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sábado, 22 de abril de 2017

No es verdad que los corruptos corran más peligro que la gente común (Manuel Menor)

Manuel Menor nos envía su último artículo:

Sólo una moral colectiva, igual para todos, respetuosa con el bien común, puede salvar la convivencia. No es cuestión de libremercado. Sin una educación pública rigurosamente cuidada, será cultura imposible.

A veces sucede que sí pasan cosas. Este regreso de vacaciones, de primavera o de Semana santa según se mire, ha traído no pocas revelaciones. Entiéndase por tal, caer en la cuenta de  perspectivas habitualmente inusitadas respecto a lo que  solíamos pensar o nos habían hecho ver.  En la alegoría platónica de la caverna, equivaldría al proceso de ir alcanzando grados de conocimiento mejores que los que proporcionan las supuestas sombras originarias.

¡Bendito país!
Para empezar, no es irrelevante el hecho de los desplazamientos multitudinarios de estos días. Hace cuarenta años, la Semana Santa ya suscitaba reflexiones a Bernardino Hernando en su ¡Bendito País! (Ediciones 99, 1976), una especie de Celtiberia show carandelliano pero en perspectiva nacionalcatólica. El por entonces director de Vida nueva dedicó 15 páginas de su atractivo libro a recopilar anuncios con ese trasfondo del calendario eclesiástico y, entre las múltiples devociones y piadosas celebraciones de que España hacía gala en esos días, aparecía un amplio cóctel de interferencias -de predominio gastronómico- que le llevaban a preguntarse: “¿Estamos paganizándonos?”. La avispada publicidad -entendía el periodista y profesor- detectaba bien los cambios de actitudes “en oferta especial a comunidades religiosas”.

Hoy, aquella pregunta adquiere más sentido si por “paganizado” se traduce “secularizado”. Según el sociólogo Pérez-Agote, estaríamos en la “tercera oleada” de secularización. Los comportamientos españoles en cuanto a natalidad, matrimonio o asistencia  al culto, hace años que se detectan muy distintos de cómo eran en etapas anteriores, particularmente entre finales de los sesenta y los ochenta. Ello quiere decir que los millones de desplazamientos de estos escasos días –y sus correspondientes atascos de ida y vuelta- revelan que no son interpretables estrictamente en clave religiosa.  Bien lo atestiguan los variados datos estadísticos de las ganancias de la hostelería y el turismo. E,  incluso, los encargados de los festejos que organiza la amplia nómina de cofradías pueden confirmar que el valor social de la religión no es el que era. La asistencia multitudinaria a procesiones o espacios religiosos es un ambiguo combinado de tradición cultural –a veces, “invención de una tradición”, en lenguaje de Hobsbawm- y privilegiada posición en un estado “aconfesional” que, en general, funciona principalmente como  patrimonio rentable para diversos actores sociales y económicos. En catedrales o santuarios surgen conflictos nuevos: en Zaragoza ya ha sucedido y sitios hay ya donde le preguntan al visitante si es o no de la diócesis: los pagos de entrada, el IVA y demás elementos del intercambio son independientes ya de si se es o no bautizado o si aquel es un espacio de acogida y silencio espiritual  y no de negocio encubierto. Los lugares de rezo y oración tradicional no son lo que eran, como muestran las reclamaciones sobre su registro de propiedad. Poco a poco, pues, estas mutaciones van revelando una España con variaciones crecientes en las motivaciones sociales.

Chapotear en el Canal de Isabel II
La vuelta a una gran ciudad como Madrid, después de unos días de exuberante primavera, han traído otras revelaciones de inmediato. De entrada, tres que se apelotonan entre sí. “Hacerse la rubia” o “gobernar sobre tacones” son demostraciones de un tipo de comunicación en que que por el alto pedestal que ocupe el emisor, evidencia más tontería de la adecuada al cargo. Dejarse llevar por el lenguaje de las tertulias machistas o por el narcisismo twitero es una tentación, pero sea hombre o mujer quien lo diga es despropósito agudo, cuando tanto falta por limar en las múltiples violencias y micromachismos que los y las más débiles tienen que soportar de continuo.

