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lunes, 15 de abril de 2019

Tetsuya Ishida, pintor de la crisis (Manuel Menor)

La retrospectiva de este pintor, muy apreciado en Japón, estará en el Palacio de Velázquez del Retiro (Madrid) hasta el ocho de septiembre.

Autorretrato del otro reúne un conjunto de 70 pinturas y dibujos del japonés TETSUYA ISHIDA (1973-2005) en una retrospectiva de gran interés. Es la primera que se le dedica en Europa y permite entender cómo su producción artística, más bien corta a causa de una muerte temprana, sigue despertando gran atractivo en las generaciones jóvenes de su país. Quien visite esta muestra podrá entender los motivos.

Contextos
La mirada de ISHIDA a lo que estaba aconteciendo en el deprimido Japón de los años 90 tiene inspiraciones múltiples. Las crisis económicas y políticas de otras latitudes -con guerras relevantes por medio-  habían dejado detrás abundantes testimonios literarios y variadamente gráficos. Relativamente recientes son todavía los ambientes opresivos  que antes de terminar el siglo XIX había descrito Dostoievski, lo que en el período de entreguerras habían creado  Grosz y Becket, el Kafka de 1915 o los libros como de Kenzaburo Oé, el Nóbel de 1994. De todo ello hay ecos en estas obras, como también de películas inmediatamente posteriores a la II GM. El género Kaiju -cine de monstruos como Gojira (Godzilla)- había alcanzado un amplio eco popular desde mediados de los cincuenta. Los daños causados en Hiroshima y Nagasaki habían provocado un imaginario de miedos y temores profundos de la sociedad japonesa mientras Mc Arthur intentaba que el protectorado americano  pareciera tolerable.   

En la acidez de las imágenes que crea este pintor se integran, además,  ingredientes propios de la tradición japonesa desde la “era Meiji”, cuando la rápida industrialización se organizó en torno a las grandes familias feudales anteriores, transformadas en empresas con que identificarse. Gran familia proveedora de todo, incluido el sentido de la vida, la fidelidad a la firma, la paciente minuciosidad y disciplina en el trabajo, venían dadas de atrás, de las tradiciones religiosas y culturales milenarias. Según la mirada de este pintor, todavía desconocido en España, los pocos años de crisis a que hacen referencia  estos cuadros fueron algo muy serio.

Textos
El ser humano está presente en todos ellos y, sobre todo, en qué había ido a parar su razón de existir y los hábitos a que había sido reducido. Mordaz y muy escéptico, el gesto pictórico de ISHIDA disecciona el mundo circundante de manera nada condescendiente. Con una técnica hiperrealista, casi fotográfica en muchas ocasiones, pone delante de nuestros ojos los resultados de la metamorfosis –tres veces la relaciona explícitamente con el Gregorio Samsa de Kafka- que ha operado el shock producido por la crisis de 1991 en los individuos, hibridados a veces en máquinas. Y presta atención, asimismo, a los procesos desarrollados para que esa adaptación eficiente se produzca; es decir, a los tratamientos activados para que el reduccionismo mutante convierta al ser humano en mero instrumento útil de algo que se le impone. Lo novelado por Orwell, sobre todo en 1984, y los análisis de Foucault -a propósito de los controles panópticos que tenga el poder-  ayudarán al espectador que visite con calma esta exposición.

De la sociedad global, se reflejan aquí efectos de lo acontecido desde que, en los setenta, se impuso una economía financiera neoliberal dispuesta a erradicar del Estado todo resquicio keynesiano. El contexto japonés de los noventa que preocupa a ISHIDA es el responsable de la precariedad y  cosificación deshumanizada. Aquellos episodios –de los que las crisis posteriores a 2007 pueden ser vistos desde Europa en continuidad- dejaron en sus pinceles  seres solitarios y perdidos, pura materia amoldable hasta la nada, domesticable en cubículos mínimos,  embalable como un paquete cualquiera y troceable para funciones como máquina o tornillo en un paisaje desolado. Son varias, incluso, las pinturas en que aparece la transmutado en objeto o útil instrumental, absolutamente alienado, encerrado en sí mismo, desorientado y abrazado a su alienación.

Fordismo total
En la figuración elegida por ISHIDA, esa objetualidad en serie, amorfa, de diseño fordista renovado por el utilitarismo de las TIC, pero de nivel humanista cero, aparece muy cultivada desde la infancia la estandarización del hombre asalariado. Si se asocian cuadros como los titulados Despertar (1998), Prisionero (1999) y Niño perdido (2004), se puede observar cómo la educación que quiere imponer un atosigante y manipulador poder globalizado fue  preocupación fuerte del pintor. Para reforzar el miserable estatuto del Salaryman –idealmente consubstanciado con su empresa, como deja ver en Toyota ipsum (1996)-, la secuencia de estímulos que seguirán no deja de recordar ese ideario maquinista a que ha de estar sometido mientras no llegue su fecha de caducidad. Las imágenes reafirmadoras  de esa sumisa condición aprendida son continuas; pueden ser ejemplos principales: Repostar comida (1996), Cinta transportadora de personas (1996), Silla del jefe de departamento en un edificio abandonado, o Retirado (1998). Las variaciones consiguientes en las precarias formas de vida y en su sinsentido ocupan el resto de la exposición. Su título, acompañando la oquedad de una cabeza mecánica en que se refleja una inocente imagen infantil, pequeña, podría aludir al afán de búsqueda de sentido con que el pintor haya urgado en la sinrazón de muchas vidas.  

La exposición durará hasta el ocho de septiembre, pero contemplada en vísperas de elecciones -cuando aproximadamente la mitad de los votantes no sabe bien qué votar, ni si votará-, la semántica provocada por ISHIDA en situación similar a la que muchos viven en España, tendrá lecturas controvertidas. Si inquieta y hace pensar, bienvenida sea. También esa es función del arte, y el Museo Reina Sofía, patrocinador de esta muestra, bien merece reconocimiento por ello.

Manuel Menor Currás

Madrid, 14.04.2019


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