Manuel Menor nos envía este artículo de omenaje y despedida a Forges:
De
las 250.000 viñetas que dibujó, dedicó muchas a las políticas educativas y
culturales. En su mayoría siguen siendo válidas para mirar críticamente lo que
sucede.
El vacío que deja Antonio Fraguas no va a ser fácil de llenar: han
sido muchos años de leerle a diario. Editorializaba con mirada razonablemente
crítica sobre cuanto sucedía. Sus personajes sintetizaban la ruralidad y la
civilidad urbana, eran arquetípicos de lo que faltaba y lo que sobraba en
nuestras vidas, qué necesitábamos y qué era pura tomadura de pelo, los tópicos
y las novedades, los hábitos más recalcitrantes, los más avispados y, también,
las catástrofes más desgraciadas a las que siempre estaba atento para que “no
nos olvidáramos”. Echaremos de menos sus viñetas, sus tiras cómicas y sus
libros, aunque nos sigan acompañando sus trazos en esos recortes que
redescubrimos como señales mágicas en libros leídos hace años.
Debía leer a menudo el Quijote: su palabra certera y precisa,
tanto si era castiza como barroca, lo
delataba “xactamente”. Pero también era inventor de palabras, melodiosas y
sugerentes –igual que sus “forgendros”-, que pronto circularon por la calle
como si hubiesen nacido por generación espontánea. La conjunción de palabra y
dibujo fue muchas a veces tan certera que iluminó más que la mayoría de
columnas sesudas. El resultado –“portentoso”- es que si se juntan temáticamente
sus prolíficas creaciones, nos damos cuenta de que no solo supo cazar al vuelo,
con gran perspicacia, el meollo de lo que acontecía; no solo nos animó e hizo
sonreír por captar mejor que los más perspicaces. Además, ahora nos damos cuenta de lo mucho y bien que nos
enseñó a mirar.
Lo más atractivo es que, si
se ponen juntos y se repasan seguidos los recortes que fuimos acumulando, nos ha legado una
enciclopedia de referencia bien distinta de las que ya nadie quiere, plenamente
consultable y lúcida para afrontar lo que venga. Cuentan que
dibujó unas 250.000 viñetas que, a ojo, en más de un 80% son aplicables a
situaciones que seguirán volviendo a repetirse. La mayor pare todavía parece
que hubieran sido creadas para algo que acaba de suceder y nos inquieta. Supo
tocar con medio aparentemente tan leve, las actitudes profundas que, durante
mucho tiempo, seguirán con nosotros como si de un “universal” se tratara al que
hubiera que moralizar para que no se desmandara.
Por si no hubiera tenido tiempo para dejar algo sobre las
disquisiciones de la ministra Báñez acerca de las pensiones
y los pensionistas, por ejemplo, quien abra al azar su primer libro, El libro de Forges, de 1972 (Ediciones
99), podrá encontrar múltiples referencias que, después de 45 años, parecen
premoniciones, como aquella de un subsecretario o similar que, en conferencia
de autobombo proclamaba: “…y para finalizar esta disertación titulada ´Hacia los dos mil per cápita` aquí mi
secretario va a pasar la gorra”. Desde detrás del preboste dice este: “Es justo
y necesario”. Y replica de nuevo aquel en otro bocadillo: “Más alto”. También podría valer, entre muchas otras, la
viñeta final de ese mismo libro, en que Blasillo, cual pequeño españolito
soñador del tardofranquismo, le dice a
su eterno colega: “Ahí la tienes; bailala”.
¿Qué hubiera explicado, dibujado
y apostillado, de haber tenido tiempo de escuchar a Trump proclamando
que armar a los profesores es una gran medida para detener las masacres
periódicas que tienen lugar en los colegios americanos? Entre otros muchos,
aquel en que Blasillo confiesa a su amigo: “Hoy he ido a la biblioteca
municipal para pasar el rato, pero resulta que ya había leído el libro”; a lo
que el otro replica: “Yo tres veces”. Slagherthy, Flagherty, Flanagan o
cualquier otro personaje de los muy tiernos que creó, incluidas Concha y las
ancianas de pueblo manejando informática, o tal vez algún náufrago del
“proceloso” mundo, tendrían mucho que decirle a este extraterrestre engreído
que tan bien conecta con los yuppis descerebrados, hijos de papá y prepotentes
reaccionarios, que tanto pueblan el paisaje de fondo de las creaciones de Antonio.
Releer algunas en que la “ardua problemática” de la educación
española es evidente o muy posible
tampoco es mal ejercicio para compensar algo su indudable voluntad de que mejor
nos iría si enfocáramos las cosas de manera más convincente y solidaria. “¡Gensanta!”, en la página 94 de ese mismo
libro –de hace 45 años, cuando escribía y dibujaba para Informaciones- hay una viñeta “stupenda” en que dos obreros con
casco en la cabeza están modernizando la que parece tribuna del Congreso. Uno
de ellos trabaja mientras el otro, con unos papeles en una mano, subido a la
tribuna le grita al otro: “Deja de farfullar, solo son unas cuartillas”, a lo
que su compañero replica: “Es que me tienes de análisis de la problemática
hasta el casco”. Esta viñeta podría
apostillar los efluvios que desprenden los trabajos de la Subcomisión parlamentaria
para el Pacto educativo.
Particularmente actuales resultan otras dos de su Forgescedario (letra J). Publicado por Bruguera en 1980, permite
observar –después de 38 años- las obsesiones que perseguía la LOECE, aquella
ley orgánica de la UCD que, con algunos retrocesos más son advertibles en la
LOMCE de 2013 y que pesan todavía, de manera “impasible” y generando “un mar de
confusiones”, en este momento. Como síntesis del grado de cumplimiento a que se
encaminaba el art. 27 de la Constitución, no tiene desperdicio esta mirada
amable de FORGES apenas dos años después de firmada la Carta magna. El paisaje
de las dos es similar: un aula con pupitres dispuestos a modo de anfiteatro,
como en algunas facultades, y con alumnado redicho; y enfrente, sobre tarima
elevada y ante mesa barroca, un conspicuo profesor encorbatado, cubierto con una
especie de toca monjil. El momento es
contestatario: solo hablan los alumnos. En la primera, dice uno: “O cambiamos
pronto el reglamento o a mí me da algo”; y añade otro: “Yo lo del Ángelus pase,
lo del uniforme también; pero lo que no soporto es lo de los pololos para ir al
bar”. Y en la segunda viñeta, “las criaturas” no pueden ser más lúcidas respecto
a las líneas rojas en que se mueve su sistema de enseñanza. Un estudiante
protesta: “…Y como prueba evidente de que se acabaron los consensos, si la
excursión es a Lourdes nosotros vamos a Fátima”; le replica otro colega: “Muy
bien, Romerales”; y remata el primero: “Si es que ya está bien de
contemplaciones”.
“Xactamente” aquí es donde
nos encontramos, en lo que la carátula de este indispensable tomo del Forgescedario anunciaba: “Algún día,
hijo mío, tampoco tú te comerás una rosca”; la desesperanzada inequidad era
evidente en los dibujos que acompañaban tan educadora como experimentada advertencia.
Mil gracias,
querido FORGES, por tus mil ironías, de tan lírica y honesta sensibilidad que
todavía nos seguirán orientando.
Manuel Menor Currás
Madrid, 25.02.2018
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