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martes, 26 de septiembre de 2017

El profesorado, bajo un fuego de discursos cruzados (Guadalupe Jover en el diario de la educación)

Artículo de Guadalupe Jover en eldiariodelaeducacion.com

Maestros y maestras se encuentran bajo un fuego de discursos cruzados. De un lado, encendidas defensas de una inaplazable renovación metodológica. De otro lado, una rigidez asfixiante en las estructuras organizativas, en los espacios y tiempos escolares, en los interminables currículos disciplinares.

Entre unos currículos enciclopédicos, la alargada sombra de las evaluaciones externas, unas jornadas extenuantes y la apuesta por un modelo empresarial de dirección, ¿dónde queda la autonomía de los docentes? Solo faltaba el desmantelamiento de los centros de formación del profesorado -focos de ideologización, en palabras de Cospedal- para consumar la perseguida descualificación profesional de maestras y maestros.
Llega septiembre y con él el nuevo curso: nuevo centro tal vez, nuevos grupos, caras nuevas: cientos de chicas y chicos que nos afanaremos en conocer y con los que tejer complicidades. Llega septiembre y es momento también de anticipar qué posibles caminos, qué posibles escenarios pueden contribuir a desarrollar aquellos aprendizajes que consideramos pueden dar respuesta a las necesidades formativas de alumnas y alumnos y a las necesidades también de bienestar y justicia del mundo que habitamos.
Si nos guiáramos exclusivamente por lo que de educación se publica en los medios podríamos creer que toda España anda inmersa en proyectos de innovación educativa. Pero más allá de la solidez o fragilidad de estas iniciativas; más allá de la naturaleza de su desarrollo en las aulas -más o menos democrática, más o menos impuesta “desde arriba”-; más allá del para qué de estos afanes, la realidad es que en la mayor parte de los centros reinan la tradición y la rutina.
No nos engañemos. Maestros y maestras nos encontramos bajo un fuego de discursos cruzados. De un lado, encendidas defensas de una inaplazable renovación metodológica que -tal y como se está haciendo en muchos casos- da respuesta a los síntomas, aunque no siempre a los dos principales problemas de nuestro sistema educativo: la exclusión escolar y la complacencia con el mundo heredado, un mundo atravesado por la injusticia y por una frenética depredación del planeta. De otro lado, una rigidez asfixiante en las estructuras organizativas, en los espacios y tiempos escolares, en los interminables currículos disciplinares. Curiosamente, de la mucha tinta vertida en torno a la necesaria transformación de otros aspectos, el currículo apenas se cuestiona. Pareciera que no es sino una Verdad Revelada que no se puede discutir; pareciera que su confección correspondiera a unos expertos que dominan unos saberes inextricables con quienes no es posible imaginar siquiera el diálogo ni el debate.
Quienes llevamos años trabajando en las aulas sin libros de texto, quienes llevamos años presentando programaciones alternativas a las oficiales de nuestros respectivos departamentos didácticos -a menudo mera transcripción del manual de turno- solíamos bromear con nuestros colegas afirmando que nuestras programaciones eran mucho más respetuosas con la legislación que las suyas. Las elaborábamos con el currículo en la mano y con una mirada atenta a nuestro contexto escolar preciso y al contexto social y político, a la precisa coyuntura histórica en que anduviéramos inmersos. Hasta hace no mucho, una lectura atenta del currículo permitía desarrollar actividades y proyectos mucho más coherentes con los objetivos educativos que las propias leyes establecen en sus pomposos preámbulos que con el tributo ciego a las rutinas docentes. Por críticos que fuéramos con los decretos curriculares había espacios para conciliar prescripciones y convicciones, aunque fuera a costa de apartarnos de aquellos niveles educativos en que tal conciliación no era posible.
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