Emergen
fuertes insatisfacciones tras el 10-N
No
solo es que haya sido un a pérdida de tiempo y de recursos. Ha dado ocasión a
que cogiera fuerza un ultraconservadurismo de viejas raíces.
Las elecciones del pasado 10-N brindan la ocasión para que, si no
nos quedamos en lamentaciones estériles, ocuparnos de herencias y aprendizajes paralizantes.
Solo cuando nos desprendamos de esas mochilas, podremos decir que somos lo que
nos quede por ser.
Sorpresas previstas
Los politólogos y especialistas mediáticos tienen en las
estadísticas generadas en estas elecciones un amplio material documental para múltiples
estudios. A los más ocupados en el bipartidismo, los mortecinos resultados del
PP y PSOE les habrán tranquilizado algo. Quienes tuvieran puestas sus esperanzas
en el CS o en Unidas Podemos, habrán quedado más decepcionados, por el batacazo
del primero y por el imparado descenso del segundo, después de haber sido ambos
estrellas políticas desde 2014. Entre estos cuatro grupos, se juega, de todos
modos, gran parte de la posibilidades de una Legislatura, que, por lo visto en
el escaso día y medio transcurrido desde la noche electoral, no es descartable
que termine en decepcionante expectativa.
Los demás grupos, en fragmentación creciente, serán comparsas más o menos
fieles a un pragmatismo individualista, muy ideologizado.
Hasta el tres de diciembre, los más expertos en profecías no
pararán de darle vueltas a la
irresponsabilidad, ingenuidad o mala estrategia que unos y otros, con poca
prudencia y más confusión que acierto, han desarrollado en los seis meses
anteriores hasta desembocar en esta repetición de noviembre. El panorama ha
quedado –incluso tras la dimisión de Rivera- bastante más liado de lo que
estaba desde abril, con voluntarismos del tipo “ahora sí”, pero con menos escaños y más actores imprescindibles para que
cuadren los números.
Vox del 15,09%
La gran conversación de la noche del recuento fue para el enorme tirón de los 3.640.063 votos de VOX. Que
en menos de un año hayan tenido el desarrollo que han mostrado primero en Andalucía,
y que, entre las generales de abril o de ahora, pasaran de 24 a 52 escaños, con
962.890 votantes más. De dónde hayan salido esos millones de votantes, con
tendencia fuerte a crecer, es relevante. No cabe pensar que estemos ante algo
inexplicable, como eran en nuestra infancia los fenómenos micológicos del
otoño.
Desde 1982, en que Fuerza Nueva había desaparecido oficialmente
del mapa, era muy habitual decir que en España también en esto éramos distinto
y que, respecto a otros países europeos, fuéramos una excepción por el vigor de
nuestra democracia. Hasta hace poco, nadie apostaba por los ultraconservadores.
Incluso en fútbol, donde tenían frecuente visibilidad los ultrasur con una
cifra que en 2014 rondaba los 10.000 –según el Ministerio del Interior-, se decía que estaban “en decadencia”. Había
cierta satisfacción por haberse reducido el número de adictos y la gravedad de
incidentes protagonizados en algunos estadios.
No obstante, merece la pena releer lo que venía denunciando el Informe Raxen, que patrocina Movimiento
contra la Intolerancia. En el de 2018, aparecía un amplio muestrario de casos de racismo, xenofobia,
antisemitismo, islamofobia, neofascismo y otras muchas manifestaciones de
intolerancia existentes en nuestra sociedad. Como es importante no olvidar la
larga serie de problemas de convivencia que en
los centros educativos y en sus cercanías se vienen visibilizando para ser
trabajados como objetivo educador. E igual de imprudente sería dejar fuera de
toda consideración la larguísima serie de violencias en entornos desestructurados
por diversos motivos: en lo que va de año, 51 mujeres han sido víctimas de “violencia de género” y no
de pura cuestión intrafamiliar –como pretende VOX-. Todo ese trasfondo violento
ha estado ahí en todos estos años, igual que muchos otros, ajenos a lo que demanda
una convivencia democrática coherente con los valores propugnados en 1978.
