lunes, 30 de diciembre de 2019

Lo que menos me preocupa son los resultados del PISA (Juana M. Sancho en eldiariodelaeducacion.com)

Artículo de Juana M. Sancho publicado en eldiariodelaeducacion.com

Más allá de de los resultados de una prueba descontextualizada y “colonizadora”, me preocupa la falta de inversión, la formación del profesorado, el corpoplacismo de las políticas educativas o la visión reduccionista de la educación centrada en la escuela 
y no en el contexto del alumnado.

En torno a la publicación de los resultados de las pruebas PISA, personas y entidades de distintos países se han llevado las manos a la cabeza, por los “pobres” resultados obtenidos. Esto me ha hecho pensar en lo que se decía en mi infancia. “Hay quien solo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena”. Porque parece que estas personas y entidades llevan un tapón en los oídos que les impide sentir las continuas tormentas que azotan a los sistemas educativos de innumerables países. Incluido en nuestro.

A las personas que vivimos el día a día de lo que sucede en la escuela y mantenemos un firme compromiso con la misión más importante de las sociedades que buscan el bien común: la educación, nos preocupan muchas otras y más importantes cosas. Porque sin educación no hay civilización. Pero sin justicia social la educación para el bien común es inviable.

De ahí que antes de preocuparnos de los resultados de una prueba descontextualizada y “colonizadora”, que solo tiene en cuenta un tipo de conocimiento y un contexto social y cultural, haré una lista de lo que a muchos de nosotros nos preocupa.

Nos preocupa la falta de inversión sistemática y rigurosa en la educación pública.

Nos preocupa contar con una formación del profesorado a la altura de los tiempos VICA (volátiles, inciertos, complejos y ambiguos) que vivimos. Porque como decía ya Antonio Gramsci, el mayor reto de la educación es contribuir a formar individuos a la altura de su tiempo.

Nos preocupan las prácticas demasiado inerciales de los profesionales y las instituciones encargadas de la formación inicial y permanente del profesorado.

Nos preocupa el cortoplacismo y la falta de visión de los responsables de las políticas educativas.

Nos preocupa la falta de inversiones sistemáticas e integrales que llevan al profesorado de algunos centros a trabajar en condiciones de resiliencia.

Nos preocupa la visión reduccionista de la educación centrada en la escuela y no en el contexto del alumnado que, cuando llega –si es que llega– a la institución, tiene unas condiciones de partida y de vida que lo sitúan en una desigualdad difícilmente superable.

Nos preocupan las condiciones de trabajo del profesorado. En algunos países que pasan las pruebas PISA, tienen que trabajar tres turnos para sobrevivir y reciben el salario tarde y mal. Y en los que pueden vivir trabajando en un solo centro, teniendo que atender a poblaciones cultural, social, económica y física y mentalmente diversificadas, sin contar con el conocimiento o los recursos necesarios para llevar a cabo su trabajo.

Nos preocupa la ola de solucionismo tecnológico que nos invade al descubrir las grandes corporaciones tecnológicas el tesoro (el gran negocio) que encierra la educación.

Nos preocupa la falta de comunicación entre los equipos de investigación, los responsables de las políticas educativas y los centros de enseñanza.

Nos preocupa que organismos como la OCDE y los responsables de los gobiernos mantengan la pretensión de “medir los resultados de los sistemas educativos en lo que respecta al rendimiento del alumnado, dentro de un marco común y acordado a nivel internacional”, cuando no hay nada más contextual que el aprendizaje y no hay nada tan desigual como los sistemas educativos de países tan diversos como Finlandia, Corea del Sur y México o Brasil. ¿Qué es lo que “miden” las pruebas PISA más allá de la habilidad de contestar a lo que los responsables de estas pruebas esperan que contesten?

Y nos preocupa porque como como argumentaba H. L. Mencken (1880 – 1956): “Para cada problema complejo hay una respuesta que es clara, simple y errónea». Nos preocupa porque es un ejemplo más de la dificultad que tenemos para enfrentarnos a los problemas “perversos” (wicked – Rittel y Webber, 1984). Porque la educación es un problema particularmente “perverso”. Los problemas perversos se caracterizan por no estar claramente definidos. La información necesaria para comprenderlos depende de las propias ideas, de la imágenes mentales y afectivas, de quienes intentan resolverlos. Exigen un inventario exhaustivo de todas las soluciones posibles anteriormente propuestas. No es posible entender el problema sin conocer el contexto, y no hay nada tan contextual como el aprendizaje; ni se puede buscar información sin estar orientada hacia una posible solución. No se pueden considerar resueltos por razones inherentes a la lógica del problema (verdadero-falso), sino porque las personas investigadoras o responsables de las educativas consideren que alcanzaron un grado aceptable de “satisfacción”. Y lo que es mucho más importante -sobre todo para el caso de la educación-: cualquier intervención en un problema “perverso” tiene consecuencias, deja huellas, que no pueden ser borradas por una acción “reparadora” de los efectos no deseados, porque esto generará otros problemas. Por todo ello, son problemas con características que los convierten en “únicos” y también actúan como síntomas de otros problemas.

Si pensamos en el contexto de nuestro sistema educativo, o en el de cualquier otro país, no podremos encontrar ningún otro problema tan “perverso” como en el de la educación.

Por todo ello, invito a todas las personas interesadas por una educación para el bien común y la justicia social a pensar desde la complejidad sin buscar soluciones “claras, simples y erróneas”. En el caso de este tipo de respuestas que representa PISA, como dijo hace años Miguel Ángel Santos Guerra, invito a que nos preocupemos por “alimentar el pollo”, y no solo por “pesarlo”.

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