Antes fue el monólogo. El aprendizaje desarrollado en 12 convocatorias
electorales nos ha hecho descubrir el diálogo: ¿Será posible la “libertad de
enseñanza” para todos?
Si a un adolescente se le pregunta en un examen que
indique ríos de la Península que desemboquen en el norte, es muy probable que
conteste que ninguno lo hace. Razón: los ríos no suben hacia arriba, algo así
como la ley de la gravedad aplicada a la Geografía. De tanto mirar los mapas
colgados en las aulas, con el norte en alto, la confusión operativa está
servida. Igual suele suceder , y no sólo con adolescentes, con las cronologías.
Si se habla de un asunto que admita comparación entre dos fechas, por ejemplo
1978 y 2015, inevitablemente la gente más joven tiende a considerar más
avanzado, moderno, progresista y, por tanto mejor, cuanto se acerque a la
última fecha. Todo lo que esté más próximo a la fecha antigua lo suelen ver ineludiblemente peor, menos evolucionado y, a
veces, antediluviano.
Diálogo
Pues
bien, ya hemos pasado el ansiado 20/D-2015 y, supuestamente, todo deberá ser
mejor que antes. El pluripartidismo que parece haber salido de estas urnas, si
no de lleno sí muy fuerte, debe ser una maravilla, porque es de ahora mismo. Frente
a él, lo que había deberá ser considerado una ruda antigualla bipartidista. Ya
es imprescindible que quien vaya a gobernar necesariamente dialogue como mínimo
un poco con otro partido que le ayude a alcanzar los 176 escaños imprescindibles
en el Congreso. Para quienes hemos estado ayunos de urnas tantos años, después
de haber metido papeletas en ellas 12
veces este resultado debiera alegrarnos porque, siendo el último hasta el
presente seguramente es el mejor. En fin,
que estas enésimas elecciones “históricas” nos han descubierto al fin las
bondades del “diálogo” e, incluso, nos confirman que más vale tarde que nunca.
Por
lo que toca a esta regla de la cronología pura y dura, sin embargo, disculpen
que nos resulte difícil aceptar que sea mejor lo sucedido más tarde. A este
paso, en muchas cosas no logradas ya no nos enteraremos. Partamos, de todos
modos, de ese supuesto de que las cosas avanzan y mejoran con el tiempo. Habrá
que admitir igualmente que todos los grupos estarán ahora, después del 20-D,
más inclinados al “diálogo”. Teóricamente así debiera ser, y también porque
hasta los más reacios –muy propicios a la sordera- han empleado esta panacea
del diálogo muchas veces en las dos últimas semanas. Y también antes, claro.
Algo adivinarían desde sus observatorios prospectivos escondido en esta palabra
que tanto cautiva en abstracto. Pese a lo cual, por la falta de uso no sabemos
muy bien qué pasará. Desde hace dos días, sumidos hemos quedado a la espera del
significado operativo que pueda ir cobrando. Para que no haya equivocaciones,
algunos ya le han puesto un adjetivo indispensable: “nacional”. Supuestamente,
para evitar el lado oscuro de la fuerza. No sea que a alguien se le ocurra que
se deba empezar de cero y fuéramos a reescribir los Diálogos de Platón o cualquier otro coloquio ya desarrollado antaño. Con las Navidades por medio y con líneas
rojas que se irán añadiendo para estructurar bien de qué deba ir el gran
hallazgo, hay todavía dos meses para que coja cuerpo el significado concreto. Algunos
de los que de uno u otro modo siempre tienen voz en estas cosas ya van poniendo
por delante lo suyo. Algún obispo ya ha salido a la palestra y, cómo no, el
representante de los empresarios.
Dos cosas previas se antojan, de
todos modos, complicadas de entender en este supuesto “avance” al que por fin
hemos llegado en la noche del 20-D. Por un lado, si esto del diálogo es un
progreso, por qué ahora lo es y antes no lo era. Recuerden como síntoma la época de Gabilondo en Educación. Dialogar y
consensuar entonces era algo insidioso e incluso trágico, para rasgarse las
vestiduras e imponer esta última ley orgánica. Ahora no, ya no. Lo mínimamente
lógico, en consecuencia, debería pasar por reconocer que estos cuatro años
últimos –pese a ser cronológicamente posteriores a lo acontecido en 2011- han
sido un retroceso que ahora se ha de enmendar, un poco al menos. Es decir, que
se nos desmorona un poco la tesis normativa de que lo último es mejor.
Por otro lado, ante la falta de “diálogo”
existente hasta el presente, sólo cabe mirar hacia atrás por si alguna vez lo haya
habido. Los expertos en genealogía de la psicología nacional ya se están
ocupando en explicaar a qué se deba esta
tradición ahora problemática del
monólogo. Según Pániker “el defecto nacional es la hiperemotividad,
que nadie escucha ni cambia sus paradigmas”. Suena bien, pero nos quedamos como
estábamos: a ver a dónde se va para que nos corrijan con urgencia este
dogmatismo innato. La verdad es que si de gran pacto o consenso habido en el
pasado se ha de hablar, en Educación sólo cabe echarse a la cara el logrado en
1978 en torno al art. 27 de la Constitución y pare usted de contar. Lo que
visto así, también desde este estricto campo concreto de los asuntos educativos
parece hacer ver que hubiéramos estado más avanzados en aquellas fechas del 78
que en todo el tiempo transcurrido desde entonces. Loada sea, pues, la marcha
atrás en el tiempo como fórmula para caminar hacia el futuro.
Voces y palabras
Y aquí empieza la gran cuestión. Perdida
la costumbre de dialogar en tantos años de morros hiperemotivos y verdades
absolutas a imponernos unos a otros, ¿de qué vamos hablar ahora? Después de
tanto monólogo, tal vez sea urgente volver a Aristóteles, en contra de lo que
dicen las reducciones mejoradoras de la LOMCE. Distinguía perfectamente el gran
ateniense del siglo IV a.C. que una cosa
era tener voz y otra usar la palabra. Lo primero, según él, era propio de los
animales, más no lo segundo, estrictamente caracterízador de los humanos, capaz
de realizarles como personas si se desarrollaba en la POLIS. Es decir, que, a partir de esa constatación no
deberíamos consentir que, en nombre de
la eficiencia –llámese estabilidad, parsimonia o que todo siga como siempre- de
nuevo sucumban nuestros representantes a la tentación de dejar fuera de juego los
intereses y problemas de la ciudadanía. Admitamos que una cosa son los
intereses estratégicos o tácticos de los partidos, nuevos y viejos, y otra bien
diferente qué se deba hablar con urgencia para que esto no se descabalgue más.
Y aquí, a su vez, surgirá de inmediato
un designio a que prestar atención: pueden apostar algo a lo urgente se
volverá a comer a lo necesario. En Educación, casi siempre así ha sido. Desde
antes de que Don Antonio García Álix pisara por primera vez un edificio
denominado Ministerio de Educación en abril de 1900. Tan embarullado estaba
todo ya para entonces que eé solo, en
cuatro meses que duró su mandato, hizo 308 decretos que sus sucesores cambiaron
por otros enseguida, y así hemos seguido. Sólo estaba empezando el “diálogo”
del poder político con la sociedad y vendrían cosas peores.
Lo urgente y lo necesario
Miren despacio, por tanto, los
programas electorales conocidos hasta el 20-D, por si quieren inspirarse acerca
de los itinerarios que pueda seguir el pretendido “diálogo” inmediato. Los
desarrollos más o menos oscuros de cada partido, sus imprecisiones temporales y
ocurrencias variadas para animar a
posibles votantes orientan poco. Y colocados juntos los de posibles partidos
que logren entenderse para un probable gobierno en esta legislatura inminente,
poco es lo que podrán compartir como no sean variopintas superficialidades,
algunas incluso incompatibles. Tocará hablar de Educación, pero el momento y el
orden respecto a otras muchas cuestiones acuciantes, cuando los problemas
gordos de la economía siguen ahí, hace presagiar que se cumplirá una vez más la
regla de que lo urgente se come a lo
necesario. A las crisis que han acompañado siempre a todas las reformas
educativas –asunto desesperante-, se añade ahora, una vez más, que habrá que
empezar a hablar de qué se habla.. Entre el “crecimiento” y la educación….,
¿qué será primero?
Palabras pequeñas y conceptos
rotundos
Nunca será tarde si nos es dado ver que se
ponen a hablar de palabras pequeñas se ponen a hablar y no de conceptos muy
rotundos. Piensen lo que quieran de si
es mejor lo recién acontecido que lo que pasaba hace 40 años. Y quedemos a la
espera de que empiece la conversación y hablen fluidamente, de manera creíble y
transparente. Esperemos que hablen de lo que es imprescindible con cierta
premura: de cómo hacer que todos, todos, todos, tengan acceso a una enseñanza
digna, justa y moderna, de modo que todos, todos, todos, se sientan ejerciendo
la misma “libertad de enseñanza”. La misma, no versiones diferentes de “libertad”
y de “enseñanza”, que ya sería dialogar deslealmente. Hay más cosas de que hablar,
por supuesto. Pero ésta es la más urgente en esta modernidad a que hemos
llegado.
Manuel Menor Currás
Madrid, 22/12/2015
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