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jueves, 15 de junio de 2017

"El gradualismo político está contraindicado para urgencias democráticas" (Manuel Menor)

Reproducimos este artículo de Manuel Menor

Las mociones de censura últimas muestran perezosas y falaces maneras de afrontar problemas que, como los de Educación o Sanidad, tienen huecos formidables de desatención e incuria.

La mejor conclusión que se puede sacar de muchos debates es lo bien dividida y fragmentada que está la sociedad en provecho de quienes controlan el poder. Ni la oposición es capaz de cohesionarse para concertar una acción capaz de retirar de en medio a quien debieran jubilar, ni los argumentos que suelen manejarse en esas situaciones –excepcionales cuando de mociones de censura se trata- suelen ser capaces de traspasar para el oyente o televidente lo que haya en la necia argumentación ad hominem. A veces, sólo un rencor preestablecido o algún tipo de consigna propicia al twiteo fácil y ruidoso,  machista incluso pero muy apta para desviar la atención de lo principal.

Lo que el sistema quiere y tú no
Los medios suelen repetir, ad pedem literae, esta situación, en provecho de quien ostente el poder, no sea que se muestre esquivo a compensar en prebendas los variados modos de servilismo que tanto dañan al ciudadano anhelante de información fiable sobre lo que acontece. Proponer, pues, que se vote acerca de quién haya ganado en situaciones como la del debate del día 13 en el Congreso de Diputados -si el líder de Podemos o el del PP-  no pasa de estúpida esquizofrenia. Ambos han tenido momentos de lúcida calma e ironía socarrona, lo que es de agradecer. Pero también han estado pródigos, especialmente cuando Rajoy tomaba la palabra, en medias verdades y no pocas falsedades. En esa pugna, los otros actores más bien fueron convidados de piedra, pese a la relevancia que asigna la Constitución a este tipo de mociones.  Desde antes de empezar, más se mostraron oportunistas que interesados en un “cambio real” de una situación problemática. Lo de “marcar los tiempos”, que dicen en el PSOE, no convence. Y lo de estar ahí para que España vaya mejor, que dicen en Ciudadanos, no se lo creen ni ellos: como si hubieran nacido para que todo continúe donde siempre.

a prensa es pródigae nos atropellaque nos invaden...menos, poder seguir contvo que uno se quiera La retórica despectiva esgrimida en la Asamblea de Madrid en días anteriores, si algo había dejado entrever, habían sido manejos tácticos para que la sustancia de lo bien hecho o mal gestionado se perdiera por los laberintos de la nada mientras se exhibía como gran logro una dialéctica de “los nuestros “ y “los otros”, dudosamente civilizada. No es muy optimista lo acontecido después de estos debates para advertir lo mucho que hayamos avanzado en consistencia de conquistas democráticas. Más pareciera que estuviéramos en regresión hacia la imposición del victorioso “ya hemos pasao” frente al resistente “no pasarán”.

Las réplicas del Gobierno a cuestiones flagrantes de transgresión de lo democrático, como la amnistía fiscal de Montoro o -entre infinidad de sinrazones con que topamos a diario para otros partidismos- en las motivaciones que guían al presidente actual de RTVE, no permiten hacerse ilusiones respecto a una repulsa unánime frente a la inmoralidad o el sectarismo en la gestión de lo público. La tónica ramplona y con tirón constante hacia la hegemonía de una sociedad desigual y abusona sigue creciendo en los medios. Ha podido verse en los consejos últimos a mujeres a las que –sin desmerecer de los “manuales de la buena esposa” que tanto proliferaron en España- se les recomendaba que nada impidiera  la satisfacción del varón.

En la misma línea de desconfianza se ha de alinear la poca presencia que, en lo oído en la Asamblea madrileña o en el Congreso estos días, han tenido las políticas educativas. Para quienes trabajan en el sector, tan pocas son y tan poco estimulantes para lo que urge hacer, que las que se han oído en tan solemnes ocasiones son asociables a esos aludidos consejos sobre prepotentes “posiciones para cuando él quiere y tú no”. Oigan: no; más seriedad y no tomen el pelo con el uso de terminologías que nada dicen en una selva de repeticiones anfibológicas.

Lo imprescindible para un trato justo
Cuando hace unos días el “Consejo educativo de la Comunidad de Madrid” –entidad que agrupa actualmente a 14 organizaciones con importante representación social en la vida educativa de esa geografía, aunque no incluye partidos políticos- presentó en público un importante documento que pretendía llamar la atención sobre lo que deberían ser las Bases imprescindibles para que pueda darse un acuerdo educativo social y político en la Comunidad de Madrid, el interés de los medios y de los partidos por la propuesta de modelo educativo latente en este documento –en ningún modo rupturista, radical o revolucionario- también fue tan significativo como el propio documento. Pocos asistieron, como si se tratara de una cuestión de segundo o tercer nivel de preocupaciones.  Por algo Rajoy sabe que lo que vende es hacer llegar al gran público el crecimiento económico y que da igual que sea con viento de cola o con la inestimable ayuda de una coyuntura energética favorable: por eso lo repite como un mantra. Intuye muy bien que no debe mencionar la situación denigrante que vive un sector tan amplio de trabajadores y parados como el existente o que, mientras está exaltando los frutos de su dejación en aras del IBI, la propia OCDE le esté recriminando la enorme brecha social que está generando o, en particular,  las nefastas consecuencias que acusan ya los jóvenes, encargados de continuar nuestras vidas. Teóricamente, hemos de agradecerle a su cortoplacismo neoliberal y superconservador que sepa contarlo con sobria ironía, como si fuera verdad y no esperpento.

