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jueves, 11 de julio de 2019

Divertimentos (Manuel Menor)

Manuel Menor nos envía este artículo


El divertimento cultural crece, más en verano.

A la propaganda le es indiferente la calidad de la conversación cívica. Le basta la ansiedad por paliar el aburrimiento y el afán de darse lustre.
 La extemporánea aportación de Monseñor Renzo Fratini hace unos días respecto a Franco y el Valle de los Caídos, rara en un diplomático, sería “bonita” si no fuera ahistórica y partidista. No es, con todo, algo excepcional.
El presente del pasado
 Hace poco, un grupo español de amigos del arte, de turismo en Weimar con motivo del Centenario de la Bauhaus, entró a comer en el Hotel Elephante. Alguien recordó humoradamente, con documentación abundante en su móvil, que allí solía acudir Hitler, y el rictus de enfado que suscitó fue solemne: ¿Acaso no habían andado por allí también otras gentes excelsas, como Thomas Mann o Walter Gropius? Buenas ganas de enturbiar con algo desagradable un día culturalmente tan “bonito”.
Algún tiempo atrás, en un centro educativo madrileño se quiso celebrar el 75º aniversario de su fundación. El proyecto conmemorativo no contemplaba que, a comienzos de abril de 1939, cuando las tropas golpistas entraron en la ciudad, entre otras medidas hubieran depurado su nombre original, anterior a la II República. Algunos profesores, conscientes del lapsus, indicaron que deberían explicarse al alumnado aquellos cambios, y la irritación de la dirección fue más grande todavía. Empeñada en un evento ciego a la reorientación franquista que había marcado cuanto allí se había enseñado durante tantos años, acusó de “ideología” (¿?) a los discordantes con el “bonito” relato que quería contar. El profesor Ángel Chica, que vivió aquel atropello de la historia, pudo evitar que se repitiera más tarde algo similar con el Instituto Español de Lisboa.
Las visitas guiadas pueden, también, ser muy fértiles en relatos sesgados, lo que no impide comentarios posteriores de turistas agradecidos por lo “precioso” del espacio visitado. No hace mucho, en un monasterio, la salvable explicación de  las variaciones estilísticas de cinco siglos fue adobada convenientemente con cuanto había subsanado “el desastre” desamortizador. Como coda -antes de que el grupo fuera conducido a comprar souvenirs-, el turno de visitantes tuvo que pasar ante una exposición fotográfica en que se mostraba la “providencial recuperación”, exclusiva de la constancia monacal. En el recorrido no se pudieron hacer preguntas: las razones, procedimientos y recursos con que se había hecho y rehecho el impresionante edificio podían haber estropeado el catequético relato.
Más allá de lo anecdótico, este breve muestrario parece reflejar que la turistificación del pasado, acompasada de una débil educación histórica, inclina a mostrarlo sin aristas incómodas, proclive a generalizaciones milagreras y ajeno a que pueda ser relacionado con los problemas del presente. La memoria es corta y, como amable indicación de lo bien que puede ir todo si nadie se entromete en lo que no le importa, puede ser recreativa.
Entretenimientos
En los asuntos públicos, como en un parque temático, sobra propaganda dirigista y falta buena conversación. Rogelio López Cuenca lo ha mostrado muchas veces alterando el significado habitual de la señalética y publicidad entre la que nos movemos. En Educación, las corporaciones y lobbys poderosos interfieren mucho con sus particulares intereses de negocio. Por eso necesita conversadores interesados no tanto en los eslóganes, cuanto en el buen funcionamiento de la estructura organizativa que soporta el acceso de todos a ese derecho universal. Que se ocupen del imprescindible debate sobre la mejor organización interna de los procesos educativos de enseñanza y aprendizaje que todo centro educador ha de promover. Y que no olviden lo que atañe a la buena preparación de los profesionales que hayan de hacerse cargo de que la educación sea accesible a todos con las mejores garantías de igualdad y libertad. Es evidente que educar así no es lo mismo que escolarizar sin más: entre otras cosas, es más caro si se quiere que llegue a todos y no solo a unos pocos. Lo cómodo –y más barato todavía- es coger el rábano por las hojas y quedarse con una o dos palabras en la boca, como propaganda vaciada de objetivación real.
