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martes, 13 de abril de 2021

Trumpismos (Manuel Menor)

Mantener la racionalidad se complica 

Cada día que pasa, la pandemia y sus vacunas traen nuevos frentes de discusión y desconcierto: no estamos hechos para la ansiedad injustificada. 

Disputan algunos de qué quiso hablar San Ignacio cuando en sus Ejercicios espirituales dejó aconsejado que “en tiempo de desolación, no hacer mudanza”; era inteligible en un  mundo de cristiandad y fe en Dios, en que la constancia en el camino virtuoso era orientación a sostener, lo único capaz de generar paz interior: en momentos de flaqueza, mejor sería sostener la determinación que se hubiera tenido. Ello no impide que, en múltiples ocasiones en que esas imágenes tuvieron gran valor organizativo, el dicho preciso del de Loyola surja de nuevo para miradas sin su perspectiva trascendente, un trasvase en que las múltiples transiciones secularizadoras que ha habido han reorientado los lenguajes. 

Tromboembolismos 

El actual es, en todo caso, momento de “turbación”, “tribulación” y, si se apuran las cosas, de gran “desolación”. Mírese como se mire, todo contribuye a que el ciudadano común se sienta abandonado de la mano de Dios y, a lo que se ve, de la de sus conciudadanos, incluidos los elegidos para que lleven cuenta y razón de los asuntos supuestamente comunes. En momentos como ayer, día siete de abril de 2021, confluyen casi todos los ingredientes para que se acelere el sentimiento de desamparo y de “noche oscura” de la existencia. En primer lugar, porque en Europa, la EMA (European Medicines Agency) ha dicho lo que ha dicho de los efectos secundarios constatados en la vacuna que lleva varios días en el ojo de observación y contraste de casi todos cuantos tienen capacidad para observar, y ha mostrado gran liberalidad para  administrar ese conocimiento, de modo que cada Estado verá qué hacer “según sus circunstancias”, tanto más cuanto que, en líneas generales, los beneficios de la vacuna en cuestión dice que son “mayores” que los daños. 

De lo cual cabe deducir –sin calificativos de apreciación prejuiciada- unas cuantas hipótesis explicativas de esta determinación nada salomónica. Por un lado, que no todos los ciudadanos europeos son iguales –cosa que ya sabíamos desde la colonización romana- al no coincidir las capacidades económicas básicas ni las cronologías de supuestas situaciones de bienestar de unos y otros; más decisivo es constatar que, por tanto, tampoco todas las muertes y riesgos de vida son iguales en unos u otros puntos de Europa, como ya tenían comprobado cuantos anduvieron en los caminos de la emigración de los años sesenta y setenta. 

El rasero de los números estadísticos revela, en todo caso, la real valía objetiva de cada cual, pues el número de casos en que puedan producirse tromboembolismos problemáticos son “inusuales” pero existen y son compensados por la estadística de los grandes números. Es decir, las posibles muertes que puedan producirse, al ser pocas son irrelevantes; constituyen –en la apreciación de esta sublime jurado europeo- una especie de sacrificio obligado con el resto de aquellos a quienes no les vaya a tocar esta lotería; les ha faltado determinar cuál sea el número adecuado para que esos supuestos “pocos casos” empiecen a ser relevantes en el conjunto europeo por igual. Ya sabíamos esto experimentalmente, a raíz de muchas otras situaciones como, por ejemplo, la existencia de curvas muy peligrosas en nuestra red de carreteras carreteras, determinadas desde la época de las calzadas romanas y que ahí siguen como atractivo arqueológico. 

Más o menos de 60 

En una segunda escala de decisiones, la avidez demostrada por esta vacuna, seguramente inducida por instancias económicas ansiosas de normalidad, está precipitando concordantes decisiones en esas pautas, pero diversas en los distintos Estados, que están traduciendo ya el supuesto valor aleatorio de las vidas de sus ciudadanos; en el nuestro –determinado ayer mismo a mantener la decisión adoptada sobre esta vacuna desde que empezó a ser administrada-, la volatilidad valorativa se mueve ahora en múltiples direcciones de añadido interés. Una, principal, es la pertinente a los segmentos de edad a los que se debe seguir aplicando este “remedio”; por más que su eficiencia no esté bien contrastada, causa ahora un desbarajuste tentativo de propuestas cambiantes, de modo que ser joven, adulto o estar en fase de muchos años vividos, cobra inusitado interés a merced de criterios discriminatorios según se entre o no en un rango variable de edad. El valor de uno u otro lo determina la secuencia de vacunación y del gasto que pueda suponer a la administración sanitaria nacional y autonómica adoptar las precauciones más pertinentes al fiable conocimiento científico existente. 

Dos: en paralelo, además, los atribulados ciudadanos están viendo con impaciencia lo mucho que pugnan sus líderes autonómicos por mostrar una alegre listeza,  aventurerismo, sagacidad y coraje en el enfrentamiento a la pandemia, de modo que lucen estratagemas que desbordan, a veces, en “salto mortal” –como ha dicho uno de ellos- lo supuestamente establecido como pauta común a seguir, tanto en la posible compra de vacunas como en su administración y, por supuesto, en los límites del “estado de alarma” que rigen hasta el nueve de mayo. 

Libertades polarizadas

Y tres: en este salto mortal, en que “cobernar” es lo de menos, y lo que importa es que hablen de uno como el más arriscadamente caprichoso y audaz, incluso las elecciones democráticas son traídas a cuento, y en este momento, no hay día en que no haya algún combate, sibilino o trapero, por ver quién hunde a quién y, a ser posible, pronto. Llevamos algo más de un año de confinamiento variopinto y, cuando falta casi un mes para la cita del cuatro de mayo, Madrid se ha convertido en síntoma inequívoco de una enfermedad rara de voluble temeridad que, en contraste con cualquier otra, puede acabar resultando casi tan letal para la convivencia como lo están siendo sus indicadores no propagandísticos de atención a la Covid-19 para la vida humana de sus habitantes. 

La gratuita polarización, especialmente fuerte del lado ultraconservador, está llevando a situaciones en que los sofismas twiteros vuelan por los aires a todas horas, contrarios a cualquier entendimiento real de lo que sucede. Ya no es raro, incluso, que, a veces –como en nuestros patios de recreo de críos, en que disputábamos por parcelas de barrio o de calle a nuestro alcance- vayan acompañados por bastante más que palabras provocadoras. Entre adultos, no estaría mal algo de sensatez racionalizadora antes de que Los desastres que pintó Goya, o el Atila en Galiza a que prestó atención Catelao,  puedan desbocarse inopinadamente. La supuesta “libertad” que, según casi todos está en juego, no es eso; este teatrillo cotidiano, escenificado ayer en Vallecas, arrastra excesiva hipocresía y muy dispar compromiso con el bienestar de todos.   

Manuel Menor Currás

Madrid, 08.04.2021  

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