El pacto de la CE78 supuso una tregua en aspectos políticos. Pero
la realidad sociopolítica no cambió radicalmente y no desaparecieron viejos
hábitos fascistas. Es falso, por tanto, hablar de lo ocurrido desde entonces
desde una especie de intemporalidad acrítica que habría sido proporcionada por
una supuesta “libertad de la cultura y de la educación”. Por algo Edurne
Uriarte (Vox) tuvo buen cuidado, en el debate de 24HS de la noche del 11-N,
de reivindicar para sus electores que eran gente pacífica y respetuosa con la
Constitución. Como si las cosas que dicen y las que están promoviendo donde el
PP y CS les han dado capacidad de decidir, no encerraran violencia estructural y conceptual, promotora de pautas
contrarias a una convivencia en pluralidad. En una sociedad con múltiples retos
y esquizofrenias alentadas por un desarrollo con múltiples brechas socioeconómicas
crecientes –y con descontentos múltiples, no solo entre los ricos sino también
entre los pobres- esas iniciativas y modos de hablar de los conflictos alientan
las formas fascistizantes en que poder y orden van de la mano, alegremente
coordinados desde las redes y los medios. Las novedades no logran ocultar la
nostalgia por el fascismo de los años veinte y treinta; sobre todo, cuando gritan consignas cuando los problemas internos de los otros
partidos políticos, unidos a los de la territorialidad española, se han
conjurado para destapar este duende de su aparente hibernación.
¿Satisfacción social?
Desde la gran puesta en escena de la plaza de Colón, en febrero , quien quiera estar atento a lo que ha
animado el crecimiento parlamentario de VOX debiera prestar atención especial a
la jerga y constructos como los detectados por Constanza Lambertucci, en un barrio con
una media de 112.000 euros de renta familiar,
donde con el PP acapararon casi todos los votos: “Patriotismo”, “Firmeza
en Cataluña”, “Unidad de España”, “Derecho a la vida”, “Contra la Eutanasia”,
“Integridad de España”, “Viva España”, “Amor a España”, “Honestidad de los
dirigentes”, “Ahorro y gasto recursos”, “Subir los impuestos a los ricos no
soluciona la pobreza”…
J. K. Galbraith, el economista e historiador americano, llamaba
La
cultura de la satisfacción a este conjunto de actitudes propicias al
mantenimiento del orden instituido en la sociedad adinerada, cuando en las
estadísticas sociales de EEUU-1992 había un 12,8% de pobres. Una buena
proporción en esta España actual en que los que tienen dificultades serias para
sobrevivir alcanzan –según el VIII Informe FOESSA, de este pasado mes de octubre- al 50% de la población
madrileña. Una situación propicia para preguntarse si este preexistente bloqueo social tiene que
ver con el bloqueo político resultante en España incluso después del anunciado principio de acuerdo PSOE-Unidas Podemos, y si no seguirá haciendo crecer
exponencialmente a la órbita de VOX.
Hay, en el campo educativo, un ejemplo paradigmático –paralelo e
iluminador- para acceder a los embriones que retroalimentan al actual
ultraconservadurismo o sus sinónimos denominativos. Lo ofrece lo acontecido con
Educación para la Convivencia, materia presentada como proyecto innovador en 1983 y que la LOGSE
no recogió en 1990. Propuso, en cambio, unas unidades “transversales” de
inconsistente presencia curricular y, después de 16 años, la LOE la retomó a su
modo en aquella Educación para la
Ciudadanía (EPC) que no paró de tener objetores hasta que la LOMCE la
suprimió en 2013. Esta atrabiliaria historia sugiere tres preguntas importantes
para la calidad del futuro democrático en España: ¿quién teme a una educación en los valores democráticos, más o menos reglada?
¿Quiénes abogan por sostener, cueste lo que cueste, una enseñanza de la
Religión en el curriculum escolar, indemne a todo cambio como puede verse en el BOE? ¿Independientemente de la eficiencia de este corpus de
materias, qué tipo de ciudadanos y votantes propicia la actitud oficialmente
imperante?
Manuel Menor Currás
Madrid, 12.11.2019.
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