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sábado, 1 de septiembre de 2018

Noche de San Daniel (Manuel Menor)

La última moción de censura no fue otra “Noche de San Daniel”

Los parecidos debieran inducir a que en esta encrucijada se ejercitara más lealtad y generosidad de la que se está viendo en la escena política.

La llamada “Noche de San Daniel” fue en abril de 1865. Dos artículos críticos de  Emilio Castelar a propósito del “rasgo” falso de Isabel II acerca del Patrimonio Real le acarrearon que fuera expulsado de su cátedra; las inmediatas manifestaciones estudiantiles arrastraron una descabellada demostración callejera de fuerza gubernqmental: “la noche del matadero”. Aquel despropósito enseguida trajo la caída de aquel Gobierno, el destronamiento de Isabel II y su marcha  a París. Un gobierno provisional cedió el trono a un Saboya -que no cuajó- y el 11.02.1873 España inicio su Primera Republica. En los inicios de la Segunda, mucho tuvieron que ver igualmente los 2433 folios del expediente Picasso, que pusieron al aire responsabilidades de Alfonso XIII en la política española con Marruecos y el desastre de Annual. Debatido este expediente en el Congreso los días 21 y 22 de noviembre de 1922, la proclamación de la Dictadura de Primo –con el consentimiento del rey- trató de paliar el desatino, pero no paró el desplome monárquico que sobrevendría.

La caída del Gobierno de Rajoy a finales de mayo y la votación de investidura de Pedro Sánchez, sumadas a las torpezas del rey honorario –que, según supuestas declaraciones de Corinna  zu Sayn-Wittgenstein, conocía el CNI-, evocan parecidos. La historia, de todos modos, nunca vuelve idéntica y en su proceso actual faltan muchos ingredientes para la repetición de aquella secuencia, pero en el entrelineado de los medios no han faltado comparaciones estos meses. La duda sobre los servicios de Juan Carlos I  a los españoles se ha acrecentado después de esta guinda, que se suman al insigne cuadro de manejos del yerno y otros parientes. La intangibilidad monárquica acusa problemas de ejemplaridad para las generaciones posteriores a 1978. Es posible que una comisión parlamentaria se interese por este asunto si la pausa veraniega no lo ha relegado al olvido.

Sugerente es, por otra parte, considerar que quienes favorecieron con su voto el inesperado Gobierno del PSOE compartan cierto aire republicano en sus idearios. Una cultura genérica, en que sería más propicia la posibidad de encajar la diversidad fijada en el Título VIII CE, “de la organización territorial del Estado”. La continuidad de problemas generados en torno a los asuntos catalanes y las aspiraciones de otras autonomías a controlar más competencias agudizan la urgencia de reactualizar la Constitución de modo pacífico y aceptable para todos.

¿Disonancias?
En ese panorama conflictivo han venido expresándose todas las voces que dicen interesarse por España y su tan disputada unidad. Quienes explicitan ese republicanismo con el PSOE también merodean por las columnas de opinión y los mentideros, sin conjunción programática de fondo. Más unidos parecen quienes alientan la España de las banderas en los balcones, lazos amarillos y similares. Centrados en una unidad monolítica y acrítica, pese a los desaguisados múltiples no han pasado del modelo preceptuado para los centros escolares por aquellas Enciclopedias de segundo y tercer grado, la Historia del Imperio Español o El libro de España, de obligada lectura como el NODO. Con esa memoria, no aceptan que idealizar ante los ciudadanos la misma historia que se ha contado  tanto tiempo conduce a escaladas de tensión y limitaciones de convivencia, similares a las que también suscita el Instituto Polaco de la Memoria Nacional con sus relatos sobre antisemitismo o los campos de concentración.

Todos miran de reojo las elecciones. Casi todos pendientes del vecino, entre un neoliberalismo sociable y una descafeinada socialdemocracia que no alteren la baraja. El relanzamiento del curso político, de corto vuelo, muestra que todavía nos costará lograr un relato plural y democrático donde arriesgarse por ello sea reconocido. Difícil para las generaciones educadas de modo ajeno a  que la libertad sin igualdad y la igualdad sin libertad generen mala conciencia. Y más en esta intrincada encrucijada, cuando lo que se necesita no son precisamente dogmatismos e irregularidades, sino generosidad, lealtad y compromiso con el conocimiento y los problemas que tiene la sociedad española. También en educación, por supuesto, donde las tendencias a la disgregación y al privilegio siguen vivas desde hace muchos años, incentivadas por los sectores más conservadores de nuestro panorama político. Por intentarlo que no quede.

Manuel Menor Currás

Madrid, 30. 08. 2018.

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