No menos espectacular ha sido el nuevo arte de comunicarse vía autobús. La publicidad siempre trató de provocar desde fachadas bien situadas y en roquedos casuales al lado de las carreteras. Crecía según se entraba en la ciudad y los avispados se apresuraban a colocar en sus sitios más llamativos vehículos bien rotulados o personas-anuncio, sorpresivamente móviles para el paseante. Las elecciones de la Transición hicieron crecer y multiplicar la inventiva en fachadas en remodelación, en farolas y vehículos. Y lo nuevo ahora –la revelación- es que también en época no electoral los viandantes han de discutir acerca de cualquier asunto. “Hazme oír” ha tenido imitación y, a lo que parece, van a florecer los imitadores. De momento, los ciudadanos ya debatimos acerca de si es odio o mala baba lo que animó a los primeros instigadores de esta corriente expresiva. Y a cuenta de “la trama” de tramposos muy notorios, ya nos entretenemos en dilucidar si de ejemplaridad se trata o si de atentado a la libertad de expresión y al honor de quienes han jugado con el dinero de los demás; con el agravante de que hayamos de aclarar primero si están todos los que son o son todos los que están, amén del grado de maldad de cada quien. Pronto veremos rodar por nuestras calles una amplísima gama de demandas de virtud en este formato expresivo y, aunque los paseantes se harten de esta innovación comunicativa, los empresarios de autobuses lo agradecerán. En todo caso, estas metodologías de la “rubiedad” y de los autobuses predicadores es gran revelación de estos tiempos equívocos. Desde la  perspectiva de la educación social, ya tienen gran proyección, seguramente muy dudosa. 

En este mismo nivel de revelaciones de la educación propugnada desde los centros de poder, ha de inscribirse la redada de este González –el expresidente de la Comunidad de Madrid- y sus congéneres  en aguas del Canal de Isabel II. Los lloros de la lideresa de buen ojo para captar consejeros y colaboradores hacen buen coro a este mensaje. Este conjunto representa un gran hito expresivo de lo que da de sí la “calidad educativa” que estos mismos personajes nos han querido vender en estos 14 años últimos.  Como final de lo que empezó siendo un “tamayazo” en 2003, su doctrina no tiene precio. Lo que no es obstáculo para que  pronto pueda surgir algún promotor de unos “Cuadernos de quejas” similares a los que precedieron a la Revolución Francesa frente a tanto latrocinio…  No se pierda de vista que el peligro cotidiano que, comparativamente con estos lindos personajes, sufre multitud de gente a consecuencia de su codicia en la devastación de servicios esenciales como la Educación, la Sanidad o la Dependencia, es intolerable. Sin ellos proponérselo, están emitiendo una ejemplaridad muy relevante para valorar con precisión en qué haya consistido “la calidad” y “excelencia” de la enseñanza que han tenido como “emprendedores”, normalmente en “colegio de pago”. Una información que se hace más valiosa en la medida en que su desprecio a los “colegios de gratis” ha sido olímpico en todos estos años. (Si pueden, no se pierdan la exposición sobre Gloria Fuertes  en el Centro Cultural Colón: había sufrido de lleno esa diferencia, que estos señoritos/as han tratado de acrecentar).

Memorias y silencios
Ha habido estos días, en fin, un tercer ámbito de revelaciones, silenciadas o poco comentadas. Los ciudadanos de razón republicana han tenido ocasión de celebrar aquel 14 de abril de 1931 en que se había inaugurado un régimen de esa raigambre por segunda vez en la Historia de España. Por otro lado, los fieles al sindicalismo y a su valía para sacar adelante reivindicaciones colectivas en derechos sociales, han podido recordar el aniversario de cuando, en 1977, fueron legalizadas sus organizaciones hasta entonces clandestinas e ilegales en la lucha por las mejoras salariales, convenios colectivos y mayor calidad de vida de los trabajadores. Una pelea en que también estuvieron los de la enseñanza, cuyas condiciones salariales eran, a todas luces mediocres cuando no mezquinas, según la vieja tradición –muy asentada- decimonónica. Y ha habido además otra conmemoración, la de las madres y padres de CEAPA, quienes acaban de celebrar sus 40 años de pugna por una enseñanza más equitativa y más justa socialmente hablando, nada contenta con la mera escolarización de sus hijos e hijas, e insatisfactoria ahora mismo por las persistentes deficiencias de diverso rango.

