La
cronificación de las distancias sociales deteriora la vida democrática.
Los
indicadores de salud y educación distan mucho de que la esperanza de vida sea
igual para todos, y que el ascenso social esté al alcance de cuantos son escolarizados.
Dicen mucho de la especie humana, como de otros seres vivos, sus
hábitos de adaptación al medio. Para sostener en él algún grado de hegemonía,
tratan de mantener la distancia: preservar el territorio de otros grupos y
personas que puedan disputarlo. Hobbes hizo famoso, por tal motivo, un alegato
comparativo del ser humano con el lobo, una alegoría moral y política que otros
fabulistas ejemplarizantes han trasladado con éxito a otros animales. Merece la
pena recordar por tal motivo al polifacético John Berger, fallecido hace poco.
En una muy interesante trilogía dedicada a la evolución de Europa las vacas
jugaban un relevante papel simbólico. Y en King,
una historia de la calle, dibujó en torno a un perro vagabundo mucho de lo que
nos pasa a diario. Transcurrida la lectura de una treintena de páginas de este relato, este
perro de Berger dice: “El odio que los
fuertes sienten hacia los débiles en cuanto los débiles se acercan más de la
cuenta es algo particularmente humano; no sucede entre los animales. Entre los
humanos hay una distancia que ha de ser respetada, y cuando no lo es, es el
fuerte, no el débil, quien lo siente como afrenta, y de la afrenta surge el
odio… Al sentir el odio del dueño del yate (hacia su amigo, un viejo
desaliñado y pobre), aullé”.
Distantes
Esta es la distancia repelente, la del rechazo al otro. Es raro
que no haya noticias que expresen sobradamente a diario, fuera y dentro de
nuestro país, la relevancia de esta actitud. Tanta, que algunos están tentados
a calificarla como “natural”, algo contra lo que no se puede ir de lo
incrustado que está en nuestro comportamiento. Y con esa lógica de “lo natural”
aparece en las maneras en que hemos construido nuestro sistema educativo, cuando es fruto de pautas culturales que hemos
privilegiado. En Finlandia o Francia, por ejemplo, no sería tan “natural” como
entre nosotros que un Tribunal Supremo haya sentenciado a favor de los colegios que segregan por sexos en
colegios concertados. Y más cuando el Constitucional debe dirimir sobre la
posible inconstitucionalidad de lo dispuesto en la LOMCE sobre esta materia
–como hacen constar dos votos particulares de magistrados discrepantes- y la
propia LOMCE es cada día más provisional.
Pero la actitud de distancia repelente -pero consciente- es más
perturbadora cuando periodistas que supuestamente deben estar atentos a los
artilugios del poder –en cualquiera de sus manifestaciones- han dado a entender que “segregar”, lo que se
dice “segregar”, les parece excesivo. La sentencia en cuestión, por otra parte,
les da a entender que la LOMCE es plenamente conforme con el principio de
igualdad consagrado por la Constitución y las normas internacionales, no
pudiendo asociarse la enseñanza separada con la discriminación por sexo.
Difícil romper. De este modo –y desde la moral colectiva que deben compartir
todos los centros educativos- la “natural” misoginia que, entre otras
peculiaridades de nuestra conducta tribal, conduce a la violencia machista. Sucede,
por otro lado, que esa actitud complaciente del no es para tanto, es muy
habitual cuando de poner en claro múltiples cuestiones de interés general.
Véase, por ejemplo, el modo en que diversos periódicos de supuesta seriedad –de
los que pretenden que su opinión influya mucho en los lectores- han silenciado,
lo que no deja de ser otro estupendo modo distante de decir, los tejemanejes para
que la Justicia no sea severa con los problemas que en este momento asedian al
PP en casi todas partes, pero especialmente en Madrid, cuando el nombramiento
de “Concha” Espejel para la Sala de lo Penal en la Audiencia Nacional. Es decir, que
hay distancias que lo que tratan es de que se mantengan incólumes, lejos de la
vista de los demás, determinados comportamientos y actitudes que ayuden a
sostener una determinada hegemonía en el territorio.
Como excepción, la distancia
en que a veces esta especie dominante respecto a los otros especímenes se ha
ido haciendo tan larga o profunda que da en creer que es la única posición
correcta, resultándole las demás en las antípodas de la razón. Esa distancia
suele expresarse con improperios y exabruptos de distinto calibre, amén de
otras manifestaciones de desprecio tendentes a dejar al otro fuera de juego.
Este juego nada extraño ha podido verse el pasado 21 de este mismo mes, en un
acontecimiento en que Pedro Sánchez logró dar la vuelta a una situación de este
tipo, entre trágica y de farsa, que le había tocado en suerte desde octubre
pasado. El valor de la amplia distancia de votos con que le han arropado los militantes para que dirija
la Secretaría General del PSOE sólo se hará notar con provecho para la
población en la medida en que sepa arbitrar la distancia adecuada a que deban
estar cuantos medios, personas y personajes trabajaron a fondo la deslealtad
ruin para que se apartara de ese trabajo político no hace tanto.
