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jueves, 24 de enero de 2013

#StopLeyWert: "Nos va a caer como una losa"

El autor sostiene que la reforma educativa "transpira un afán de cazar y segregar a los más débiles"

Por más vueltas que le demos y pataletas que se organicen, la nueva reforma, LOMCE, va a caer como una losa sobre nuestra educación con la promesa de redimirla.

Igual que está sucediendo con otras reformas (sanidad, servicios sociales, trabajo, justicia…) más obsesionadas en penalizar a las víctimas que en sentar en el banquillo de los acusados a los culpables, a quienes se enriquecen a costa de los demás, a los defraudadores, la LOMCE transpira un afán de cazar y segregar a los más débiles.

Caerá según lo anunciado, quizás con ligeros retoques y algunos guiños oportunistas para aminorar descontentos, limando alguna arista para no enfadar a quienes tienen mayor poder de hacer oír sus voces. Pero dejando sin tocar lo esencial. Y lo esencial e innegociable es que la derecha ha decidido hace tiempo que la educación es un bien para quienes lo merecen (excelencia), no para todos (equidad).

No para quienes, según los promotores de la LOMCE, no quieren estudiar, no pueden hacerlo porque no “tienen capacidades”, como si el talento fuera un don dado y acabado que se tiene o no desde el nacimiento y nadie, menos la escuela, pudiera y debiera hacer algo para cultivarlo, expandirlo, desarrollarlo. Esa es la reforma en curso. La que se quedó en el tintero hace una década (LOCE, 2002) y ahora surge como un aguijón en contra de todas las anteriores, repletas –dicen– de confrontación ideológica y especulaciones.

Por ello, la de ahora se nos presenta sensata, práctica, ajena a devaneos ideológicos que son, además de innecesarios, dañinos para el sistema, los centros, los docentes, el alumnado, las familias y la sociedad. ¡Por fin una reforma motivada! porque “algo hay que hacer”, “para que nadie pueda decir que el gobierno se ha quedado de brazos cruzados ante el fracaso”.

Una batalla frente a la desidia, la falta de control y evaluación, los déficits de transparencia, la pedagogía sin exigencias académicas ni contenidos como dios manda. Una reforma a favor de directores con más autoridad en los centros, con incentivos a la productividad, colocada en terreno de competitividad escolar para que nadie –en la pública por supuesto, no en la otra– se duerma en los laureles de la mediocridad y el corporativismo.

El fracaso escolar insoportable, la lacra de la pedagogía sin esfuerzo, el descontrol por falta de evaluación y el ocultismo por la falta de publicación de los resultados de los centros, la reducida capacidad de las familias para elegir la educación de su prole, los contenidos debilitados por el desvanecimiento de las asignaturas académicas, la disposición de menús escolares a la medida de las capacidades y los intereses de los estudiantes que deben ser, cuanto antes, bien encauzados para que no se obstinen en aprender aquello para lo que no valen ni les interesa.

He ahí algunos de sus grandes principios, valores, presupuestos y asideros sobre los que, en tiempos de crisis y aprovechando el tsunami social, político y cultural, o sea económico, poner firme al sistema escolar: se ha dedicado, demasiado tiempo ya, a alegrías añejas, malsanas, provocadoras de la mala imagen nacional que tenemos en los rankings internacionales de eficiencia y eficacia.

Se ha venido propagando mucho tiempo la imagen de que nuestra educación en todas las etapas y niveles es, desde la maldita LOGSE, un desastre. Ahora llegan los remedios definitivos. Es posible que, así como entre el antes y el después -¿para cuándo?- de la crisis, haya una línea divisoria en muchos asuntos, también pueda construirse una frontera entre el antes y el después de la LOMCE. Muchas personas somos conscientes de que la educación en este país tiene, además de logros evidentes, todavía bastantes asignaturas por aprobar. Pero no conseguiremos superarlas ni con el espíritu ni con la letra de la reforma que se nos viene encima.

Aunque reclama para sí la condición de sensata, práctica y, por fin, nada ideológica, resulta ser todo lo contrario. Insensata, porque va precisamente en contra de todas las recomendaciones internacionales de mayor renombre en materia de reformas escolares para estos tiempos. Nada práctica, porque conlleva algunas decisiones que, de llegarse a aplicar, pueden desencadenar destrozos inimaginables en el sistema: piénsese, por ejemplo, lo que puede representar, aunque sólo fuera en términos logísticos y de gestión, la creación de centros, Institutos de Educación Secundaria, especializados por ámbitos y/o por alumnado. Y tiene mucho de ideológica porque, además de lo dicho, la LOMCE es un ejemplo genuino (y con retraso) de reformas neoliberales y mercantilistas que en diferentes zonas del planeta se aplicaron al filo de los ochenta y noventa, en parte del inicio del siglo, pero ahora ya se consideran obsoletas, al menos en algunos extremos que aquí, a agua pasada, se quieren experimentar ¿Y quién, hablando en serio, se atrevería a tildar de ajeno a la ideología el tratamiento dado a la religión católica en el currículo o a la privatización escolar en los conciertos?

Para combatir el fracaso escolar, no necesitamos más itinerarios, sino un currículo y una enseñanza en la que quepa todo el alumnado. Para tornar más trasparente el sistema, no iremos bien multiplicando evaluaciones externas, sino fortaleciendo una auténtica cultura de evaluación dentro de los centros y fuera de ellos. Para mejorar la calidad de la enseñanza, no más fragmentación y pleitesía a las asignaturas, sino una mayor integración de los contenidos y una cultura escolar intelectualmente rigurosa, propicia al desarrollo del pensamiento, comprensión, comunicación, indagación y resolución de problemas cotidianos, gusto y autonomía por el estudio, buen desarrollo personal y social.

No es el tiempo de centros competitivos ni de directores con más poder, sino de centros donde la participación y la democracia se apliquen a pensar y hacer que todo el alumnado aprenda al máximo, armando equipos docentes fuertes, capaces, comprometidos en garantizar a todos la buena educación debida. La LOMCE va en una dirección contraria y por ello debe ser contestada.

Juan Manuel Escudero es catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Murcia

Publicado en elpais.com


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