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domingo, 26 de mayo de 2019

"¿Estaremos enredados en la banalidad también después del 26M?"(Manuel Menor)

Manuel Menor nos envía este artículo que a escrito después de ir a votar

Los acuerdos democráticos no serán fáciles. Seguirá siendo más barato, pero muy arriesgado, erosionar su posibilidad con espectáculos excluyentes.

Los obispos de Lleida y Solsona/Monzón han sido noticia, el pasado 16 de mayo, porque se enfrentaban, ante un juez civil, por cuestiones de propiedad. Indirectamente, estaban muy explícitas otras de índole territorial ligadas a las variaciones administrativas de sus diócesis y, también, a las de índole política. Tratándose de obras artísticas principalmente medievales, la volatilidad de la Historia, de entonces a hoy, está presente en la cuestión; las relaciones de Aragón y Cataluña también, y, con todo ello el orgullo de pertenencia, del que poder alardear ante la parroquia.

Gresca
Probablemente tengan más interés todavía las implicaciones jurídicas y, de carácter estrictamente  vinculado a la historia del catolicismo. A lo que se ve, el litigio no ha tenido solución en la dinámica judicial de la Iglesia según las pautas privilegiadas que establecen los Acuerdos de España con el Vaticano de 1977-79 –con varias sentencias internas en contra de una de las partes, que no han encontrado forma de ejecutarse-, ni tampoco ha valido nada el concepto de catolicidad que, supuestamente, debiera haber servido para que la disputa hubiera encontrado arreglo: todos Iglesia y todos obedientes a lo que diga Roma. La verdad es que, por razones más sutiles, ligadas a interpretaciones bizantinas, en los siglos IV y siguientes –en que concilios poco conciliatorios ventilaban de un golpe sesudas discusiones platónicas- se generaron odios teológicos capaces de llevarse por delante escuelas de intérpretes por ser “herejes” y, de paso, sus escritos, elucubraciones y pertenencias. El dogma -como cuenta Mosterín a propósito de Nicea, Cartago y la serie de concilios constituyentes del catolicismo en el siglo IV- se construyó duramente. En adelante, la escolástica se encargaría de reafirmarlo señalando claramente a los adversarii. Más reciente, la neoescolástica de finales del XIX ha proseguido en la faena como ha podido, tratando de tejer  protecciones contra cuantos “modernismos” han pretendido dar coherencia al relato católico en un mundo crecientemente tecnificado. Mérito de ese esfuerzo parece que España lleve 114 años de retraso, respecto a Francia, en cuanto a separación de Iglesia y Estado.
En los tiempos políticos que corren, de perfiles presuntamente seculares, aflora de continuo esa misma pulsión contradictoria. Los debates y declaraciones adolecen de predeterminación verbal, pretenden que confundamos el rábano con las hojas y lo que menos impulsan es el conocimiento, el entendimiento y los acuerdos razonables para que la vida de los ciudadanos sea más digna. De la verbosidad de la mayoría de los líderes políticos –especialmente cuando están en campaña- no cabe  sino deducir que esperan  la adhesión ferviente a sus convicciones, independiente de toda inteligibilidad; una fe que nos lleve a creer en lo que no vemos. Y del juego de argumentos, más provocadores que dialogantes, solo se adivina la prevalencia oportunista. Terminado hoy –provisionalmente al menos- esta cuádruple conjunto de elecciones, al ritmo que va el tempo político parece que la secuencia de broncas y desatinos vaya a continuar de seguido. El cómputo de lo que ha venido aconteciendo desde hace un mes –tanto en el Parlament de Cataluña como en el Congreso de Diputados- no hace sino augurar que lo que ocurra a partir de este 26M va a ser un continuum de sobresaltos verbales y gestuales, más sensacionalistas que esclarecedores, en la defensa de credos prefijados.

Ruido
En las peleas de barrio de la infancia, lo más excitante era la sensación de control del espacio; los descalabros eran lo de menos. En las disputas estratégicas de nuestros líderes, esto es lo que importa. Ese parece que entiendan sea el poder y no la voluntad de acuerdos, sin que cuenten mucho las bajas ni los efectos colaterales de los desatinos.  Se verá mejor a partir del día 27M, cuando de fijar alianzas se trate y de concretar la calidad de las promesas hechas en tiempo electoral que, ahora, además, tenderá a serlo todo el que logre sostenerse alguien  al frente del Gobierno central, de uno autonómico o  de un municipio.
El riesgo de que vaya a ser así lo presagia la excitación informativa que emiten los medios de continuo, nada desmerecedora de la que se ha podido ver a propósito de Iceta en Cataluña o de los primeros pasos de Batet al frente del Congreso de Diputados. De algunos/algunas actores de este espectáculo tan poco “edificante” para la ciudadanía pareciera que cuando se levantan por la mañana listos para la vida pública, ya salen con la prefijada intención de meterle un dedo en el ojo a sus adversarios, con palabras y eslóganes apuntando directamente a alguno o alguna a quien, como si de tiro de feria se tratara,  le han dicho que deben abatir. Es de ver, asimismo, cómo raudos reporteros ya están con sus micros y cámaras en ristre dispuestos a transmitir en directo el resultado de la salvajada textual y tontería verbal. Con dos o tres dosis en vena, los oyentes y televidentes del espectáculo educados quedamos inoculados para el resto del día. Si de votar se trata –hoy, 26M, la segunda serie de la temporada-, aleccionados nos dejan para adecuar la papeleta al cabreo. Y si de ir al curro, como sucederá mañana 27M a la mayoría, preparado dejan al personal para tratar a semejantes, compañeros o subordinados, a seguir el ejemplo de los más enojados próceres; todo menos procurar un ambiente sociable y más atractivo para todos.

Y  sordera
A estas alturas de la película, después de un mes de juvenil bombardeo de tal guisa, mientras los riesgos de inestabilidad internacional crecen y la brecha social sigue donde se ha instalado en los años de crisis, la sordera respecto a la educación formal, pública, parece que vaya a seguir donde la han dejado en esta desabrida coyuntura. Sin embargo, ello no ha sido obstáculo para que, en estos últimos años, el crecimiento de las ganancias empresariales en este ámbito se hayan multiplicado. Como escribe Daniel Sánchez en Eldiario.es, “los colegios privados y concertados han duplicado sus ingresos en 13 años”.
Habida cuenta de que, a causa de la hegemonía de las organizaciones de la Iglesia católica en este sector educativo, “el pastel” de lo que se lleva en subvenciones cada año son 4.866 millones de € cada año, y teniendo en cuenta además, que la inmensa mayoría de los datos estadísticos sobre práctica religiosa son muy inferiores a la proporción que representan quienes envían sus hijos a estos colegios, resulta sorprendente que los obispos hayan recurrido –y no es la primera vez que lo hacen- al arriesgado recurso del “impacto socioeconómico” de su actividad para justificar privilegios pagados  con dinero de un  Estado supuestamente “aconfesional”. Muy constantinianos parecen nuestros obispos en  esta continuada vocación por verse como un Estado dentro de otro Estado, y muy sordos a las raíces de su propio Evangelio para ser cómplices de los partidarios del neoconservadurismo, bien sean estos personajes mediáticos, empresarios o representantes electos, activos en las instituciones públicas. Tan natural les parece y tan voluntad de Dios, que no dudan en su melifluo colaboracionismo para que la sagrada ley de la oferta y la demanda triunfe cada año un poco más y se imponga sobre criterios de fraternidad social. Pura economía clásica, bendecida urbi et orbi: con su inclinación a la “libertad de elección de centros”, solo incentivan la acumulación capitalista, en la que tan a gusto se encuentran hablando de caridad. Como si a menos Estado de Bienestar en igualdad, tuvieran más opciones para ejercer tan excelsa virtud religiosa. ¡Atentos!

TEMAS: Representantes electos. Obispos. Acuerdos de España con el Vaticano.  Colegios privados y concertados. Libertad de elección de centros.

Manuel Menor Currás
Madrid, 26.05.2019

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