Gracias a @angelessmig hemos conocido en twitter este artículo:
Yo estudié en la pública y allí aprendí a conseguir las cosas con esfuerzo. A mis profesores les debo parte de lo que soy, su entusiasmo y su dedicación hicieron que hoy yo sea profesora en un instituto público y que enseñe, con mis aciertos y mis errores, con la misma ilusión que ellos lo hicieron. Estudié EGB en un colegio de barrio, donde todos nos conocíamos y heredábamos los libros de nuestros hermanos y vecinos. A mis profesores los recuerdo con cariño, tanto ellos como mis padres me enseñaron lo que era la responsabilidad. Hoy puedo afirmar que la educación que recibí fue buena, no noté grandes cambios al pasar del colegio al instituto, ni tampoco cuando del instituto accedí a la Universidad. En el instituto gocé de cierta libertad y, posiblemente gracias a ello, reforcé mi sentido de la responsabilidad, sabía lo que tenía que hacer y nunca tuvieron que decirme que me pusiera a estudiar. Fui una buena alumna, luego me licencié sin problemas, hice los cursos de doctorado y terminé en varios años mi tesis doctoral. Dediqué muchas horas a mi formación. Nadie me regaló nada.
A la enseñanza pública le debo muchas cosas. En ella trabajo y a ella llegué con mucha voluntad y sacrificio. Sólo quien ha opositado sabe de lo que hablo. Trabajé y estudié a la vez durante años. Conseguí aprobar la oposición mientras alguien cuidaba de mi hija, que aún no tenía un año, y yo pasaba las tardes sin salir, estudiando. Ahora soy funcionaria. No llegué a mi puesto con una entrevista, ni por enchufe, como muchos que conozco, sino estudiando mucho y sacrificando otras cosas importantes.
Me gusta lo que hago, aunque mi trabajo no es fácil. Eso, a nadie le importa, solo me ven como alguien que tiene muchas vacaciones. Aun así, no se cambiarían por mí, no les gustaría entrar en un aula, pero se sentirían mejor si a mí me aumentaran las horas lectivas, me recortaran las vacaciones o me aumentaran los alumnos por aula para llegar a las ratios de hace 30 años. Muchos deben estar frotándose las manos.
No es sencillo trabajar con adolescentes y la responsabilidad es grande: ellos son el futuro. Creo en todos y cada uno de mis alumnos, aprendo siempre de todos ellos y me hacen entender mejor el mundo. Ellos, además, me recuerdan algunas cosas ya olvidadas: los primeros y trágicos amores, el concepto de amistad, el compañerismo, y todas las grandes pasiones que los años sustituyen por cierto individualismo, frialdad y envidia en la edad adulta.
La etapa de la adolescencia no ha cambiado, es exactamente lo mismo que hemos vivido todos: inseguridad, rebeldía, sensación de incomprensión, cambios de humor. Los jóvenes no son tan distintos, es la sociedad la que ha cambiado y esa, no se engañen, es la que nosotros hemos construido para ellos. Ellos no tienen la culpa. Si se han perdido ciertos valores, somos los adultos los que los hemos dejado en el camino. Ellos no merecen que se segregue, que se recorte y que se destruya la educación que entre todos, con mucho esfuerzo, hemos construido.
A la enseñanza pública le debo muchas cosas. En ella trabajo y a ella llegué con mucha voluntad y sacrificio. Sólo quien ha opositado sabe de lo que hablo. Trabajé y estudié a la vez durante años. Conseguí aprobar la oposición mientras alguien cuidaba de mi hija, que aún no tenía un año, y yo pasaba las tardes sin salir, estudiando. Ahora soy funcionaria. No llegué a mi puesto con una entrevista, ni por enchufe, como muchos que conozco, sino estudiando mucho y sacrificando otras cosas importantes.
Me gusta lo que hago, aunque mi trabajo no es fácil. Eso, a nadie le importa, solo me ven como alguien que tiene muchas vacaciones. Aun así, no se cambiarían por mí, no les gustaría entrar en un aula, pero se sentirían mejor si a mí me aumentaran las horas lectivas, me recortaran las vacaciones o me aumentaran los alumnos por aula para llegar a las ratios de hace 30 años. Muchos deben estar frotándose las manos.
No es sencillo trabajar con adolescentes y la responsabilidad es grande: ellos son el futuro. Creo en todos y cada uno de mis alumnos, aprendo siempre de todos ellos y me hacen entender mejor el mundo. Ellos, además, me recuerdan algunas cosas ya olvidadas: los primeros y trágicos amores, el concepto de amistad, el compañerismo, y todas las grandes pasiones que los años sustituyen por cierto individualismo, frialdad y envidia en la edad adulta.
La etapa de la adolescencia no ha cambiado, es exactamente lo mismo que hemos vivido todos: inseguridad, rebeldía, sensación de incomprensión, cambios de humor. Los jóvenes no son tan distintos, es la sociedad la que ha cambiado y esa, no se engañen, es la que nosotros hemos construido para ellos. Ellos no tienen la culpa. Si se han perdido ciertos valores, somos los adultos los que los hemos dejado en el camino. Ellos no merecen que se segregue, que se recorte y que se destruya la educación que entre todos, con mucho esfuerzo, hemos construido.
Publicado en lne.es
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