Las
elecciones catalanas dejan en el aire las soluciones a los problemas
¿Seguiremos
a la espera de disponer de las mayorías parlamentarias incontestables para
imponer un determinado proyecto político? ¿Qué pinta ahí un Pacto
Social y Político de Educación?
La que termina es una de esas semanas
aciagas o muy iluminadoras que, según se mire, existen. TRUMP acabó culminando su destino
manifiesto de rebajar las cargas fiscales de los más ricos de EEUU al tiempo
que se cargaba la leve insinuación de seguridad social para los más débiles del
país. Aquí sucedieron acontecimientos no menos significativos. Pese a lo
satisfechos que casi todos estén, el resultado de las elecciones autonómicas catalanas
remueve –o debiera remover- las maneras de hacer política asentadas en recios
fundamentos inamovibles. Y en un orden de cosas
aparentemente menor –pero indicativas de los imprescindibles cambios que una
sociedad democrática actual requiere-, llama la atención que la mayoría de los
adolescentes sea incapaz de identificar el machismo en la publicidad. En este ámbito del mal educado machismo, no
cesan las noticias de calibre variado –como la del Obispado de Córdoba o la de los cánticos permitidos por el ejército-, al lado del prepotente refuerzo que le brindan quienes pretenden
añadir hegemonía moral a la que detentan económica y
socialmente.
¿Cuestión
de Lotería?
El Gordo de la Lotería, ese artilugio de
Carlos III para allegar recursos para las arcas del Estado en 1763 distrayendo
a los ciudadanos con el señuelo de la fortuna, es incapaz de soslayar la
renovada existencia de tales elementos caracterizadores de la vida actual. No viene mal recordar que la constante
necesidad de no perder el sentido en medio de la barahúnda. “Reconciliar” y
“reconstruir” son dos verbos de interés para el futuro de las relaciones entre
catalanes y entre Cataluña y el resto de España: no vendría mal ahora no haber perdido el tiempo en desatinados desencuentros
en que ni lo uno ni lo otro estuvieron en el centro de atención.
Es evidente que, mírese como se mire, estas
elecciones del 21-D han mostrado, ahora con más claridad, que con la
metodología empleada en estos años –y también después de la aplicación del
artículo 155- el problema no sólo persiste sino que tiende a crecer. No solo
internamente hay una fractura social en Cataluña, sino también en España. Mucho
tendrían que cambiar las cosas para que, distinguiendo bien lo principal de lo
accesorio, centráramos la atención en los problemas sociales y las prestaciones que tenemos para
solucionarlos; ver en qué medida podemos fortalecer que los derechos de todos
estén bien protegidos e, incluso, mejore su atención. La gran tentación, en
este momento, es en cambio, seguir en la pasividad displicente y ramplona, a la
espera de que, después de una siesta algo incómoda, escampe. El sueño consiste en tener una mayoría
parlamentaria incontestable que permita seguir con el consabido programa de
recortes y privatizaciones desviando la
obligación estatal hacia los contratos individuales y que cada cual aguante sus
problemas como pueda. Pretenden hechizarnos con un individualismo a tope en un
Estado mínimo.
Pero no es hora de ensoñaciones. La crisis,
que ya alcanza a más cuestiones que las estrictamente económicas, se hará
sentir cada vez más en sus dimensiones sociales y políticas mostrando
crecientemente la colisión de intereses entre lo privado y lo público. Es la
hora de hacer política, con mayúscula, y no vemos en el horizonte más que
fingimiento, brutalidad y aborrecimientos arcaicos. Lo de Trump –igual que no
hace mucho lo de Reagan y Thatcher- tiene buenos discípulos en la España
incapaces de ilusionar. Tiene, además, grandes imitadores en los más o menos
anónimos transmisores fervientes de violentos micromachismos que enturbian la
sana convivencia en las redes sociales, en la vida laboral cotidiana y en
ámbitos institucionales teñidos de viejunos hábitos no sólo coloquiales. Son
los esencialismos preciosistas de dominación transmitidos por las pautas
aprendidas en los circuitos formales e informales de la educación correcta, la
misma que niega valor a la Educación para la
la convivencia cívica.
¿Feliz
año nuevo?
Esa
calma boba que parece dominar la sensibilidad en que se mecen los últimos pasos
el Pacto Social y Político de Educación –donde yacen aparcados asuntos también
inefables, como si de algo intangible se tratara- es el mejor paradigma de la
burocracia que se ha aplicado en Cataluña y que corre el riesgo de repetirse en
este terreno, tan propicio también a la esquizofrenia. No hacer nada que
merezca la pena, sólo aquello que deje la situación como estaba, bunkerizada y
pudriéndose, es el culmen de la ilusión hipócrita. Y, claro, ha llegado la
Navidad y hemos de aparentar que somos felices y desear que los demás lo sean. ¡Ojalá
fuera verdad y que dentro de un año podamos celebrar que 2018 haya sido un año realmente nuevo!
Manuel
Menor Currás
Madrid,
23.12.2017
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