En situaciones chuscas como esta se pueden aprender las maneras en
que los humanos somos capaces de “sostenella y no enmendalla”, a ser posible
sin que se note mucho: lo de tener siempre razón es un arte, que algunos tienen
o intentan tener. Lo han acreditado muy
en particular en el Ayuntamiento de Cádiz a contracorriente de las malas
lenguas sobre los actuales regidores de esta ciudad, que han dado en conceder
la medalla de oro de la ciudad a su patrona, la Virgen del Rosario. Es una incógnita –o una táctica- en qué
medida hayan dejado de lado estos munícipes las reclamaciones sobre este
medallero celestial extenso a que son propensos muchos políticos de diverso
utillaje ideológico, frente a las reclamaciones de otros grupos que, para el
logro de un Estado laico, tienen planteadas reclamaciones ante el Constitucional. En todo caso, la cuestión de la distancia o la de la
inmersión en la utilidad de “lo popular” está en juego, a conveniencia, en el
arte de tener razón política: no es lo mismo, o eso parece, en unos casos o en
otros.
Distintos
Otro ejemplo, en este caso de no-distancia o identidad originaria
con la diferencia, y de consiguiente implicación testimonial pro domo sua, la ha puesto la CEOE
recientemente. En un libro titulado La Educación importa, hace constar sus propuestas en un
momento en que se está planteando la posibilidad de un “pacto” educativo
nacional. Era notorio que estaba en ello desde antes de 2013 y, además, con un
poderoso aliado como la Iglesia católica. Que la CEOE quiera influir en la
educación para que se invierta el dinero como los empresarios digan también era
sabido por esa campechanía que, cuando le viene en gana, exhiben en los medios.
Muchos, sin embargo, sospechan hace tiempo que una de las razones por las que la
enseñanza pública no es como debiera y que tampoco la investigación tenga en
España los recursos adecuados, la tienen en gran medida estos empresarios
cazurros, solo dispuestos a que protejan su modo de ver, proclive a la
rentabilidad fácil y distante del los intereses de sus trabajadores. Buena
parte de estos nuevos señores se han educado en las mismas aulas donde estudia
actualmente en torno al 35% de estudiantes: no comparten pupitres ni espacios
públicos con el otro 65%. En la práctica, aprenden desde pequeños la distancia del no compartir con la mayoría de la
población asalariada. Si el conjunto de los centros escolares privados y
concertados aglutinan ese diferencial
-somos, después de Bélgica el segundo país europeo relevante en este sector- , los de las
universidades privadas también van en aumento gracias a la inestimable ayuda de
la LOMCE y varios decretos que, en su momento, dejó aprobados Wert. Muy en
consonancia con las reformas laborales que tanto miran por el futuro imperfecto
de los asalariados jóvenes.
El posible “pacto” es un momento de oro para tratar de fortalecer las posiciones hegemónicas confirmadas en
estos años de crisis en los que, entretanto, a la educación pública se la ha
ido acogotando más y más, en un proceso inacabado que aumenta la distancia
formal y social entre unos y otros estudiantes a cuenta del dinero público. Y,
por otro lado, es otra ocasión magnífica para fortalecer el negocio que se
avecina en el campo educativo con el tratamiento de datos e información que ya
las editoriales de libros de texto, entre otros agentes, están avizorando tras la Revolución 4.0. Que todo se haga de modo acrítico, mejor que mejor
para quienes tienen muchas de las claves del control social y económico, bajo
las apariencias de libertad e igualdad. Todo lo cual, si se observa en la
secuencia de tiempo largo de la historiografía especializada, hace pensar que
la estructura del sistema educativo está tendiendo a reproducir cronificada una
estructura de inmovilidad social que los más optimistas de los años setenta y
primeros ochenta creyeron retrocedería a favor de la amplitud democrática.
¿Y desiguales…?
Todo apunta a que no van por ahí muchos de los actores principales
que están en la escena. Escorados en contra de un “pacto” auténticamente
social, no reducen la distancia entre
las minorías que más tienen y la mayoría de los que les crece la escasez. En
ciudades como Barcelona o Madrid, la distancia por ejemplo en salud entre los
barrios ricos y los pobres es de once años. Un buen conocedor de este campo
como Ángel Puyol acaba de confirmar, en una entrevista a T. E. (de fe-ccoo), que todos se mueren de lo mismo, pero los
pobres lo hacen once años antes, como saben los epidemiólogos. Y en educación,
la distancia de oportunidades de ascenso social porque se hayan podido
desarrollar las capacidades naturales de aprendizaje, es igualmente palpable. La
gobernanza educativa no lo ha remediado: sólo se ha llegado, en los años 90, a
una ficticia igualdad mediante la escolarización total de los/las menores de 16, pero poco más. El
capital cultural con que accede la variedad de críos y crías a la escuela es,
ya en Educación Infantil, de más del 50% de diferencia. Por eso es pertinente
recordar lo que Berger ponía antropomórficamente en boca de King, su sabio perro.
Ángel enseña en la Universidad de Barcelona Filosofía –esa
disciplina que los de la CEOE dicen que no va a ninguna parte- y aconseja remediar el desajuste
poniendo en práctica las exigencias del Derecho
a la Fraternidad (Catarata, 2017). El concepto parece ambiguo porque viene
acompañado de muchas connotaciones entre religiosas y meramente sentimentales.
Pero tal como lo usaron en los primeros años de la Revolución Francesa, es
capaz de aglutinar las demandas de todos los “indignados” con las indignidades
que les toca vivir. Entre ellas, que nadie tenga que pedir permiso a otros para
vivir y dar sentido a su vida, que es lo que más distancia establece entre unos
y otros, y lo que más riesgos genera de que se pudra toda convivencia entre el
abuso de los más fuertes o mejor situados.
Madrid, 28.05.2017
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