En estas minivacaciones –a pesar del gran cansancio-, no conviene
olvidar lo logrado desde que los Colegios de Doctores y Licenciados acogieron
las demandas de reforma democrática de la enseñanza de sus asociados.
Semana Santa es buen tiempo para
el descanso creativo: para no perder la memoria del tiempo vivido, qué haya
cambiado y qué no, o qué hayamos tenido que ver en ello. En 1970, Salvador
Espriu publicaba un conjunto de poemas con ese título metafórico de fondo. Muy
bien acogido por la crítica, enseguida tendría edición bilingüe, en Ediciones
Península, el paisaje de dolor y carencias que pintaba: “Treinta dineros, en
Sepharad,/ son una fuerte cantidad./ Te vendo por ellos, y hasta por nada,/ no
sólo este desnudo preso,/ sino nuestra dignidad,/ el cielo, los campos, los
manantiales, el trigo,/ todo el país, de mar a mar,/ lenguas, costumbres, pasado,
futuro,/ el pensamiento, la ley, el fuero./ Es un buen precio,/ no te cuesta
caro./ Sólo pretendo ir royendo,/ seguro, tranquilo, un mendrugo de pan,/ al
sol, ras-ras, un hueso de perro./ Haz y deshaz como si yo no estuviera./ Quiero
esta brizna de un corto presente/ de viejo. Después que sople el viento./
Muerto yo, y en cruz el condenado,/ con fuerte mano sujeta el rebaño./
Aparentemente toro o león,/ jamás le tengas ningún temor: largos años de nieve
han aplastado/ al pueblo mío de Sepharad./”. De ese mismo año era la Ley
General de Educación (de Villar Palasí).
Después de estos dos
largos años últimos de huelgas, manifestaciones,
denuncias ante el Tribunal Constitucional y marchas de todo tipo, el recuento
de logros contables a favor de una mejor educación para todos –y en contra de
la pretendida por Wert- es aparentemente pequeño. La memoria es corta -cuarenta
años no son nada-, Espriu parece estarnos contando todavía qué nos está
sucediendo y lo inmediato es que la LOMCE sigue su curso. Nada permite adivinar
que, cuando llegue septiembre, no empiece su andadura práctica en colegios y
escuelas. Salvo que el Tribunal Constitucional, habitualmente parsimonioso,
pusiera pegas y diera razón definitiva a las demandas que ha admitido a
trámite. Es dado observar, en cambio, cómo muchos actores de este drama toman
posiciones de futuro. Entre muchos profesores, se puede ver que han bajado su
voz en los centros, no sea que sus desafectos sean tomados en cuenta por
neodirectores revestidos de poderes que pueden dañar su posición relacional.
Para grupos de padres, el cansancio se torna practicismo: la escuela mejor, de
calidad más convincente y mejor dotada, va para largo, mientras el curso avanza
inexorable. Entre los partidos discrepantes, el silencio es clamoroso estos
días: estamos en vísperas electorales y no es momento de dar la nota. Y a los
sindicatos, acabamos de ver cómo la sequía les produce añoranzas de “pacto
social” o reverdecimiento doctrinal que los preserve de una inexorable
irrelevancia.
El desconcierto del “mal
menor” como doctrina nos puede llevar a desistir
de seguir peleando, no sea que volvamos a perder. Y, sin embargo, ahí está la
historia: estos días de descanso permiten releer la hemeroteca de nuestras
vidas. El cansancio no debiera impedir una mirada a lo logrado en estos
cuarenta años, desde que la LGE (en 1970) puso en evidencia las inmensas
limitaciones que tenía nuestro sistema escolar. Sugiero leer de nuevo un libro
coyuntural de entonces: Por una reforma
democrática de la enseñanza (Valencia, Avance, 1975). Lo recopilado ahí por
el denominado “Seminario de Pedagogía” de la ciudad levantina es apto para no
cansarse en la pelea actual por una enseñanza de calidad para todos, esa pugna
que viene de lejos y nos atañe. Aparte de documentos relevantes de aquel
momento, como el titulado “La escuela no ha muerto”, ahí puede leerse -como si
fuera ahora mismo- que “la insatisfacción del fracaso escolar y las
deficiencias generales de nuestra enseñanza…, la necesidad de un cambio
democrático en todos los ámbitos, nos ha llevado a la concreción de una
alternativa democrática para la enseñanza en una sociedad democrática”.
