La repetición educativa nos aleja de los países de nuestro entorno y está viciada por la desigualdad social, además de cara y poco eficaz; si bien son pocas las personas dedicadas a la investigación educativa que la apoyan, goza de gran popularidad: ¿cómo explicar la disociación entre conocimiento experto y popular?
Una de las particularidades de nuestro sistema educativo es la alta proporción de repetidores de curso. Sobre la repetición sabemos que no es tanto un problema legal como cultural. Países con legislaciones parecidas a la nuestra en esta cuestión, como Dinamarca, muestran tasas de repetición muy bajas. Lógico, si se tiene en cuenta que debe ser una medida extraordinaria. Por otro lado, sabemos que hay una distancia importante entre repetición y competencias. A pesar del lugar común sobre que estamos mal en PISA, lo cierto es que nuestro alumnado está en un promedio próximo a la OCDE. Si algo nos diferencia es la falta de excelencia, no el exceso de alumnado rezagado. Sin embargo, nuestras tasas de repetición son muy altas. Esto quiere decir que el alumnado que en los países de la OCDE no repite en España sí lo hace. El caso de Castilla y León es muy llamativo, dado que sus niveles de fracaso escolar y repetición se han mostrado altos, al tiempo que si fuese un país estaría entre los mejores de Europa. Además, somos uno de los países más desiguales en la repetición. A igualdad de competencias, el alumnado de orígenes populares repite tres veces más que los de origen social alto. Encima, la repetición no suele ser un camino para la mejora, sino el primer paso para el abandono del sistema. Sin olvidarnos de su alto coste. Por un lado, para el sistema educativo: debe impartirse todas las materias de nuevo, y no solo reforzar aquellas en las que hay dificultades. Y personalmente: el alumnado casi pierde un año de su vida, pues deberá cursar nuevamente parte de lo que ya demostró que sabe.
Por tanto, la repetición como medida educativa nos aleja de los países de nuestro entorno y está viciada por la desigualdad social, además de cara y poco eficaz. Si bien son pocas las personas dedicadas a la investigación educativa que la apoyan, goza de gran popularidad. ¿Cómo explicar la disociación entre conocimiento experto y popular? Podría ser que los expertos no se enteran, a pesar del apoyo de datos y evidencia comparada. Podría ser que lo que es bueno en otros países no se ajusta a España, dado nuestro ancestral espíritu carpetovetónico. O puede ser que al hablar de repetición no estemos hablando de medidas educativas efectivas, sino de otras cuestiones.Los defensores de la repetición ven en ella un sinónimo de la cultura del esfuerzo, pero ¿en qué consiste esa cultura? Es una mezcla de conductismo educativo y brutalismo social. Para los conductistas, podemos hacer lo que queramos con los seres humanos si diseñamos un buen sistema de premios y castigos. Así que si queremos que el alumnado estudie, establecemos el castigo de perder un año de vida, romper vínculos con amistades y ser estigmatizado. Un plan sin fisuras. Si no fuese porque el aprendizaje significativo, el que transforma y dura, no se lleva tan bien con el conductismo. La motivación intrínseca, el reconocimiento desde el sistema educativo a las necesidades e inquietudes, el apoyo educativo… en el largo plazo generan mejor aprendizaje que el castigo y la recompensa. Los defensores de la repetición son un rescoldo de que la letra con sangre entra.
En cuanto al brutalismo, exalta la competencia como orden social natural. No reconoce que los seres humanos somos animales que vivimos en comunidad y nos cuidamos, sino que se limita a ver nuestra dimensión de lobos para otros humanos. Así que los lobos más fuertes son los que tienen derecho a las recompensas, a apropiarse de una mayor porción del trabajo colectivo que producimos como sociedad. Por tanto, hay que anticipar este orden brutal en las aulas, diferenciando entre ''los hundidos y los salvados'', que diría Primo Levi, para que sepan qué les espera fuera. Así, la escuela, en vez de luchar contra el brutalismo, lo promueve, en nombre de la excelencia. Una excelencia brutal que nos llevó a dos guerras mundiales. Una excelencia que confunde el esfuerzo individual con las condiciones sociales y personales que hacen posible ese esfuerzo. Que lo más asociado al éxito educativo siga siendo el nivel cultural de las familias, que repitan más los de orígenes populares, no es ''cultura del esfuerzo'', es intentar colar las desigualdades sociales como si fueran responsabilidad individual, del ''orden de la naturaleza de los lobos''.
