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jueves, 30 de enero de 2020

Desconcierto (Manuel Menor)


¿Desconcierto con los conciertos educativos?

Tocarlos después de 35 años, traerá fuertes protestas. Si quedan como están, el progresismo de esta Coalición de Gobierno quedará en entredicho.

El paso de la borrasca “Gloria” por el litoral Mediterráneo ha dejado serias muestras de que en el Antropoceno hay mucho que enmendar si se pretende que la Tierra siga siendo habitable mucho tiempo. El tan pregonado “desarrollo”, cuando es a costa de la Naturaleza, no sale a cuenta. Tarde o temprano vuelve esta por sus fueros a sus ritmos de evolución, no coincidentes con los de la historia humana y sus pretensiones. Vienen a reconocerlo algunos en esas áreas mediterráneas donde los paseos marítimos y primeras líneas de playa han sido afectados por el temporal. El mar reclama su espacio. Más pronto que tarde habrán de reconocer que no merece la pena restaurar lo que otra “gota fría” (DANA) o similar volverá a destruir. El cambio climático y sus consecuencias no van de broma.

Antropocentrismos desconcertados
Generan desconcierto estas advertencias de la Naturaleza. Casi toda nuestra vida en el medio se ve obligada a  desaprender lo aprendido, para aprender a hacer mejor lo necesario para sobrevivir. Cuanto hacemos requiere ser redefinido como sostenible y que no dañe a nadie. Los libros de ética y moral, los de urbanidad y hasta los mandamientos de la tradición judeo-cristiana, requieren profunda recodificación individual y colectiva. No será fácil ante cuanto se haya sentido como imposición, molestia y –sobre todo- tradición o posible pérdida de beneficios. Opuestos y ambivalentes, pasotas e integrados, ofendidos y cansados, van a tener más trabajo del deseable para saber hacer lo más pertinente al bien de todos.

Los patrones que deberemos seguir no se improvisan. Serán de ordinario similares a los que ya desarrollamos, por ejemplo, respecto a la salud, sin advertir que esta es un reflejo de la salud de la Naturaleza. Personas que todavía en su infancia han tenido hábitos alimentarios de indudable sintaxis ecológica,  se disgustan cuando el médico les recomienda moderación o abstinencia de algún procesado. Se sorprenden  desconcertados ante la reeducación que implica, para ponerse en armonía consigo mismos, no consumir lo que durante años han hecho con aparente impunidad.

La “libertad” y “calidad” escolar como síntoma
Idéntico patrón puede observarse en el cumplimiento  de lo que el art. 27 CE78 establece como universal y en “libertad” para todos los españoles. Cuando la ministra Celáa sacó a relucir sus límites, enfureció a cuantos pregonan urbi et orbi que -frente a lo que dijo la sentencia 77/1985 del TC-  es constitucional su particular interpretación de una supuesta “libertad de elección de centro”. No vale recordarles que lo que es anticonstitucional es sostener oficialmente, y con dinero público de todos, una dualidad educativa de diferente rango para privilegiar a un tercio del alumnado. O que no vale como “función social” la creación de centros privados –en suelo público, con sus conciertos e, incluso, alumnos seleccionados- en detrimento de quienes no pueden pagar cuotas extras por idearios que ponen en cuestión a menudo los valores de la igualdad y fraternidad democrática.  En fin, que menos vale invocar principios confesionales de supuesta superioridad cuando muchos de estos centros eligen a sus alumnos y no son los ciudadanos los que pueden elegirlos ni apenas participar en el funcionamiento de sus proyectos educadores, por ser de titularidad privada. 

Desde 1985, en que la LODE estableció los conciertos reglamentando las subvenciones de la etapa franquista y contrapartidas de aceptación del alumnado, han pasado 35 años de cierta impunidad transgresora en lo contratado. Son 35 años en que algunas Comunidades autónomas decidieron que les daba carta blanca para privatizar o externalizar ingredientes de la actividad educadora y fortalecer empresas que aspiran a rentabilizar al máximo inversiones mínimas. En los últimos de  estos 35 años, se ha acelerado la intensidad selectiva de algunos colegios a cuenta de que el Estado los financie a fondo y sin controlar el modo de inversión. En el transcurso de estos 35 años, este hábito ha ido calando en la sociedad consumista como algo patrimonial y con derecho a convertir la educación de los hijos en un subvencionado nicho selecto de  distinción social –para familias con recursos y afán de destacar entre los vecinos-, mientras en la escuela pública desesperan porque ha disminuido la inversión estatal o de la Comunidad, se ha reducido el profesorado y se recortan las actividades que atienden a los niños y niñas que más atención educadora necesitan.

El patrón dualizador que marcan los conciertos es segregador, pauta indeseada por quienes no quieren un sistema educativo con esta contradicción financiada por todos y apuestan por una “enseñanza única” como aglutinador social y territorial de todos. La soportan peor quienes no pueden mandar a sus hijos/as a un centro privado, por no tener recursos.  ¿De qué les vale a todos ellos esa supuesta “libertad de elección de centro”? ¿Por qué los propagandistas de esta nunca reivindican las imprescindibles libertades de conciencia y conocimiento para el alumnado, ni la de cátedra, investigación e innovación imprescindibles para todo buen profesor? ¿Es un justo patrón democrático el de esta dualización educativa, que dificulta incluso la representación sindical en estos centros concertados? ¿Cómo se desengancha este asunto del cojitranco adoctrinamiento twitero?

35 años de dejación interesada pesan mucho para revisar la disociación desigualadora de base que tiene el sistema educativo español; ya hay Comunidades autónomas que, después de Hungría, son las que mejor cumplen en Europa el dictado de que el libre mercado es el que debe regir esta actividad, como si de producir y vender alcachofas se tratara. Si la revisión de la LOMCE que se avecina no reequilibra los dos mundos que la LODE pretendió armonizar, solo será otro parche en un sistema que, legislativamente, va camino de ser más prolífico que el viejo “Florido pensil” de Andrés Sopeña.

Es un asunto de salud pública: desatenderlo es educar mal para los cambios de costumbres que, se quiera o no, son urgentes; pondrá más difícil la necesaria solidaridad con los demás y con cuanto nos rodea. Además, frente al prepotente e inútil sálvese quien pueda, cuando los recursos son escasos ya está bien de seguir amortizando con la escuela, desde 1851, lo desamortizado en 1836. Atentos, pues, a las continuidades de patrones reacios a ceder en lo que algunos lobbys todavía consideran territorio de conquista.

Manuel Menor Currás
Madrid, 29.01.2020

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