Desde algunos años antes, grupos de docentes empeñados en comprender y participar en los
cambios que atravesaba la sociedad española discutían sobre los problemas
educativos como forma de contribuir, desde
la enseñanza, a una España mejor donde todos tuviéramos cabida. El 27 y 28 de
junio de 1974 –pronto hará 40 años-, en el Colegio Oficial de Doctores y
Licenciados de Madrid, tuvo lugar una reunión de representantes de 15 Colegios
de Distrito Universitarios. La presidían, además de Martín Santos (Presidente
nacional) y Juan Cobo (Granada), Eloy Terrón (Madrid) y Luis Gómez Llorente
(Vicedecano del de Madrid). Durante tres sesiones plenarias, dedicadas
respectivamente a los tres amplios colectivos de de la enseñanza pública y
privada, se deliberó extensamente sobre los problemas que tenía la profesión
docente, en general, y los específicos de los PNNs de Instituto, los de las
Filiales de éstos y los más propios de la enseñanza privada: una extensa mirada
sobre el sistema educativo de entonces. En el documento resultante –anticipo de
la “Alternativa para la enseñanza” que, con su correspondiente “plataforma
reivindicativa”, vería la luz oficialmente el 2 de febrero de 1976, en el Boletín del Ilustre Colegio Oficial de
Doctores y Licenciados, de Madrid-, se revisaban los problemas generales de
la enseñanza y, en particular, los de
los docentes, la escolarización, gratuidad y selectividad existentes en los
distintos niveles, la enseñanza de la EGB, la formación profesional, el
bachillerato de entonces con su COU, las reivindicaciones profesionales y los
derechos democráticos fundamentales. En ese mismo año y en el siguiente –como
recuerda Rafael Feito (Los retos de la
participación escolar, Morata, 2011, pgs. 36-37)-, surgirían documentos
similares en otras instancias sociales.
Nada de aquello fue en
vano, pese a que el cansancio nos quiera nublar
la memoria. Muchas de las cuestiones de hace 40 años se han solucionado, y muy
bien, en un tiempo relativamente corto. No ha habido, sin embargo, continuados
esfuerzos ni recursos suficientes para persistir en el logro de un sistema
educativo digno para todos. Tampoco hemos sido capaces de convencer a muchos
agentes sociales de que el de la educación es un sector estratégico en que lo
más saludable sería suscitar acuerdos –no imposiciones de parte- favorables al
máximo entendimiento. Lograda la ampliación del sistema a toda la población
escolar, los padres, alumnos y profesores son los primeros conocedores de las
carencias y asimetrías de que adolece y que, en estos dos últimos años de
recortes, han aumentado. Repasar, pues, la historia reciente de nuestro sistema
educativo ayudará a no caer en la enervante fatiga y a no perder de vista que
nadie regala nada. Antes de la Pascua florida –y que la vida escolar vuelva en todos los centros a la ritualidad
cotidiana- estos dos breves enlaces pueden ayudarnos a ver qué falta para una
versión más sólida del sistema educativo democrático ensoñado en los años setenta: (http://www.revistaeducacion.mec.es/re341/re341_24.pdf),
(http://elpais.com/diario/1976/08/11/sociedad/208562405_850215.html).
Leer más allá del móvil sigue siendo primordial en esta tarea: agrega interés
al descabellado afán twitero y nos carga de razones para que no nos “aplasten
largos años de nieve”. Si no tienen a mano al profético Espriu –tan apropiado
para estos días-, traten de hacerse, por ejemplo, con Diario del año de la peste (Daniel Defoe, 1722). Su título y primeras
frases ya son sugerentes: “Fue a comienzos de 1664 cuando, mezclado entre los
demás vecinos, escuché durante una charla habitual que la peste había vuelto…
No se dio gran importancia a la procedencia, mas todos coincidieron en que
había vuelto…”. Servatis servandis, parece
una crónica realista de los acontecimientos de hogaño.
Manuel Menor Currás
Madrid, 12/04/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario