lunes, 16 de septiembre de 2024

Comienzo de curso (Manuel Menor)

La imprecisión con que se inicia el otoño propicia el oficio de difuminar la necesidad de pactos educativos coherentes.

Los datos estadísticos dicen cosas que las opiniones más frecuentes suelen expresar rozando de modo impreciso la realidad de lo que acontece. Lo correcto, justo y necesario sería que hubiera coherencia entre lo uno y lo otro, y puede que así fuera si los hablantes no tuvieran vivencias, intereses y afectos condicionantes de sus afirmaciones y negaciones.

EDUCAFAKES

Repasar qué dicen las webs oficiales de Moncloa y de las Comunidades autónomas sobre educación tampoco es muy alentador; suelen insistir en la cuantitatividad de centros, profesores y alumnos por etapas y ciclos formativos. Para tranquilizar a los votantes, suelen hablar de récords, rankings superados, hipotéticamente expresivos de mejoras ocurridas respecto a un pasado igualmente indefinido, impreciso en datos históricos y contextuales. Igual que los discursos oficiales, para generar placidez no siembran dudas sobre la gestión y difunden la idea de estar en un proyecto inmejorable. Desde que Sócrates padeció el uso mentiroso de los sofismas, son incontables los ciudadanos que han sufrido campañas bien orquestadas de medias verdades y puras falsedades, presentadas como verdad, pura verdad e, incluso, verdad absoluta. La cantidad de engañados sigue creciendo, dada la gran facilidad que ofrecen las redes sociales para esparcir bulos interesados, y el gran número de los dispuestos a difundirlos negando evidencias palmarias.

En lo que atañe a la educación española, basta con repasar los prólogos de todas las leyes proclamadas en la Gazeta de Madrid en el siglo XIX, o en el BOE a partir de 1936, para observar las repeticiones de incumplimientos. Después de varias constituciones -desde 1812 a 1978-, y de miles de leyes, órdenes, decretos y resoluciones para llevar a efecto reformas y contrarreformas, sigue habiendo grandes lagunas en el sistema educativo que, a veces, ni se mencionan, pero que en las aulas reales restringen su eficiencia. La gran habilidad de los gestores del sistema, y de buena parte de sus guionistas, ha consistido en lograr que los problemas serios –siempre intocados- quedaran ocultos, mientras se promovían debates en torno a palabras de gran elasticidad semántica. Hablar de “esfuerzo”, de “igualdad de oportunidades”, de “libertad educativa” y de “nivel”, de “currículum actualizado”, de “evaluación”, y hasta de “integración” e “igualdad”, de metodologías de uno u otro tipo, de IA y digitalización, es entretenido mientras no se baja a los detalles de la sociología real de los centros y a su diferencialidad profunda, insondable a veces, y persistente en todo el recorrido histórico.

CONTRADICCIONES LATENTES

El primer día de cada curso, por ejemplo, cuando un maestro o profesor entra en coloquio con el alumnado que le haya caído en suerte, sabe que, según el distrito y calle en que vivan, el trabajo y el nivel de estudios de sus padres o el tipo de aficiones lectoras y culturales de la familia, varían sensiblemente las posibilidades de unos y otras para que ese curso represente o no un paso relevante en el desarrollo de sus capacidades para moverse en la sociedad. El docente, sin embargo, poco puede hacer. Las encuestas, informes como los de la OCDE desde 1965 -o de PISA desde 2001- y estudios bien contrastados, no cesan de reiterar que las diferencias de clase se reproducen en el sistema educativo. Hoy, la práctica totalidad de los adolescentes inferiores a 16 años está escolarizada, pero la igualdad de trato sigue siendo muy dispar. De entrada, por ejemplo, sigue no siendo lo mismo “ir a la escuela” o al “colegio” y, como sucedía después de la Guerra –en que muchos no tenían puesto escolar-, el actual sistema educativo español sigue mostrando un nivel de “fracaso” de los más altos de la UE. Se ha resuelto la escolarización, pero no la educación digna de todos. La eficiencia del sistema vigente, crecientemente diferencial, depende, cada vez más, de los recursos de que disponga cada familia desde antes de que un niño o niña vaya por primera vez a un aula escolar.

Los datos estadísticos corroboran que, paulatinamente primero, y aceleradamente en los últimos cincuenta años, ha crecido la opción por los centros privados –subvencionados antes de 1985 y concertados después muchos de ellos-, evidenciando que “estudiar” cumple objetivos sociales ajenos al saber y al logro de condiciones socializadoras similares para todos. Que un tercio del alumnado evidencie diversos tipos de problemas como abandono temprano, repeticiones de curso y un difícil logro de “competencias” básicas para “leer” el alfabeto de este mundo tan cambiante, no parece que sea el estímulo más apropiado para decir, sin mentir, que hayamos logrado “el mejor” de los momentos educativos. Y menos cuando, adicionalmente, se advierte que se trata de limitar el fracaso sistémico mediante el aumento de ayudas -con dinero público-, a la enseñanza privada y concertada, o se alaba y bendice la bajada de impuestos como panacea de bienestar social. La relación de ambas cuestiones nunca se aclara de modo convincente para una ciudadanía democrática, y ahí sigue, como si obedeciera a un voto sagrado. El contraído en tiempos de máximo fervor por la unidad político-religiosa nacional -con acuerdos concordatarios en 1851 y 1953-, no ha sido desmentido por los Acuerdos con la Santa Sede, en enero de.1979. Tampoco se ha moderado en los últimos años: cumplir las prácticas religiosas ha cambiado drásticamente, pero la red privada-concertada –de propiedad confesional en gran medida- sigue extendiéndose como oligopolio empresarial. En paralelo, el aprecio por la enseñanza de todos, con rutinas erosivas complementarias, sigue generando noticias como esta: “Los institutos habilitan aulas en bibliotecas, laboratorios y cuartos de baño para reducir ratios.

Para tratar de atajar tanta contradicción, Jesús Rogero y Daniel Turienzo acaban de publicar: Educafakes. ¡Ojalá que la prestancia cualitativa de la educación no se siguiera fiando a la voluntariedad “vocacional” de los trabajadores a quienes está confiada! ¿Ya no habrá manifestaciones ni huelgas por razones tan graves como las que se vienen protagonizando desde que los vecinos de Palomeras Bajas diseñaron la camiseta verde en marzo de 2007 para denunciar incesantes recortes de recursos a la enseñanza pública? ¿No se racaneará más con la formación que los docentes deban tener antes, en y durante los tiempos de su carrera profesional? ¡Mucha suerte a todos con el nuevo curso!

Manuel Menor Currás
9/9/2024

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