que la defendían. Los dos son relevantes, de este modo,
para cualquier pretensión de Pacto futuro en Educación: A) que la
Educación seguirá a todas luces prácticamente igual, y B) que, a
esta gente, no le interesa mucho qué pase con la mayoría social y
el tipo de educación que vaya a tener. En la dicotomía tradicional
del estudias o trabajas, tienen mucho más que ver con lo segundo que
con lo primero y, en la mayoría de los casos, con muy bajo nivel de
competencia y amplia precariedad. Tanto en lo educativo como en las
demás cuestiones que pudieran afectar a esa gran mayoría social,
tan sólo parece importarles que no les importunen mucho.
De
hecho, ese colectivo ampliamente mayoritario no apareció para nada
en el discurso famoso de la expectativa de investidura, como no fuera
como atrezzo colateral. No basta con mencionar por exigencia
del guión el término “equidad”, y pudo confirmarse
cumplidamente en las alusiones teóricas a “la soberanía nacional”
que, respecto a las tensiones territoriales de signo independentista,
salieron a colación. El concepto manejado por el presidente en
funciones y candidato a reanudar mandato, se alejó no poco de lo que
por soberanía se entendía en las posiciones del liberalismo
democrático del XIX, de modo que decir que ese fue el discurso de
“todas las constituciones españolas” desde 1812 es muy equívoco
cuando no falso, como en parte le respondieron algunos
intervinientes. Vista en términos prácticos, muy limitado ha sido
su ejercicio: hasta 1890, el voto masculino no se universalizó –y
con bastantes cortapisas; y, además de las múltiples maneras en que
se falsificaron las elecciones, tampoco las mujeres tuvieron tal
derecho hasta la II República. Muy peculiar queda, además, si, en
lo acontecido en España desde 1812, se pasan por alto las quiebras
que la soberanía nacional ha tenido a base de múltiples
interferencias de todo tipo, incluidos sucesivos golpes de Estado y
guerras civiles, dejando en consecuencia muy poco tiempo real a la la
soberanía democrática del pueblo español. Arrogarse ser su
intérprete exclusivo, y añadir una especie de identificación
hipostática con tal interpretación, en muchos de nuestros políticos
–y de modo muy particular en el sector más conservador- se ha
traslucido en exceso en este debate. Pese a ironías y sarcasmos que
le dieron cierto tono distendido, la dureza fue grande en bastantes
momentos.
Necesidad
de más luces que colores
Quiere
todo lo visto y oído decir que, al margen de refraneros y
conveniencias manipuladoras -y del propio espectro lumínico en que
nos movamos en este momento-, más que una cuestión de colores lo
que sigue en juego en este proceso de investidura y sus derivaciones
es el gradiente de luces, generosidad y autonomía de que dispongan
los dirigentes políticos surgidos de las últimas elecciones para
que no vuelva a ser verdad lo del tuerto guiando a los ciegos, otra
cantilena que, si tiene gracia, no debiera tener tan amplio crédito.
El más concernido por el teatralizado desencuentro exhibido estos
dos días seguramente será, en todo caso, el afecto de la ciudadanía
hacia las instituciones políticas.
Manuel
Menor Currás
Madrid,
31/08/2016
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