Una oposición tiene como objetivo aplicar los principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad. Se trata de realizar pruebas objetivas para medir la competencia científica y pedagógica. Es decir, que el aspirante sabe de su materia y es capaz de enseñarla de forma didáctica. El Ministerio de Educación, con gran simplismo, sitúa que para ser buen profesor un factor clave es el dominio del inglés.
Defiendo la competencia lingüística en inglés u otros idiomas y la competencia tecnológica. Pero no creo que el inglés tenga que ser un elemento selectivo, al mismo nivel que la capacidad científica y didáctica, para la idoneidad docente.
Las cosas son mucho más complejas. Si se quiere mejorar la competencia del profesorado y los sistemas de selección hay que hablar de formación inicial, de formación permanente, del sistema de tutorización del nuevo profesorado, de su evaluación, de la carrera docente. Ver las cosas de forma sistémica, con un planteamiento equilibrado para el acceso entre experiencia y brillantez, acompañando al nuevo profesor en su rodaje práctico, recuperando la formación desaparecida por los recortes.
Es una barbaridad que toda la enseñanza gire en torno al inglés. Otra ocurrencia en la misma línea, de la Comunidad de Madrid, es que cualquier titulado pueda ser maestro. Esto no sucede en otros países, donde se defiende la especialización del profesorado. La propuesta sería una vuelta al pasado al despreciar la formación específica. Pongamos ejemplos: ¿Por qué va a tener que hacer un examen de inglés selectivo un aspirante a profesor de lengua castellana, física, matemáticas o geografía? ¿Se imaginan a un licenciado en derecho o veterinaria educando a niños de 3, 6, 10 años? Absurdo.
Es inevitable la sensación de que son propuestas-trampa que evitan los temas de fondo: el reconocimiento del profesorado, el aumento de la OPE, la reducción de las ratios, las causas múltiples del fracaso escolar. Buscan evitar que se discuta sobre cómo recuperar la inversión educativa perdida y necesaria para aumentar la calidad educativa.
En el propósito de la derecha está utilizar el inglés como un elemento discriminatorio y de ventaja comparativa para las clases sociales más altas. Esto se agrava cuando la reducción de becas dificulta la igualdad de oportunidades. La realidad es que pretenden disponer de un profesorado en el fondo menos cualificado y sujeto a una movilidad y disponibilidad permanente.
Insisto: es bueno aumentar la competencia lingüística en otros idiomas, pero no a cualquier precio. No aplicando programas bilingües, como el de Madrid, que no se evalúan y de dudosos resultados. El estudio de FEDEA saca conclusiones muy preocupantes: ralentiza el nivel de las asignaturas aprendidas en inglés y los efectos negativos se concentran sobre los alumnos con familias de menor nivel socioeducativo. Desde mi experiencia en un instituto bilingüe en una zona socialmente depauperada hay algo claro: rompe el principio de equidad educativa al producir segregaciones y guetos que convierten la educación en un riesgo para una parte del alumnado, en vez de ser una oportunidad para todos.
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