Manuel Menor nos envía su último artículo:
Se
resiente la épica del relato político, mientras prosigue el intercambio de
cromos
El desgobierno de palabras preciadas como “equidad” y las
querencias de la “estabilidad” hacen temer que la educación democrática y las
políticas sociales sigan contando poco.
La falsa épica del
procés
La épica tuvo un mal día el pasado día 10. El procés, tan administrativista y burocrático que hasta contó con el
suicidio de la utopía CUP para que la aritmética se ajustara a la hipocresía,
estuvo muy lejos del Nacimiento de una
nación. Más pareció la satisfacción de pequeños tenderos que el esfuerzo de
unos aguerridos luchadores por un ideal compartido. Embarrados en una
metodología calculadoramente tecnocrática nada romántica, y sin mandato
democrático por medio, han obligado a recordar más los problemas de cálculo que
proponía en los años 50 Dalmau Carles, que lo que pudiera sugerir La libertad guiando al pueblo, de
Delacroix cuando la revolución burguesa de 1830. Todos los presuntos héroes
invitan al aburrimiento. El falso sacrificio de Más tiene demasiado de cesante
decimonónico a la espera del turnismo oportunista. El hereu Puigdemont –apellido excesivo, de francófona santería medieval-poca
sorpresa aportará a la narración en los 18 meses que vengan…, si perdura en la
arrogancia de ser “más de lo mismo”. Y el único sacrificio, el de los
dubitativos asambleariosCUPienses, ha quedado relegado a silenciosa entrega incondicional e increíble,
a expensas de lo que les dicten personajes teóricamente extraños a sus
preocupaciones. El esquizofrénico silencio dice muchas cosas pero tiene poca
épica. Todavía no se sabe cuántos cantos le quedan por delante a esta
pseudoepopeya en que sobra gente: más de la mitad de los actores concernidos nada
pintaránen la escena, ni siquiera como tramoya. Los televidentes preferirán Juego de tronoso cualquier remake de Superman, por malo que sea. Al menos,
produce algo de desazón preguntarse si alguien como él existiera.
La mesa camilla de “la
estabilidad”
Improbable es, pero no imposible, que más de uno vuelva sus ojos a
La Odisea. Les pudo parecer aburrida,
caótica e ininteligible en los años escolares. Pero al menos se sabía quiénes
controlaban los destinos de los humanos, por muy cambiantes que fueran en sus
designios. Permitía disfrutar del conocimiento que tenía Homero del
funcionamiento social, de la precisión con que conocía la constitución del
cuerpo humano, los oficios principales de su época en todos sus componentes y,
también, de cómo sabía en qué tiempo vivía, de quiénes mandaban en aquel tiempo de
aristocracias guerreras y lo nada que pintaban todos los demás. Esas pequeñas
certezas compensan el placer de leer y esperar cómo se desarrollan los
acontecimientos con cierto regusto impaciente, en medio de un aparente
escenario inmutable. En cambio, lo que cada día nos proporciona la prensa a
propósito del acontecer político general de España, con sus aleatorias y
sugerentes propuestas de convenios y acuerdos a cuatro bandas, es
sustantivamente indiferente porque no se nos alcanza nada del intríngulis de
los destinos de los actuantes ni tampoco del nuestro. Júpiter y Afrodita nada
tienen que decir ahora. Tampoco Apolo ni Atenea. Las elecciones han dado a
entender que algo tendrían que ver los electores y sus intereses en la
narración de ahora mismo, pero ya empezamos a ver que no. Poco nos dejan
entrever los verdaderos componedores de la trama: los lobbys nacionales e internacionales que, de vez en cuando, lanzan algún augurio –como en
Delfos- a través de Goldman Sachs, el New York Times, la CEE, la OCDE y
similares, a la espera de que la rutina administrativa imponga la “estabilidad” más
propicia para la adecuada “productividad” de país periférico y con mano de obra
intensiva. Y en la expectativa también de que nos acostumbremos a esa
normalidad tutelada de “lo natural”.
La “equidad” imperfecta
El relato que suscita el juicio de Palma tiene idéntico fallo. La invocación a la “equidad” y que tanto el
el fiscal como Hacienda sean quienes no hayan formulado acusación sino
exculpación, también tergiversa las leyes de lo verídico, elemento principal en
cualquier relato que se precie. No suscita interés alguno más allá del cotilleo
escandalizado. Sólo hace adelantar el final del relato sin que quede satisfecho
nada de lo realmente interesante, la
ansiedad por lo que pudiera ser sorpresivo: que la igualdad existe y no es un
oxímoron leguleyo. Ya sabemos que continuamos como siempre, con trampantojos
aptos para la incredulidad, ineptos para cuanto no sea constatar una vez más
que persiste la diferencia institucionalizada en el Ancien Régime. Es decir, que se nos trastoca
el CONTINUARÁ de nuestros cómics y tebeos
de infancia, para que no nos salgamos del
parsimonioso, lento y corrosivo trabajo de la credulidad idiota.
De la falsa equidad que se está escenificando a la tergiversación
de los géneros y que se traduzca todo en postergación de la debida atención
democrática a los asuntos educativos no hay más que un paso.La teatralidad de
esta secuencia podría acabar en esperpento y ya empieza a ser algo tragicómica.
“La estabilidad”, “el crecimiento” y la ambición de que todo siga yendo por los
caminos deseados por el PIB, Bruselas y el FMI -el
mismo buen camino ya emprendido en los pasados años-, tienen preeminencia en la
escena. No sería imposible que la legislatura se siguiera armando en torno a
ello, y hasta es muy probable que así llegue a ser incluso en combinaciones que pudieran
parecer en principio alejadas de la hegemonía de este discurso. En todo caso,
ya empieza a cundir entre los espectadores del teatrillo que, en los próximos
48 meses, los perdedores seguirán siendo los de siempre. Muchos ya temen que lo
que se vaya a contar en las próximas escenas volverá a quedar cojo y manco del
lado de quienes necesitan mejor educación, mejor sanidad y mejores prestaciones
sociales. No es improbable que se vuelvan a repetir simples remedos del sí pero
bueno, ya iremos viendo, ya haremos lo que podamos. Es decir, nada de nada.
Por si acaso, en CCOO han recordado a algunos de los actores de este relato inacabado que, en 2013,
se habían comprometido con la reversión de la LOMCE y de los derechos de los
alumnos y profesores postergados en el transcurso de la legislatura pasada. A
la espera de si los actores del reparto nos sorprenden con un relato coherente
y creíble y una puesta en escena congruente, nadie dude de que será una gran
decepción, de alcance impredecible, si quienes lo necesitan han de esperar a
otras elecciones para que les sigan contando historias de mejoras futuras.
Atentos.
Manuel Menor Currás
Madrid, 11/01/2016
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