La conjunción de estas tres conmemoraciones ayuda a traer al recuerdo –y a la exteriorización reveladora- los riesgos de dejarse  comer el tarro con narrativas distorsionadas. Hay historias falsas nada fáciles de  cambiar y a nuestra memoria le cuesta lo suyo desaprender lo que le han enseñado mal; cuánto más aprender bien lo que debiera estar bien situado en su contexto real, el vivido por la gran mayoría de ciudadanos. Nadie les ha regalado nada y todo lo logrado en el sistema público de la Educación española ha sido fruto de disputa apasionada por un territorio de insatisfacción permanente en que les han dado como “concesión” lo que les correspondía como “un derecho”. De hecho, han llegado a 2017 con una escolarización lograda tardíamente, sin ocasión todavía para que, institucionalmente, les haya sido reconocido un auténtico derecho a la igualdad en el ejercicio de ese “derecho”. El gran acuerdo educativo de que tanto se habla, en la Constitución de 1978, sólo ha logrado la escolarización de sus menores de 14 años en 1989. Muy pronto pudo ampliarse dos años más, pero a partir de ahí –e incluso en eso- todos los desacuerdos siguen vigentes pese a reconocer que la mera escolarización era insuficiente. Porque la buena educación es bastante más, sobre todo si se piensa en que todos los hijos de los ciudadanos –en toda su diversidad- tengan la debida garantía de atención que la justicia distributiva exige.

De 1905 a 2017
El valor de esta triple conmemoración de estos días, en el contexto de las demás, se revela mejor si se compara con lo acontecido en Francia hace 112 años. En tal sentido, merece la pena leer a Maurice Halbwachs: Los orígenes del sentimiento religioso. Introducción a la sociología de la Religión de Émile Durkheim (Dado Ediciones, 2017. Con presentación de Fernando Álvarez-Uría). La reciente reedición de este libro facilita entender lo que aquí no ha sucedido mientras en el vecino país acontecían otras cosas entre finales del siglo XIX y 1905. Este fue el año de la Ley Briand, que establecía una clara separación entre Iglesia y Estado y que su escuela no fuese legalmente discriminatoria por motivos religiosos. Estamos en 2017 y, entre nosotros, lo acontecido desde 1936 ha fortalecido la privatización y los conciertos educativos, donde el pretexto religioso facilita un lugar social privilegiado, distintivo del resto, al 34% de los hijos de las clases medias y de los percentiles de mayor renta. Sería deseable que en la Subcomisión del Congreso para un supuesto pacto social y político en Educación se sintieran estimulados por esta otra perspectiva protectora de la mayoría de los alumnos del sistema educativo español. ¿Cómo, si no, promover una moral colectiva, capaz de obligar a todos por igual en el cumplimiento de las obligaciones mutuas y en el respeto a los derechos naturales de todos? Verdad es que lo que está sucediendo en Europa y en EEUU desanima a muchos, pero es que aquí seguimos, en bastantes asuntos, como en el Ancien Régime. ¿Cómo modernizar de verdad la cultura de lo público?

En la fachada de las Casas Consistoriales de Toledo pueden leerse dos estrofas de advertencia a los “discretos varones” que gestionaban allí los asuntos de la ciudad. El poeta Gómez Manrique (1412-1490) les rogaba que dejaran “las aficiones, codicias y miedo” y que se centraran en lo que debían: “Por los comunes provechos/ dexad los particulares:/pues vos fizo Dios pilares/ de tan riquísimos techos,/estad firmes y derechos”. Pues eso.

Manuel Menor Currás
Madrid, 22.04.2017

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