En ese panorama -repetidor del que tanto éxito tuviera en los mejores tiempos de la Restauración canovista, que ese día 13 se paseó por el Congreso para aburrimiento ignorante de muchos-  parece que la mejor “posición” aconsejable para todos sea la del gradualismo, ese sistema moral que aparece como logro cuando, ante la dificultad de sacar adelante una decisión coherente, por la que se ha estado peleando denodadamente como justa, se muestra lo más parecido a una claudicación o una derrota en toda regla. Suele tener mucho reconocimiento –continuista- en situaciones de gran desequilibrio de trato o ante relaciones estructurales de sumisión en que lo exigido es docilidad y sometimiento humilde. Este vasallaje resignado es multifacético. Tanto aparece con el patriarcal  no te quejes, como ante el señoritismo machista, el colonialismo depredador del triunfador, el chuleta folclórico que controla el aparato cultural, el ruidoso adolescente malcriado, el editor que te pide una pasta con el original para engordar a cuenta tuya, el castizo recurso a los atributos sexuales… El gradualismo es la gran opción del “España va bien” que ignora a la España que va fatal, pero que de nada vale ante el obstinado eclesiástico que, en nombre de Dios, exige hacer caridad a cuenta del erario público, ni ante el corrupto que saquea a sus vecinos aprovechándose del cargo en nombre de su beneficio privado. Lo sabía muy bien Vélez de Guevara: El Diablo cojuelo (1641). Ante tanto historial bienpensante, el sumiso gradualismo es una sonora resignación, puede que muy sabia pero impotente, para encubrir una silenciosa deserción. Una flagrante injusticia, cuando conlleva abdicación a cumplir los  Derechos Humanos.

En el sistema educativo español, después de lo que dejó establecido la primera ley general que trató de ordenarlo en 1857, y con la salvedad de muy raros momentos -entre los que destaca lo realizado en la II República-, la atención a la enseñanza pública de todos ha sido muy escasa cuando no nula o contraria a su extensión democratizadora. Y cuando ahora hablan de posible “pacto”, el gradualismo impera victorioso como posibilismo incapaz de erradicar esta enorme costra naturalizada. Ángel Gabilondo la  cifraba –en el acto de presentación del documento del Consejo Educativo de Madrid- en torno a tres asuntos que suelen llenar la boca de la Consejería de Educación madrileña: el “bilingüismo”, la “calidad educativa” y  la “libertad de elección de centro”. Son muchos los observadores coincidentes y, si no supieran de la anfibología de estos términos ni hubiera datos muy inquietantes de los déficits que esconden, alabarían gustosos tanto prodigio, tanto que, en lo tocante a mejoras educativas deseables, con cuatro retoques sería suficiente. Desgraciadamente, para más de la mitad de la población estudiantil de esta Comunidad no es así. Está en grave riesgo su única posibilidad de ascenso social, en un área como Madrid tan dual, que bate todos los récords europeos de desigualdad social.  No cuela esa irresponsable exaltación propagandística, como la que, en continuidad con Esperanza Aguirre, sigue exhibiendo el Gobierno de Cifuentes. Tiene sentido, por tanto,  el documento presentado por el citado Consejo, cuya pertinencia viene avalada por abundante información, como la que muestran las cifras oficiales del desmadre madrileño.

Y el bendito gradualismo
Si nadie desconfiara del tacticismo que esconden permanentemente muchos de los actores que podrían invertir esta tendencia degradante de lo público, los votantes expectantes deberían aplaudir al prestigiado gradualismo. Dentro de lo posible, algunas cosillas se iría reformando: con un “acuerdo de transformación” o, mejor, con un “pacto social y político”. El viejo Maquiavelo y, más recientemente, El Gatopardo, conocían bien estas habilidades de la apariencia del cambio. La idea es que no se contente quien no quiera y que todo siga más o menos igual que siempre.  En ello está asidua la segunda parte del noticiario informativo oficial, siempre reconfortante para quienes tienen qué comer: les estimula a que estén plácidamente agradecidos. Frente a tanta demencia existente en el mundo, el consolador gradualismo es, además,  muy rentable. Como lo fue también el Purgatorio después del Concilio de Trento: en ese cosmos, sedaba el ánimo poder cuantificar monetariamente las expectativas de salvación.

Ante un esperpéntico panorama político como el actual, tan rezagado en una escala de la evolución  democrática que soporta una impresionante ristra de ejemplarizantes “amigos políticos” en la cárcel, preservar la vida es un triunfo y dominar la de otros favorece la satisfacción. Pero poder estudiar decentemente, en igualdad, para progresar en el conocimiento y en la independencia personal, cada vez es más un fabuloso lujo selectivo. Para el gradualismo dominante hoy en día en este mercadillo, es muy atractivo que las expectativas de vida de muchos nietos ya sean peores que las de la mayoría de sus abuelos.


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