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Soy profesor de enseñanza secundaria, llevo muchos años en el oficio metido en las aulas, incluso al otro lado del mostrador, tanto que se me han curtido las carnes como tabernero y como parroquiano. Pero, esto de la pandemia me pilló por sorpresa, supongo que como a todos, excepto a aquellos adivinos de lo pasado que ahora reclaman para sí el mérito de la predicción a posteriori. En fin, con el paso cambiado, me reciclé confinado en artes ignotas. Con mi amigo google abrí tutoriales y de manera autodidacta aprendí programas de los que desconocía incluso su existencia, me volví experto en videoconferencias, en exámenes telemáticos, en procesos de evaluación a distancia que nunca me habían atraído lo más mínimo, manejaba términos anglosajones como si hubiese sido abducido por un alienígena, que si Jitsi, Meet, Zoom, Edmodo, Clasroom, mi dominio del medio se ganó con horas y horas bajo el flexo chamuscándome las retinas y quitándole horas al sueño.
Sabía que mi voluntarismo podría contra la pereza, que la falta de regulación específica del teletrabajo, -algo sé de derecho laboral y administrativo-, pone en cuestión la obligación del trabajador o del funcionario a prestar sus servicios desde su domicilio sin pacto previo, máxime utilizando sus propios medios técnicos, poniendo de su bolsillo los gastos de suministros, incluso la potencial vulneración de su propia imagen, renunciando al pudor de enseñarse en su propio habitat, con sus muebles y a sabiendas, -se conocían casos- de que algún indeseable subiese a Instagram parte de las videoconferencias con música de rap. Las Consejerías no ayudan, la de Madrid, menos, nunca ha sido proclive a la solidaridad con sus funcionarios ni a tenderles una mano en la necesidad, lo sabía, pero la vocación puede más, mejor dicho, la integridad del individuo, su dignidad y el respeto a los demás se antepone al propio interés. En general, salvo contadas excepciones, los profesores, el personal sanitario, los cajeros del hipermercado, los conductores de autobuses, los trabajadores honestos, somos así, nos gusta ganarnos el salario con el servicio prestado, no me echo flores que no se merezcan otros.
Lo que acaba con mi paciencia, lo que realmente me sume en el desconcierto y me revuelve la tripa grande es que se tomen medidas arbitrarias precisamente por aquellos que deben velar por el buen funcionamiento del engranaje. Cuento brevemente la historia y que cada uno juzgue y obtenga su conclusión, que ese acto es íntimo y no quiero pecar de convertir el escrito en una diatriba gratuita.
Un compañero lanza un examen virtual, complejo, porque hablamos de una Formación Profesional de grado superior, módulos que como se conoce, son convalidados parcialmente en los estudios universitarios cuando se accede al título de Grado. Realizado el examen que versa sobre un remix de contabilidad y matemática financiera, el profesor se percata de que dos alumnos con antecedentes académicos sospechosos, ambos repetidores, que realizaron la prueba en sus domicilios respectivos, tienen una coincidencia máxima en los problemas planteados, prácticamente son obra de un copista. Además, uno de ellos la entrega tarde, pasado el plazo de recepción. En todos los ejercicios desarrollados, se perciben indicios que hacen deducir con total seguridad que ha habido apaño. Errores idénticos, operativa extraña no utilizada en el aula, equívocos en las mismas operaciones, todo un rififí. Aún así corrige los ejercicios, naturalmente, puntuación idéntica: 4,2. Pero como estima que ha habido engaño, reparte sendos roscos.
Uno de los alumnos acepta la calificación, dobla la cerviz y asume, el otro plantea una reclamación, dudosa porque está fuera de plazo, no obstante, se admite. Nos reunimos telemáticamente todos los profesores de la especialidad del departamento y el Jefe de Estudios de Ciclos, en total, 11 almas. Analizamos uno por uno los ejercicios, sopesamos la exposición del profesor implicado, observamos la técnica del desarrollo en cada uno de los problemas, los símiles, las coincidencias, labor de trabajo intensa dedicándole mitad de una tarde. Llegamos a una conclusión irrefutable: el examen ha sido copiado, con seguridad, ninguno de los dos alumnos -conocidos por la mayoría- lo ha hecho, intuimos que un tercero confeccionó el examen y se lo pasó, es fácil, en wallapop pueden encontrarse mercenarios, lo sabemos, ellos también, tienen más interés. Nos reafirmamos en la calificación, sin ningún atisbo de la más mínima duda, repetimos el 0.
El alumno reclama a Inspección, se revisan las actuaciones y se entrega el examen a un corrector independiente experto en la materia, que no es otro que un compañero de especialidad con destino en otro centro, que corrige sólo la prueba del alumno protestón. Calificación: 4,7 suspenso. No se tienen en cuenta las actuaciones previas, de nada sirvió la opinión del profesor, la investigación por parte del departamento, los antecedentes de los alumnos, las pruebas indiciarias de la copia, la media tarde de los 11 bobos. La desacreditación es constante y continua, en la mayor parte de las reclamaciones. No es razonable que la opinión de los docentes que conocen al alumno, gestionan su calificación, se reúnen y adoptan por consenso un criterio determinado, quede desacreditada con posterioridad cuando Inspección acuerda la revocación de ese argumentario para dictaminar otra valoración distinta a la adoptada.
Esta reiteración en el fallo a favor de las reclamaciones de los alumnos genera, no solo la proliferación de esas revisiones o la normalización de conductas deshonestas, -como en el caso que nos ocupa- que no son sancionadas con un criterio de justicia, sino el cuestionamiento por parte de la sociedad en general del buen hacer del docente, la pérdida de su reputación y la controversia de su integridad como autoridad.
José Díaz González
Profesor de Enseñanza Secundaria en Alcorcón
Simplemente desolador. Es lamentable que las reiteradas actuaciones de Inspección ante las reclamaciones, siembren la idea, entre el alumnado,de que el aprobado que no logran en las aulas, con esfuerzo y dedicación, se logra en los despachos con una reclamación. Me parece justo y necesario que exista un procedimiento de reclamación, y que se utilice. Pero el uso torticero y el abuso de este procedimiento, por parte de cierto tipo de alumnado, hacen que un procedimiento pensado para hacer justicia, se convierta en un un mecanismo para tener bajo sospecha la labor del profesor.¿Así fomentamos el tan manido esfuerzo, dando por aprobados exámenes "presuntamente" copiados?¡Animo compañero!
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