En Cultura, la conversación democrática también es primordial si logra centrar qué sea cultura y cuál su interés ciudadano. Despista no poco que los más expertos –antropólogos con credos dispersos-  se queden en orientadores de la “industria turística”, ávida de patrimonializar nostalgias de la España vaciada y atemporal. Y desorienta mucho más la pluralidad de usos del término “cultura”. En las barras de bar, en las tertulias de televisión y radio, y en  mil fiestas o festivales de todo tipo, florece la actual “cultura popular”. Está también la otra cultura, la “alta” y  no tan popular, y  asimismo el cajón de sastre de “la industria cultural”, al que se adhieren como lapas la “gestión” y  la “política cultural”. Y un Ministerio que, a veces se prende del de Educación, y desde hace tiempo va de cojitranco pariente del Deporte, junto a otros artificios autonómicos y municipales.
Es un mundo, el cultural, al que el pesimismo y optimismo se le alternan al ritmo de su bajada o subida en el PIB, en que también da dividendos la indiferencia o que el día a día ciudadano se limite a darse algo de lustre con él de cuando en vez. A ese territorio ambiguo de elitismos que conviven con lo rudimentario,  le cuadra bien la desatención al pasado histórico y a la memoria. Tan similar es a la que sufre la Educación o la Sanidad, que no se altera porque le vayan de maravilla los arbitrismos zafios y las opiniones infundadas, inmunes a cuanto pueda alterarlas.
Votos y vetos
 Como a la España vaciada, que conduce a abandonar los montes -y que ardan en verano con facilidad-, así se construye el hábitat cultural, lleno de tópicos y falsedades crecientes a medida que son más cortas las lecturas y se hacen más seductoras las visualizaciones de las Redes y los medios. Nadie podrá hacer, sin embargo, que la riqueza del intercambio conversacional cotidiano –el de la vida fructífera en la polis-  no dependa de la  información contrastable que cada ciudadano haga circular, un proceso en que  el tiempo, la oportunidad y la constancia en la búsqueda son determinantes para no restar valor a un bien que es complejo, transversal y de inevitables raíces históricas.
Institucionalizadas la Cultura y la Educación para que sea accesible a todos el potencial de ese plural entramado, concierne a su democratización pública que el desarrollo de un derecho cívico crucial haga más coherente, valiosa y atractiva la vida individual y grupal. Pero si se frivoliza su dimensión y quienes ostentan la representación política juegan a simplificarlo y esclerotizarlo, o a crear falsos debates dando la matraca con bizantinismos ajenos a las carencias existentes, el riesgo para la salud y la convivencia es serio. Se está viendo con la gestión de los resultados electorales –que ha situado a la politiquería inane como segundo problema en este momento, después del paro-. Y ha sucedido en lo concerniente a Madrid Centro,  expresión certera de la torpeza e ineptitud de muchos elegidos para gestionar democráticamente lo colectivo.
Las agresiones del odio suelen  seguir a la ignorancia y a la intolerancia gratuitas. La manipulación que términos como “calidad” y “libertad” muestran en las 155 medidas acordadas por el PP y Cs puede aparentar que todo queda muy moderado, pero será muy peligroso que no corrija las serias deficiencias que arrastran  los servicios sociales o el ejercicio de los derechos y libertades de todas y todos. Aburrido es recordar que John Locke (1632-1704), cuando en 1690 escribió la Carta sobre la tolerancia, dijo que “no es la diversidad de opiniones –inevitable-, sino la negativa a tolerar a aquellos que son de opinión diferente, la que ha producido todas las guerras y conflictos”.



Manuel Menor Currás


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