Publicamos este análisis de Manuel Menor
No ha sido todavía
votada y ya ha sido sentenciada por los grupos conservadores del Congreso de
Diputados.
La LOMLOE –nombre atrabiliario para una ley con pretensión de
servir a una educación de todos- está a
punto de pasar al BOE con la
provisionalidad alternante de las anteriores.
Con ánimo de minusvalorarla, sus opositores han reiterado estos días que
“justo, equitativo y de calidad” es lo que, para cuando vuelvan a gobernar,
dicen tendrá “su” sistema educativo.
Se deduce, por tanto, que, a ojos de la oposición conservadora,
esta nueva ley ni es justa, ni equitativa ni de calidad, supuestamente porque, al
hacer desaparecer con la LOMCE algunos de los aspectos más denostados desde
antes de que naciera en 2013, no quieren que olvidemos los ingredientes que, salvo
ellos, nadie votó. Algunos querrían, también, que una gran mayoría ciudadana se
uniera a quienes han demandado estos días, en la Carrera de San Gerónimo y en
alguna web, seguir gozando de los privilegios que han tenido prácticamente
siempre, muy reforzados en los años del nacionalcatolicismo franquista.
Todavía polarizados
La polarización en torno a la escuela y su cultura sigue viva, no
tanto como en 2005 –en aquella manifestación histórica que arrastró a la calle
a un puñado de obispos en demanda de que la ampliación de derechos civiles no
llegara a buen término-, ni como en 1985, cuando Martínez Fuertes y Carmen
Alvear ponían obstáculos a la LODE, una ley que daba cobertura oficial a sus anteriores
subvenciones y les salvaguardaba de la mano aleatoria del libre mercado. Hoy,
son las mismas organizaciones, con idénticas dependencias orgánicas detrás y
algunos medios informativos más, las que siguen reclamando tan privilegiada
situación, aunque la coyuntura no propicie el dramatismo de entonces para
maximizar su nostalgia.
Se ha de reconocer, de todos modos, la pervivencia del apego a si
es o no es verdad aquel modo de entender lo que es “justo, equitativo y de
calidad” en el mundo educativo escolar. Algunos, al proclamar que tienen de su lado, de siempre, el bien y la verdad,
les cuesta aceptar el principio de realidad, objetivable estadísticamente con
los datos relativos a recortes en la enseñanza pública y paralelo crecimiento
de recursos en la privada que han reflejado los Presupuestos Generales de
Educación entre 2008 y 2018 –vigente todavía-,
sin más justificación que predilecciones de quienes manejaron los dineros de
Hacienda. Si a ello se suma el desafecto que, pese a las facilidades dadas por
la LOMCE, ha tenido la clase de Religión, su sentido de equidad, justicia y calidad,
que vuelven a reivindicar, hace
inexplicable el peculiar baremo de
“función social” que exigen a los repartos de recursos públicos.
Con un razonamiento tan particular como poco equilibrado con las necesidades
reales de la mayoría de ciudadanos, el supuesto “pacto educativo” con que tentaron
al hemiciclo del Congreso en un pasado
no tan antiguo -la última vez fue con
Méndez de Vigo-, seguirá en el alero de
las buenas intenciones, siempre aptas para no entenderse y seguir manteniendo
vivo un espacio siempre a punto para peleas más que simbólicas, con todos los
ingredientes disponibles para ser agitados cuando convenga.
En tono menor
Al común de los ciudadanos, sin embargo, especialmente a ese
tercio de alumnado que, desde antes de nacer, está sentenciado al “abandono” o
al “fracaso escolar”, este debate bizantino no le dice nada. Se siente
abandonado por más que la palabra “equidad” y “justicia” sobrevuele ahora el
combate mediático unida a “calidad”, el constructo que desde los años setenta, sobre
todo, persigue a la educación española sin que alcancen a percibirla los que
más la necesitan.
A los promotores de esta ley, por su parte, parece que no les
inquiete mucho esa situación ni el avaricioso uso de las palabras con
significados contrarios a los que en buena ley reclama su semántica originaria.
Con salvar la cara por los tres años de legislatura que restan, se disponen a
defender el progresismo de esta LOMLOE por haber logrado derogar parte de la
anterior; verdad es que ha sido especialmente ominosa y –como decía Rubalcaba-
técnicamente atroz, capaz de romper los consensos supuestos que encerraba el
art. 27 de la CE78. No les asusta, sin embargo, dejar casi como estaba la
divergencia que suponen los conciertos educativos; esta ley vuelve
prácticamente a lo que decía la LOE en su art. 108.4; se veía venir, además,
por decisiones anteriores de este Gobierno de coalición y por los oportunismos de vascos y catalanes
para tener a mano más cotas de poder
discrecional. Por su parte, el lado más conservador del PSOE ve con buenos ojos
que esa divisoria del sistema se quede en una ambigüedad similar a la de
siempre, acompañada por la que -por razones de supuesta pérdida de votos entre
sus clases medias-, han auspiciado introducir en el currículo como alternativa
a la clase de Religión –y dejando a esta en el currículo- una redundante área sobre “valores de la cultura
religiosa”.
Sobriedad
De salir adelante en el texto definitivo este aspecto normativo –que
también interesa a la jerarquía católica-, los profesores de las áreas de
Historia, Historia del Arte, Historia de la Filosofía e Historia de la Literatura,
debieran alzarse contra esta intrusión tan alevosa en sus especialidades. Los
primeros, los de las facultades universitarias y, a continuación, cuantos como
docentes en otros niveles educativos, o como discentes y lectores, reclamen del
tiempo escolar que se ocupe de lo que debe y no de lo que algunos expertos en
la sofística quieran colar al común de los mortales como imprescindible para
sus vidas. ¿Es hoy el día internacional de la Filosofía? ¡Qué raro!
Si la COVID-19 está reclamando sobriedad y precisión en las
decisiones, no parece que en el ámbito oficial de Educación exista esa
ejemplaridad. Se sigue estilando un paisaje propicio al barroquismo del horror vacui, sin ansia por clarificar
el panorama y a conveniencia provisional. En un momento en que es importante no
confundir lo urgente y lo importante, es lastimoso que, una vez más, los desvelos
de un pasado ya ido determinen improvisaciones para un presente que se
deshilacha por momentos.
Manuel Menor Currás
Madrid, 17.11.2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario