Este comienzo de curso es la hora de la verdad
La Covid-19 hace que destaquen problemas no resueltos: desigualdades en la inversión y poca calidad en la gestión de las políticas educativas
El fiel contraste de las preocupaciones de los administradores públicos aparece en las dificultades; los ciudadanos advierten en esos momentos si les engañan o se atienden sus necesidades colectivas. En lo que corresponde al ámbito educativo, este se presta para saber qué interés les merece a los líderes políticos la enseñanza de todos.
Los deberes
Después de seis meses sin asistir a clase, se reinicia un curso académico que en las etapas escolares obligatorias puede ser de gran trascendencia para muchas familias y para el propio sistema educativo. La Covid-19 pone de manifiesto quiénes han cumplido con sus deberes esenciales y quiénes, por despreocupación o interés inconfesado, han dejado sus deberes a medias, no han cumplido mínimamente o han multiplicado los problemas. La clasificación la podrán hacer mejor que nadie quienes tengan hijos o hijas en edad de iniciar las clases estos días en la escuela, en el colegio o en el instituto.
Después del tiempo transcurrido sin clases y después de los acuerdos adoptados en la Conferencia Sectorial de Educación en junio pasado, debiera haber habido tiempo sobrado para paliar, más que con palabras, los efectos de esta pandemia. En muchos casos, es evidente que no ha sido así. Cara a la galería, se ha podido advertir que quedaba muy guapo ocupar informativos con las maneras más o menos ingeniosas de prevenir las aulas contra la expansión de este virus; nos han distraído con los coloridos diseños de las innovaciones decorativas del suelo, paredes, separaciones de pupitres, mascarillas, supresiones de elementos problemáticos en los patios, indicadores de circulación del alumnado de unos a otros espacios –inéditos como aulas en muchos casos- e, incluso, con la controvertida graduación de los horarios de unos u otros. Más problemático está siendo, por las nuevas ratios requeridas, saber qué pasa con el número de profesores adecuado para hacer interinidades y multiplicar los grupos de modo que no solo no se resienta la enseñanza presencial sino que se pueda recuperar parte, al menos, de lo no trabajado en las aulas el curso pasado.
De poco vale, en este asunto, la solución on-line; se cruza de inmediato con otras de gran importancia estructural, como puede ser la cultura familiar que haya al respecto –y las posibilidades que tengan las familias para ayudar a sus hijos- y otras más primarias todavía, como las posibilidades que tengan unas u otras áreas peninsulares para buena recepción de señal, además del coste en que se meten familias y Administración para modernizar permanentemente el software adecuado. Siempre se supone sin garantía suficiente, por otro lado, que el profesorado tiene los mínimos indispensables para hacer una buena enseñanza valiéndose de la digitalización y que no incurrirá en los mismos problemas que ha venido teniendo en el otro formato habitual; nadie explica cómo se haya hecho para que, con nombrar los beneficios de la enseñanza presencial, se vaya a conseguir en la práctica. Que es capaz de aburrir a muchísimos ya lo dejó escrito Alberto Moncada en 1985, y que la formación docente deja mucho que desear, todavía después delos másteres de 2009, lo han dicho expresamente cuantos en varias de las posteriores elecciones han clamado por un MIR educativo sin explicar mucho en qué consistía esta piedra filosofal.
Los datos y los recursos
Hay, en todo caso, una cuestión de fondo, que subyace y traduce graves disfunciones de fondo en la gestión de las políticas educativas: los recursos disponibles y cómo se reparten desde hace años. La memoria de ello es indispensable para tener criterio respecto a lo que muestran las aulas estos días y las expectativas que puedan albergarse para que no se venga todo abajo a la más mínima. Algunos lo vienen señalando desde hace mucho sin que se hayan advertido significativas actuaciones coherentes. Más allá de llamar aguafiestas a cuantos lo denuncian sin dejar de mirar para otro lado, pues es notable cómo, desde la crisis de 2008, los recortes en Educación han sido de más de 4.000 millones de Euros y que –cuando la Covid-19 ha multiplicado los costes- todavía faltan más de mil millones para alcanzar el nivel de inversión que tenía anteriormente. Y más notable es advertir cómo -si se analizan los datos estadísticos que el Ministerio de Educación edita todos los años-, la inversión en el sector privado ha aumentado de modo desproporcionado con la inversión en enseñanza pública; en algunas Comunidades autonómicas –ellas son las que realmente distribuyen el presupuesto importante en este sector político- es escandalosa la diferencia: ya son pioneras en Europa de la enseñanza privada, todo un avance para expandir la dureza neoliberal en que tienen puestas sus esperanzas..
Dicho de otro modo: el momento actual no ha corregido moralmente -como muchos predicaban que iba a ser- el sentido del bien o del mal colectivo en muchos de nuestros políticos. Es más, si se dice o escribes, dicen que se hace “política” queriendo decir que solo a ellos corresponde hacer política y, también, que cuanto el resto de ciudadanos piensa o exprese, es tontería improcedente. Cuando los que hacen esta peculiar política de serie de bajo coste dicen, además, estar imbuidos de la gracia de Dios, apaga y vamos: volvemos a cuando las monedas de bolsillo nos lo recordaban de continuo. En este comienzo de curso, pronto arreciarán las culpas hacia quienes pongan en evidencia estos despropósitos.
A nadie debiera extrañar que los sindicatos importantes del sector estén pensando, pese a todo, en la huelga para el 22 y 23 de septiembre. No han visto que las promesas de los días en que se inició el confinamiento hayan servido para algún cambio de tendencia, y sigue siendo muy cierto que, con políticos como los que tenemos al frente en muchas Comunidades, lo que puede empeorar empeora y que quien paga el pato –entre excusas más o menos mentirosas- son siempre los mismos: los santos inocentes, que diría Delibes.
Manuel Menor Currás
Madrid, 07.09.2020
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