La ansiedad política se presta al abuso de palabras tan poderosas como las que fueron lema principal de la modernidad política.
Los líderes suelen emplearlas sin pensar mucho,presionados por la urgencia de conquistar el favor de sus oyentes. En vísperas de una investidura, de la que todo indica que será fallida, este hábito tiende a ser más hiperbólico. La euforia partidista les hace confundir las palabras y las cosas, como se ha podido ver en el último mitin de Feijóo en Santiago; similares juegos de palabras de Sánchez se habían oído poco antes en Ourense
Desigualdad lingüistica
La proclama del líder del PP: “Vamos a defender la igualdad aunque nos cueste la Presidencia de España”,ligada a otro núcleo semántico como “Libertad”, en un acto que llevaba el lema: ”Por la igualdad de los españoles”, es todo un paradigma, tan polivalente como insignificante. El empleo altisonante de términos políticos tan valiosos equivale a verle ventaja a dejar las cosas a medio hacer, cansina manía que denunciaba Larra hacia 1836: “Hágalo usted todo de una vez, el día primero del año, por ejemplo. ¿Y los trescientos sesenta y cuatro restantes, qué hace usted? Holgar. Dios nos libre, la ociosidad es madre de todos los vicios”.
La lectura de las noticias diarias da múltiples indicios de que, o muchas ganas tiene el líder del PP de modernizar España o, por el contrario, su alegato por la igualdad no pasa de un tópico que, pronunciado en un contexto tan extraño como el de estas vísperas de investidura, no pasa de clamor banal. Un buen contraste del valor real lo proporciona el uso que, de las lenguas cooficiales, acaba de escenificarse en el Congreso de Diputados. Tan tardía novedad es –según el círculo más cercano al líder- “hacer el canelo”, una pérdida de tiempo. Es decir, que siguen,más bien, con su tradicional minusvaloración de cuanto no sea “en castellano”. No les importa que, en la idea de igualdad idiomática impuesta durante tantos años, brillara la prepotencia. Por cómo hablan de este asunto, menos les importa que en la vida escolar de las generaciones que vivieron la educación de posguerra, esa barrera de la lengua fuera para muchos alumnos y alumnas causa de minusvaloración ante otros colegas; tampoco reconocerán que, fuera de la escuela, no fuera infrecuente que, cuando muchas personas tenían que realizar algúntrámite, al acobardamiento por hablar solamente su lengua materna, fueran objeto de burla para algún funcionario chusquero. Hay testigos sufridores de cómoaquella igualdad lingüistica fue ocasión para que, en muchos centros escolares (de las llamadas autonomías históricas), los docentes menos preocupados por su alumnado, ejercitaran con ellos castigos absurdos. Aquel rastro han vuelto a mostrar estos días los contrarios a esta iniciativa igualadora, tan pagados de luchar “por la igualdad de los españoles” y su unidad.
Desigualdades no sólo educativas
Hay muchas otras cuestiones en la vida pública, que deberían ser tratadas con más finura por cuantos invocanestos términos. No debiera ser en vano recordar cómo el fútbol femenino sigue siendo objeto de prepotencia de muchos dirigentes deportivos, y más doloroso es constatar cómo la violencia “de género” ya suma 47 muertes este año. Aunque haya quienes nieguen este sesgo en los comportamientos violentos, cada día que pasa también crece el empleo desquiciado de la IA (inteligencia artificial): hasta los críos la usan para hacer bulling en suentorno. Por todas partes bulle ese afán desnortado de dominio y superioridad, empeñado en someter, humillar y controlar al otro -y, sobre todo, a la otra-, lo que indica que la educación en la igualdad es un trabajo largo, lento y duro, al que no ayuda nada tratarlo con tópicospublicitarios.
La labor de las familias, y la que corresponde al sistema escolar, es imprescindible para la convivencia democrática. Muchos responsables políticos, sin embargo, no son sensibles a que sea equitativo el acceso de todos a una educación profundamente democratizadora. La CE78 dice en su artc. 27, que ha de ser universal y gratuita, pero en la práctica -cuando vamos por la 9ª ley orgánica de su desarrollo-, las medias tintas en el desarrollo legislativo de ese mandato, sumadas a una alternancia ejecutiva que reproduce una interpretaciónopuesta y gritona de ambos términos, hacen que el ciudadano perciba que la igualdad –tanto la educativa, como la social- seguirá siendo pura utopía. Conste queson los políticos del ala conservadora los que controlan en torno al 80% del presupuesto del sistema escolar; soncompetencia de las Autonomías y en cómo lo distribuyen queda patente su descarada inclinación hacia los centros privados, mientras dejan la red publica más inestable, aunque sea la única a que tiene acceso la mayoría de los hijos de asalariados.
Esa desigualdad, congénita al sistema escolar desde 1857, la vienen mostrando los sucesivos informes de la OCDE; para 1970, en que ayudó a formular la reforma de la LGE, planteaba que deberían crearse 2.700.000 plazas escolares que no había. Hace unos días, el último Informe de esta organización recordaba que el 27,7% de los españoles que tienen entre 25 y 35 años sólo puede acreditar la ESO, cualificación insuficiente para el modelo productivo actual. Y explica, además, algo que -al menos desde 2010- repite: los indicadores de abandono escolar, antes de terminar la ESO y después, hablan de la desigualdad profunda del sistema: el consiguiente “fracaso” de la escuela lo padecen sobre todo los hijos e hijas de personas trabajadoras, y casi dobla al de quienes se han criado en ambientes de mayor nivel sociocultural.
No es natural, por tanto, la diferencia de resultados escolares, como tampoco lo son las expectativas que genera en unos u otros chicos y chicas lo que se hace a diario en la escuela. La gestión política de la escuela pública es en buena medida responsable de las variaciones cualitativas de la educación que tenemos. En lugares significativos como Madrid, la discriminación gestora existente la acaba de confirmar CCOOconstatando cómo la disminución general de alumnado –por la crisis de natalidad- apenas ha afectado a las unidades escolares de la enseñanza privada, mientras ha recaído en gran medida en el cierre selectivo de las de lared pública. En síntesis, el cuidado de estos centros desde Infantil y Primaria -y la disminución de privilegios a los concertados, en gran parte confesionales- sería el mejor modo de que cualquier político demostrara que, cuando habla de equidad, no habla por hablar. Lo que están haciendo con la educación de todos a cuenta del dinero de todos es profundamente injusto. Condorcet –el gran promotor de la escuela pública en 1792- lo confirmaría.
MMC (19.09.2023)
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