La educación no debe ser campo de lucha ideológica, como promueven los brutalistas. Debemos buscar nuevas medidas más efectivas, que reflejen con más sensibilidad lo que se sabe, en vez de dejarlo en un automatismo como el número de asignaturas aprobadas.
19 de junio de 2021
Una de las particularidades de nuestro sistema educativo es la alta proporción de repetidores de curso. Sobre la repetición sabemos que no es tanto un problema legal como cultural. Países con legislaciones parecidas a la nuestra en esta cuestión, como Dinamarca, muestran tasas de repetición muy bajas. Lógico, si se tiene en cuenta que debe ser una medida extraordinaria. Por otro lado, sabemos que hay una distancia importante entre repetición y competencias. A pesar del lugar común sobre que estamos mal en PISA, lo cierto es que nuestro alumnado está en un promedio próximo a la OCDE. Si algo nos diferencia es la falta de excelencia, no el exceso de alumnado rezagado. Sin embargo, nuestras tasas de repetición son muy altas. Esto quiere decir que el alumnado que en los países de la OCDE no repite en España sí lo hace. El caso de Castilla y León es muy llamativo, dado que sus niveles de fracaso escolar y repetición se han mostrado altos, al tiempo que si fuese un país estaría entre los mejores de Europa. Además, somos uno de los países más desiguales en la repetición. A igualdad de competencias, el alumnado de orígenes populares repite tres veces más que los de origen social alto. Encima, la repetición no suele ser un camino para la mejora, sino el primer paso para el abandono del sistema. Sin olvidarnos de su alto coste. Por un lado, para el sistema educativo: debe impartirse todas las materias de nuevo, y no solo reforzar aquellas en las que hay dificultades. Y personalmente: el alumnado casi pierde un año de su vida, pues deberá cursar nuevamente parte de lo que ya demostró que sabe.
Por tanto, la repetición como medida educativa nos aleja de los países de nuestro entorno y está viciada por la desigualdad social, además de cara y poco eficaz. Si bien son pocas las personas dedicadas a la investigación educativa que la apoyan, goza de gran popularidad. ¿Cómo explicar la disociación entre conocimiento experto y popular? Podría ser que los expertos no se enteran, a pesar del apoyo de datos y evidencia comparada. Podría ser que lo que es bueno en otros países no se ajusta a España, dado nuestro ancestral espíritu carpetovetónico. O puede ser que al hablar de repetición no estemos hablando de medidas educativas efectivas, sino de otras cuestiones.Los defensores de la repetición ven en ella un sinónimo de la cultura del esfuerzo, pero ¿en qué consiste esa cultura? Es una mezcla de conductismo educativo y brutalismo social. Para los conductistas, podemos hacer lo que queramos con los seres humanos si diseñamos un buen sistema de premios y castigos. Así que si queremos que el alumnado estudie, establecemos el castigo de perder un año de vida, romper vínculos con amistades y ser estigmatizado. Un plan sin fisuras. Si no fuese porque el aprendizaje significativo, el que transforma y dura, no se lleva tan bien con el conductismo. La motivación intrínseca, el reconocimiento desde el sistema educativo a las necesidades e inquietudes, el apoyo educativo… en el largo plazo generan mejor aprendizaje que el castigo y la recompensa. Los defensores de la repetición son un rescoldo de que la letra con sangre entra.
En cuanto al brutalismo, exalta la competencia como orden social natural. No reconoce que los seres humanos somos animales que vivimos en comunidad y nos cuidamos, sino que se limita a ver nuestra dimensión de lobos para otros humanos. Así que los lobos más fuertes son los que tienen derecho a las recompensas, a apropiarse de una mayor porción del trabajo colectivo que producimos como sociedad. Por tanto, hay que anticipar este orden brutal en las aulas, diferenciando entre ''los hundidos y los salvados'', que diría Primo Levi, para que sepan qué les espera fuera. Así, la escuela, en vez de luchar contra el brutalismo, lo promueve, en nombre de la excelencia. Una excelencia brutal que nos llevó a dos guerras mundiales. Una excelencia que confunde el esfuerzo individual con las condiciones sociales y personales que hacen posible ese esfuerzo. Que lo más asociado al éxito educativo siga siendo el nivel cultural de las familias, que repitan más los de orígenes populares, no es ''cultura del esfuerzo'', es intentar colar las desigualdades sociales como si fueran responsabilidad individual, del ''orden de la naturaleza de los lobos''.
La educación no debe ser campo de lucha ideológica, como promueven los brutalistas. Debemos buscar nuevas medidas más efectivas, que reflejen con más sensibilidad lo que se sabe, en vez de dejarlo en un automatismo como el número de asignaturas aprobadas.
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